El alba del pasado domingo nos encontró unidos por un mismo sentir. No era un amanecer cualquiera; era la promesa de un viaje compartido, un caminar fraterno. El sagrado Tupasy Ykua se convirtió en el nido desde donde nuestra gran familia del MFC estaba a punto de alzar el vuelo en fe.
A las 6:15 de la mañana, con los primeros rayos de sol tiñendo el cielo, emprendimos nuestra peregrinación. Guiados por la serena presencia de nuestro asesor espiritual, el Padre Rodolfo Portillo, y acompañados por el Padre Rubén Darío Ojeda y nuestros diáconos, éramos más que un grupo; éramos un río de corazones fluyendo en una misma dirección: la Basílica de Caacupé.
“Cada paso en el camino se convirtió en una oración, y cada silencio, en una profunda meditación.”
El murmullo de nuestras plegarias se entrelazaba con el sonido de nuestros pies sobre la tierra, creando una sinfonía de devoción que nos impulsaba hacia adelante.
Al llegar a la explanada de la Basílica, el cansancio se disipó para dar paso al asombro. Allí, con la imponente casa de nuestra Madre como telón de fondo, unimos nuestras voces y corazones en la Santa Misa, presidida por Monseñor Ricardo Valenzuela. Fue el momento culminante, donde nuestra ofrenda de caminar se unió al sacrificio supremo en el altar.
Tras la bendición, un instante para la memoria: una foto grupal que capturó para siempre la alegría y la unidad de este encuentro. Pero el viaje aún guardaba su momento más solemne. Nos congregamos una vez más en oración, y luego, en una procesión cargada de reverencia, cruzamos juntos el umbral de la Basílica. Entrar por esa Puerta no fue solo el final de un recorrido físico, sino el comienzo de una renovada conexión espiritual, como familia, bajo el amparo de la Virgen.
Agradecemos a cada familia que hizo posible esta jornada de fe y fraternidad. Cada paso compartido fortalece nuestros lazos y reaviva nuestro espíritu.
¿Y tú, qué momento de la peregrinación guardas en tu corazón? ¡Comparte tu experiencia en los comentarios!

