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El Amor Conyugal: Un Camino de Luz para la Familia Cristiana

En el corazón de la vida del Movimiento Familiar Cristiano (MFC) late una profunda convicción: el matrimonio es un regalo de Dios, un camino de santidad y una fuente inagotable de gracia. En una época de grandes cambios y desafíos, la Carta Encíclica Humanae Vitae de S.S. Pablo VI se alza como una luz clara y serena, que nos guía hacia la verdad y la plenitud del amor conyugal. Aunque fue escrita hace más de medio siglo, sus enseñanzas resuenan con una actualidad asombrosa, ofreciéndonos un mapa para vivir el amor que Dios mismo ha soñado para cada pareja.

Hoy, más que nunca, necesitamos redescubrir la grandeza de nuestro “sí” conyugal, no como un simple compromiso humano, sino como una respuesta a un llamado divino. La Humanae Vitae nos invita a mirar el matrimonio desde su origen supremo, en Dios mismo, y a comprender que el amor que nos une tiene un significado y una nobleza que trascienden lo puramente terrenal. Es un amor que, si se vive en su plenitud, se convierte en el cimiento de la Iglesia doméstica y en un testimonio vivo de la misericordia de Dios para el mundo.

El Matrimonio: Un Diseño de Amor, no de Casualidad

“El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.” (HV, 8)

Esta frase es el punto de partida de toda nuestra reflexión y es vital para entender la vocación matrimonial. En una sociedad que tiende a relativizar todo, el Papa San Pablo VI nos ancla a una verdad inmutable: el matrimonio tiene un origen divino. No es un invento del ser humano, ni el resultado de fuerzas biológicas ciegas. Es una “sabia institución del Creador”, el fruto de un designio de amor que Él ha querido inscribir en el corazón de cada hombre y mujer.

Para nosotros, en Paraguay, donde la familia es el pilar de nuestra identidad, esta verdad resuena con especial fuerza. Entendemos que el hogar es un “ñembo’e ha’e tekove” (oración y vida), y que la unión de un hombre y una mujer es un acto sagrado. Dios, que es la fuente de todo amor y toda paternidad, ha querido que los esposos sean sus colaboradores en la creación. A través de la “recíproca donación personal”, la pareja no solo se perfecciona mutuamente, sino que también participa en el milagro de la vida, colaborando con Dios en la “generación y en la educación de nuevas vidas”.

En los bautizados, este designio de amor alcanza una dimensión aún más profunda. El matrimonio se convierte en un signo sacramental, un signo visible de la gracia invisible. Representa, de manera tangible, la unión de Cristo con la Iglesia, un amor incondicional, fiel y fecundo. Como decía San Juan Pablo II, el matrimonio cristiano es el “primer sacramento de la comunión”, un lugar donde se vive y se celebra el amor de Dios en el día a día, transformando la rutina en un camino hacia el Cielo.

Las Cuatro Características del Amor Conyugal: Un Mapa para la Santidad

La Humanae Vitae no se queda en la teoría, sino que nos presenta un mapa claro para vivir este amor en la práctica, a través de sus cuatro características esenciales. Comprender y abrazar estas notas es el secreto para construir una vida matrimonial no solo feliz, sino santa.

1. Un Amor Plenamente Humano: La Voluntad al Servicio del Corazón

“Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre…” (HV, 9)

El amor conyugal no es un amor a medias. Es un amor que involucra todas las dimensiones de la persona: el cuerpo, el corazón y el espíritu. Claro que tiene una parte sensible, que se manifiesta en la atracción, el afecto y la ternura. Es ese “flechazo” inicial que todos los matrimonios recuerdan. Pero el Papa San Pablo VI nos recuerda una verdad crucial: el amor conyugal es principalmente un acto de la voluntad libre.

Esta es la clave para la felicidad a largo plazo. Los sentimientos, como el clima en nuestra tierra paraguaya, son variables y pueden cambiar. El amor de la voluntad, en cambio, es como las sólidas raíces de un lapacho: no importa si llueve o si hace calor, sigue firme. Es la decisión consciente de amar al otro cada día, incluso cuando no se siente. Es el “mbarete” (la fuerza) que se necesita para levantarse después de una pelea, para perdonar una ofensa o para seguir sirviendo al otro en medio del cansancio.

En el MFC, sabemos que este amor se construye en las pequeñas cosas. No se trata de grandes gestos románticos, sino de la paciencia en el tráfico, de la escucha atenta después de un día difícil, de la oración en pareja. La voluntad libre es lo que hace que un matrimonio no solo sobreviva a los “dolores de la vida cotidiana”, sino que crezca y se fortalezca a través de ellos, convirtiendo a los esposos en “un solo corazón y en una sola alma”.

2. Un Amor Total: La Generosidad que se Desborda

“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.” (HV, 9)

El amor total es un amor que no se guarda nada para sí mismo. Es una entrega completa, un “darse sin medida”. Cuando un matrimonio vive este amor, no hay secretos, no hay rincones oscuros, no hay “cálculos egoístas” sobre lo que se da y lo que se recibe. Se vive en una amistad profunda donde los esposos comparten todo: sus bienes, sus sueños, sus miedos, sus debilidades y sus fortalezas.

Esta totalidad se expresa de manera sublime en el acto conyugal, un lenguaje sagrado de entrega total. Es aquí donde el esposo se entrega totalmente a la esposa y viceversa, en cuerpo y espíritu, en una comunión que simboliza la unidad más profunda posible. La Humanae Vitae nos advierte que cualquier acto que rompa este lenguaje de totalidad—como la anticoncepción—va en contra de la esencia misma del matrimonio. Negar la fertilidad es negar la entrega total de uno mismo, es decir: “te doy todo, pero no mi fertilidad.” Esto rompe el signo sacramental y debilita la comunión de la pareja.

El amor total es una forma de morir a uno mismo para que el otro pueda vivir plenamente. Es el gozo que experimenta quien ama de verdad, “de poderlo enriquecer con el don de sí.” Es un amor generoso que, en la cultura del MFC, se desborda y llega a otros matrimonios, creando una red de apoyo y amistad que nos ayuda a vivir esta totalidad en nuestro día a día.

3. Un Amor Fiel y Exclusivo: Un Sello para la Eternidad

“Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte.” (HV, 9)

La fidelidad es un sello que Dios pone en el corazón de la pareja el día de su boda. Es la promesa de que el amor que se han jurado es un amor para siempre, un amor que no se rompe ni se diluye con el tiempo. Hoy en día, la fidelidad se ve a menudo como una cadena que limita la libertad, pero la Humanae Vitae nos recuerda que es todo lo contrario: es una fuente de felicidad profunda y duradera.

La fidelidad es el cimiento sobre el cual se construye la confianza. En un matrimonio fiel, no hay lugar para el miedo o la incertidumbre. Ambos cónyuges saben que, sin importar las tormentas que la vida traiga, su pareja estará a su lado. Esta certeza libera a los esposos para que puedan entregarse el uno al otro sin reservas, sabiendo que su amor es seguro.

El Papa San Pablo VI nos dice que la fidelidad “a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria.” Esta es una llamada a la esperanza para todos los matrimonios. La fidelidad no es una hazaña de superhéroes, sino una gracia que se nos da en el sacramento y que se renueva cada día con la oración, el diálogo y la ayuda de nuestra comunidad. El ejemplo de los “numerosos esposos a través de los siglos” que han vivido la fidelidad es un recordatorio de que, con la ayuda de Dios, este camino es posible y conduce a la verdadera alegría.

4. Un Amor Fecundo: La Abundancia de la Vida

“Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. ‘El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres.'” (HV, 9)

El amor verdadero no puede ser estéril. Un amor que se cierra a la vida, se cierra al amor mismo. La Humanae Vitae nos enseña que el amor conyugal es inherentemente fecundo, “ordenado por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole”. Los hijos no son una carga o un accesorio, sino “el don más excelente del matrimonio”.

En la cultura paraguaya, la llegada de un “mitã’i” (niño) es siempre una bendición, una alegría que se comparte con toda la familia y la comunidad. Y esto es porque, intuitivamente, entendemos que los hijos son un regalo que nos saca de nuestro egoísmo, nos enseña a amar de manera más sacrificial y nos lleva a un nivel de madurez que de otra manera sería difícil de alcanzar.

La encíclica nos invita a una paternidad responsable, que no es un eufemismo para evitar la vida, sino un llamado a un discernimiento serio y en oración sobre el número de hijos que Dios nos llama a tener, confiando siempre en Su providencia. Un matrimonio que vive un amor plenamente humano, total, fiel y fecundo, se convierte en un faro de esperanza, mostrando al mundo que es posible amar y acoger la vida con generosidad y alegría, como Dios lo ha soñado.

Conclusión: Un Llamado a la Esperanza y la Acción

La Humanae Vitae de San Pablo VI no es un documento de prohibiciones, sino una carta de amor, un grito de esperanza para todos los matrimonios. Nos invita a redescubrir la grandeza de nuestra vocación, a vivir un amor que es un reflejo del Amor de Dios. Nos recuerda que nuestro matrimonio no es una casualidad, sino un plan divino, y que tenemos en nuestras manos el poder de construir la Iglesia doméstica, un lugar donde el amor, la fe y la vida florecen.

Para los matrimonios del MFC, esta encíclica es un llamado a la acción. Es un recordatorio de que somos llamados a ser testigos valientes de la verdad del matrimonio, a vivir un amor que sea humano, total, fiel y fecundo, y a compartir nuestra experiencia con otros. Que nuestra vida conyugal sea un testimonio vivo de la belleza del plan de Dios, y que el amor que nos une sea un manantial de gracia y esperanza para nuestra Iglesia y nuestra patria.

Cita Bíblica: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.” (Efesios 5, 25)

CARTA ENCÍCLICA

HUMANAE VITAE

DE S. S. PABLO VI

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Un fin de semana que nos recordó que Dios camina con nuestras familias

El sol apenas asomaba el sábado por la mañana y ya el aire se sentía diferente. En distintos rincones del Paraguay, matrimonios del Movimiento Familiar Cristiano despertaban con un mismo anhelo: vivir un encuentro con Dios que les renovara el corazón.

En San Lorenzo, la Base Santo Domingo Savio se reunió en la Casa de Retiro Rogacionista Róga para un Retiro de Kerygma. Allí, en un ambiente de oración y fraternidad, los matrimonios se adentraron en el primer anuncio: esa buena noticia que, aunque conocida, siempre nos sorprende como la primera vez.

Un poco más allá, en J. A. Saldívar, la Base San Miguel Arcángel emprendía su propio retiro, esta vez en la Casa José Kentenich de Guarambaré. Entre charlas, cantos y momentos de silencio, las parejas renovaron su compromiso de ser luz en sus hogares y comunidades.

Mientras tanto, en Encarnación, otro grupo de familias vivía la misma experiencia de Kerygma. La distancia no importaba, porque lo que los unía era mucho más grande: la certeza de que Cristo es el centro de sus vidas.


Pero no todo fueron retiros. La formación también fue protagonista.

  • La Base Santa Catalina, en la Arquidiócesis, concluyó su curso de Amoris Laetitia el 7 de agosto, reflexionando sobre el amor en la familia a la luz de las palabras del Papa Francisco.
  • En la Base Nuestra Señora de Fátima, el sábado 9, matrimonios se sumergieron en Nociones Básicas de la Biblia, descubriendo cómo la Palabra puede iluminar las decisiones de cada día.
  • La Base Sagrado Corazón de Jesús profundizó en el curso Terceras Personas, aprendiendo a proteger la intimidad matrimonial de influencias externas.

En Guarambaré, la Base Natividad de María vivió un Encuentro Conyugal en la Casa San Gaspar Bertoni de Villeta. Allí, entre miradas cómplices y abrazos sinceros, los matrimonios recordaron por qué dijeron “sí” y cómo ese “sí” se renueva cada día.


La capacitación también tuvo su lugar.
En la Diócesis de Ciudad del Este, la Capacitación Progresiva 1 y 2 fue todo un éxito, reuniendo a 57 jóvenes y 17 matrimonios asesores de las bases:
Espíritu Santo, Sagrado Corazón de Jesús, San José Obrero, San Lucas, Niño Jesús, San Antonio de Padua y Virgen de Fátima.

En la Diócesis de San Lorenzo, las bases Virgen de la Candelaria S1, Santísima Cruz Capiatá y San Isidro Labrador de Nueva Italia también participaron de la Capacitación Progresiva 1 y 2, fortaleciendo el compromiso y la misión de acompañar a las familias y a los jóvenes.


Fue un fin de semana intenso, pero sobre todo lleno de vida. Diferentes actividades, distintas ciudades, múltiples realidades… y un mismo Espíritu guiando a cada familia.

Porque cuando las familias se acercan a Dios, todo cambia: las miradas se vuelven más suaves, las palabras más amables y el hogar más luminoso.

Y tú, ¿dónde viviste a Dios este fin de semana?

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Sacramento del Matrimonio: Amor que Construye, Salva y tiene un Propósito Sagrado

En un mundo donde el amor a veces se reduce a emociones pasajeras o intereses personales, el Sacramento del Matrimonio se presenta como un signo visible del amor eterno de Dios. No se trata solo de un contrato humano o de una celebración romántica, sino de un llamado sagrado a amar como Cristo ama: de manera total, fiel, fecunda y para siempre.

El amor verdadero construye a la persona y la hace plena; es lo opuesto al egoísmo, que utiliza al otro y lo destruye. En la familia cristiana, este amor no es una opción decorativa, sino la primordial exigencia evangélica. Y este amor tiene una misión y un propósito sagrado: ser imagen viva del amor de Dios en medio del mundo.

“Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Juan 15, 12).


1. El amor conyugal: uno e indisoluble, con misión divina

A la luz de la fe, el amor entre un hombre y una mujer es único e indisoluble. No es solo un sentimiento que puede desvanecerse, sino un compromiso que se convierte en fuente de gracia y salvación para todos los miembros de la familia.

Este amor, vivido con fidelidad, se transforma en un servicio a la comunidad humana, porque un matrimonio sólido y lleno de Dios irradia esperanza y seguridad a su entorno. El matrimonio tiene la misión sagrada de ser un faro de luz, un testimonio vivo que muestre que el amor verdadero sí existe y que Dios es fiel a sus promesas.

San Pablo lo explica así:

“Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella… Y la esposa debe respetar a su marido.” (Efesios 5, 25-33).

En el matrimonio cristiano, los esposos no solo se aman entre sí, sino que aman en el nombre de Dios y con la fuerza que proviene de Él, cumpliendo así su propósito eterno.


2. No es magia: es gracia y respuesta

Como todo sacramento, el Matrimonio no obra de manera mágica. La bendición del día de la boda es el inicio, pero la vida diaria es el terreno donde la gracia debe florecer. Dios derrama su amor sobre los esposos, pero requiere una respuesta concreta:

  • Amar con paciencia y perdón.
  • Servir al otro sin esperar recompensas.
  • Escuchar más que juzgar.
  • Orar juntos y por el otro.

La misión del matrimonio no se limita a “estar juntos” sino a crecer juntos en santidad y ser un instrumento de bendición para otros.

“El amor es paciente, es bondadoso… todo lo soporta, todo lo espera, todo lo persevera” (1 Corintios 13, 4-7).

La gracia se fortalece cuando cada día los esposos deciden volver a elegir al otro, incluso en medio de dificultades, cansancio o diferencias.


3. Amor que crece dentro y se proyecta fuera

La respuesta al llamado del Matrimonio comienza en el interior de la familia. Es allí donde nacen y maduran las personas, en un ambiente de reconocimiento, respeto y ternura.

Pero el amor matrimonial no se encierra: se abre al servicio. Una familia cristiana que ama se convierte en un signo vivo del amor de Cristo hacia la humanidad. Y aquí se cumple otra parte de su misión: ser instrumentos de Dios para llevar su amor más allá del propio hogar.

Esto puede vivirse de muchas maneras:

  • Acogiendo y apoyando a otros matrimonios.
  • Sirviendo en la comunidad parroquial.
  • Abriendo las puertas del hogar para compartir y acompañar.
  • Siendo ejemplo de unidad y fe.

Jesús mismo nos enseña:

“En esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros” (Juan 13, 35).


Conclusión: Un camino de santidad y misión compartida

El Sacramento del Matrimonio es un camino de santidad de a dos y una misión sagrada confiada por Dios. No es siempre fácil, pero es profundamente hermoso. Es el lugar donde el amor humano y el amor divino se entrelazan para formar un testimonio vivo de que Dios es fiel.

Cada gesto de amor, cada acto de perdón, cada servicio desinteresado dentro y fuera de casa es una respuesta diaria a la gracia de Dios y un paso más hacia el cumplimiento de la misión que Él ha confiado: hacer presente su amor en el mundo.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10, 9).

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Un amor auténtico: elegido, vivido y sostenido por Dios

En un mundo que nos dice que el amor es solo cuestión de sentimientos, atracción o química, el matrimonio cristiano nos recuerda algo mucho más profundo: un amor auténtico se elige y se vive con propósito. No se trata de dejarse llevar por las emociones del momento, sino de tomar una decisión consciente, día tras día, de amar a la misma persona que elegimos frente a Dios.

La emoción puede encender la chispa inicial, pero lo que mantiene vivo el fuego es la elección diaria. Esa elección es la que nos lleva a comprometernos incluso en los días grises, a perdonar cuando cuesta, a seguir caminando juntos cuando el camino se hace empinado. Como dice la Palabra:

“El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso ni jactancioso, no se engríe. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4-7).


Dios nos amó primero: la raíz de todo amor verdadero

La Iglesia nos recuerda una verdad que cambia nuestra manera de amar:

“El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24).

Esto significa que Dios nos amó desde antes de existir, no por nuestras cualidades, logros o méritos, sino simplemente porque somos suyos. Ese amor eterno e incondicional es el modelo del amor matrimonial: un amor que no depende de lo que la otra persona haga o deje de hacer, sino que se entrega de manera libre y total.

La Escritura lo confirma:

“Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Juan 4, 19).

Cuando comprendemos que Dios nos ha amado así, podemos amar a nuestro cónyuge de forma más plena, porque ya no amamos desde la necesidad o la carencia, sino desde la plenitud que Él nos da.


El matrimonio: una misión compartida

El matrimonio no es simplemente “estar juntos” o “no separarse”; es un caminar intencional hacia la santidad, acompañándose en lo bueno y en lo difícil.

Un amor auténtico implica:

  • Crecer juntos: “Mejores son dos que uno… porque si caen, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4, 9-10).
  • Proteger el corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4, 23).
  • Poner a Dios en el centro: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127, 1).

Elegir amar, incluso cuando no es fácil

La vida matrimonial tiene momentos de alegría y de dificultad. Hay días en los que es sencillo amar, y otros en los que se requiere un esfuerzo extra. En esos momentos, recordamos que el amor no es simplemente un sentimiento, sino una decisión que se renueva.

Un amor auténtico no huye ante las crisis, sino que las enfrenta con esperanza. No busca la perfección del otro, sino que se alegra en su existencia. No se pregunta “¿qué recibo yo?” sino “¿qué puedo dar yo hoy?”.
Como enseña San Pablo:

“Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Efesios 5, 21).


El propósito eterno de nuestro “sí”

El matrimonio cristiano es un camino de entrega mutua que apunta hacia la eternidad. No se trata solo de buscar la felicidad aquí y ahora, sino de ayudarse mutuamente a llegar al cielo. Cuando el amor se vive con este propósito, el “sí” que se dio en el altar se convierte en un “sí” renovado en cada mirada, cada gesto de servicio, cada perdón y cada oración compartida.

Jesús nos lo recuerda:

“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15, 12).

Porque, al final, el amor auténtico es reflejo del amor de Dios: un amor que no caduca, que no se rinde y que siempre busca el bien del otro.

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El Corazón del Matrimonio: El Poder Sanador del Perdón

El matrimonio es, en esencia, un pacto de amor sagrado, una promesa que dos almas hacen ante Dios para caminar juntas por la vida. Es un camino lleno de bendiciones, alegrías y momentos de profunda felicidad. Sin embargo, en este sendero, también es inevitable que surjan desafíos, malentendidos y, a veces, heridas que amenazan con enturbiar la belleza de la unión. En esos momentos difíciles, el perdón emerge como un milagro silencioso que sana, la fuerza divina que restaura lo que parece roto y el puente que nos une de nuevo. Es la brisa suave que disipa la densa neblina del resentimiento, permitiéndonos volver a ver con claridad el rostro de la persona que amamos, recordándonos la belleza original de nuestra unión.

El perdón no es una señal de debilidad o una rendición; es la manifestación más pura de un amor valiente, maduro y consciente. Es la decisión consciente de soltar el rencor que oprime el alma, un peso que solo daña a quien lo carga. Es mirar más allá del dolor inmediato que nos ha causado un gesto o una palabra y reconocer en el otro a la persona que amamos, con todas sus imperfecciones. Es, en verdad, un reflejo del amor incondicional que Dios nos tiene a cada uno, un amor que no se cansa de darnos una nueva oportunidad, que nos libera de nuestra culpa y que siempre nos espera con los brazos abiertos. El perdón en el matrimonio es la manifestación más palpable de que el amor es una decisión diaria, no solo un sentimiento.

El Perdón, un Eco del Amor de Dios

Nuestra fe nos enseña que el perdón es el regalo más grande que hemos recibido. Dios nos perdonó en la cruz, a través del sacrificio supremo de su Hijo, Jesucristo, y con ese acto de amor nos mostró el camino. Él nos ha pedido que hagamos lo mismo con los demás, especialmente con nuestro cónyuge, que es nuestra otra mitad en Cristo. San Pablo nos recuerda este mandato con palabras llenas de sabiduría que resuenan en el corazón de todo matrimonio:

“Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo.” (Efesios 4, 32)

Este versículo no es solo un consejo, es un llamado a imitar a Dios en nuestra propia casa. Al perdonar a nuestra pareja, estamos participando en la obra divina de la redención en nuestro propio hogar, transformando una herida en una oportunidad para la gracia. Es un acto de gracia que nos eleva por encima de nuestro dolor y nos une a la misericordia de Cristo. Se nos recuerda constantemente que el perdón que recibimos está intrínsecamente ligado al perdón que ofrecemos en una de las oraciones más poderosas que nos dejó Jesús: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mateo 6, 12). Esta oración no es solo un pedido, sino también una promesa: al pedirle a Dios que nos perdone, nos estamos comprometiendo a que nuestro corazón se abrirá para dar lo que libremente hemos recibido. El perdón, por lo tanto, no es solo un acto para el otro, sino un acto de liberación para uno mismo.

El Amor que Cubre Multitud de Faltas

En un matrimonio, es fácil llevar un registro de las faltas, las palabras hirientes o las promesas rotas. Esta “contabilidad” del dolor, sin embargo, es una trampa mortal que nos aleja. Pero la verdadera fuerza del amor no reside en la memoria de los errores, sino en la capacidad de superarlos. El Apóstol Pedro nos da una clave fundamental para vivir esta verdad:

“Ante todo, tengan entre ustedes un gran amor, pues el amor cubre multitud de faltas.” (1 Pedro 4, 8)

El amor matrimonial es como un escudo protector, una manta que cubre y protege a la persona amada de sus propios fallos. Esto no significa ignorar un problema grave, fingir que el dolor no existe o, peor aún, permitir un comportamiento dañino o abusivo. Por el contrario, significa elegir activamente la paciencia, la comprensión y la humildad por encima del orgullo, la revancha o la amargura. Es el amor el que nos permite ver la vulnerabilidad detrás del enojo y la humanidad detrás de la falla. Es decidir no centrarse en el error, sino en la totalidad de la persona amada y en el pacto sagrado que hicieron juntos. Es reconocer que la persona que nos ofendió es la misma a la que prometimos amar incondicionalmente, y que su dignidad como hijo de Dios es más grande que cualquier error momentáneo. El amor cubre, no para ocultar, sino para sanar y restaurar la dignidad. Como San Pablo nos recuerda: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13, 7). Este es el amor que se nos pide vivir.

Cómo Forjar el Perdón en el Día a Día

El perdón no es un evento único o un sentimiento pasajero, sino una práctica diaria que fortalece los cimientos del matrimonio y lo nutre. Es un camino que se construye paso a paso con amor, gracia y determinación. Aquí hay algunas maneras concretas y prácticas de cultivarlo en la vida matrimonial:

  • Comunicación con el corazón: Hablen de sus sentimientos de forma honesta, pero con una profunda humildad y gentileza. La clave está en cambiar el enfoque. En lugar de decir “tú siempre haces esto”, que es una acusación que genera una barrera defensiva, intenta expresar “yo me sentí herido cuando…” La empatía y la escucha activa son tan importantes como las palabras que se dicen. A menudo, el solo hecho de ser escuchados y comprendidos inicia el proceso de sanación, transformando la defensa en entendimiento mutuo. Es aquí donde el corazón se ablanda y se abre al perdón.
  • La oración en pareja: Tomen de la mano a su cónyuge y oren juntos por la gracia de perdonar. Pidan a Dios que sane sus heridas y que les enseñe a amarse como Él les ama. La oración es el pegamento divino que vuelve a unir lo que se rompió, transformando un momento de conflicto en un momento de vulnerabilidad compartida y fe renovada. Al orar juntos, invitan a Dios a ser el mediador de su reconciliación, y Él, con su infinita misericordia, se convierte en el constructor de ese nuevo puente de perdón.
  • Recuerden su promesa: Vuelvan a los votos que se hicieron el día de su boda. Esas palabras no fueron un simple ritual, sino una promesa de vida ante Dios, un pacto sagrado que los unió. Perdonar es honrar esos votos, amando a su pareja “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.” Es recordar que el vínculo sagrado que los une es más grande que cualquier error o desacuerdo, porque es un lazo bendecido por Dios. Como dice la Escritura: “Por eso, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Marcos 10, 9). El perdón es la herramienta divina que impide que las heridas y el orgullo logren esa separación. Es el acto de renovar los votos cada día.

El perdón es el corazón palpitante de un matrimonio bendecido. Es el regalo más puro que pueden darse mutuamente, un eco del amor de Dios en la intimidad de su hogar. Al elegir perdonar, no solo están sanando una herida, sino que están construyendo un futuro juntos, más fuerte, más unido y lleno del amor incondicional de Dios. Es la decisión diaria de amar, de elegir el bien del otro por encima del propio orgullo, y de caminar juntos hacia la santidad que Dios desea para su matrimonio.

¿Qué opinan ustedes? ¿Cómo han vivido el perdón en su matrimonio y qué herramientas de fe les han ayudado a superarlo? Comparte tu historia y enriquezcamos esta conversación con tu experiencia.

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Un Amor que es para siempre: Construyendo un Matrimonio con Fundamentos Eternos

📖 “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Marcos 10,9)

“El matrimonio es probablemente la obra más hermosa que Dios ha creado”. Esta afirmación del Papa Francisco, pronunciada en una de sus homilías en la Casa Santa Marta, nos interpela profundamente. Porque sí, aunque la vida matrimonial está tejida con alegrías y pruebas, con días de plenitud y momentos de tormenta, sigue siendo una vocación maravillosa. Cuando Dios está en el centro, es posible navegar cualquier tempestad y mantener viva la llama del amor.

Pero, ¿cómo construir un matrimonio que no solo sobreviva, sino que florezca a lo largo de los años? El Padre Adolfo Güémez Suárez, LC, en su libro “Caminando Juntos: Espiritualidad matrimonial para una época digital”, ofrece una reflexión clara y luminosa: los matrimonios fuertes se construyen sobre pilares sólidos. Aquí te presentamos esos fundamentos esenciales que pueden sostener y alimentar tu vocación matrimonial día a día.


1. Compromiso: Elegir Amarse Todos los Días

El amor verdadero en el matrimonio no se basa solamente en sentimientos o emociones efímeras. Va más allá de las mariposas en el estómago y las palabras dulces del noviazgo. Se trata de una decisión diaria, libre y consciente: “Hoy vuelvo a elegirte, una vez más”.

El compromiso es la base de la fidelidad y la permanencia. No se trata de permanecer juntos porque todo sea perfecto, sino de apostar por el otro incluso en la imperfección, de permanecer en medio del cansancio, del estrés o de la rutina. El verdadero amor no huye cuando aparecen los defectos o las diferencias, sino que se fortalece en la entrega.

El compromiso exige poner al otro en primer lugar, priorizar el “nosotros” sobre el “yo”, buscar la unidad sobre el individualismo. Y para eso, se necesita una virtud muchas veces olvidada: la perseverancia. Porque amar es también resistir, confiar, volver a empezar.

🔑 Claves prácticas para fortalecer el compromiso:

  • Haz memoria de tu promesa matrimonial: “en las buenas y en las malas…”
  • Repite gestos concretos de amor, aunque no lo sientas.
  • Pide a Dios la gracia de amar incluso cuando es difícil.

2. Aceptación: Del Ideal al Amor Real

Al principio de la vida conyugal, es común idealizar al otro. Vemos sus virtudes, sus detalles, sus mejores gestos. Pero con el paso del tiempo, afloran también las debilidades, las heridas, los hábitos que no habíamos visto. En ese momento, muchos sienten que su pareja “ha cambiado”. Sin embargo, lo que ha cambiado es la mirada.

Aceptar no significa resignarse, sino abrazar al otro tal como es, con su historia, sus límites y su belleza única. Es comprender que el amor crece en la realidad, no en la fantasía. La aceptación nos libera del perfeccionismo y abre espacio a la verdadera comunión.

Aceptar al otro no significa renunciar a mejorar juntos. Es precisamente desde esa aceptación que podemos impulsarnos a crecer, a sanar, a purificarnos. El verdadero amor no exige perfección, sino autenticidad.

🔑 Claves prácticas para vivir la aceptación:

  • Reconoce y agradece al menos tres cualidades de tu pareja cada día.
  • No compares a tu cónyuge con otras personas.
  • Aprende a amar también los silencios, los tiempos difíciles, los procesos.

3. Comunicación: El Puente que Une Corazones

La comunicación es el alma del matrimonio. Es el canal por el cual se expresa el amor, se comparten los sueños, se sanan las heridas. Sin comunicación, el amor se enfría, se malinterpreta, se marchita. Como dice un principio espiritual: “nadie ama lo que no conoce”.

Y comunicar no es solo hablar, sino también escuchar con atención, comprender sin juzgar, expresar lo que sentimos sin herir. Muchas rupturas no comienzan con una gran discusión, sino con pequeños silencios que se acumulan, con emociones que no se expresan, con palabras que se callan hasta que ya es tarde.

Dios nos invita a vivir una comunicación en clave de comunión. Escucharnos mutuamente con el corazón abierto, con empatía, con paciencia. Porque comunicarse no es ganar una discusión, sino buscar el bien común.

🔑 Claves prácticas para una comunicación fecunda:

  • Elige un momento tranquilo para hablar de temas importantes.
  • Usa frases que comiencen con “yo siento…” en lugar de “tú siempre…”.
  • Practiquen el “diálogo orante”: oren juntos sobre aquello que no pueden resolver solos.

4. Dios: El Fundamento Inamovible

Ningún pilar es más importante que este: Dios es el corazón del matrimonio. Sin Él, nuestros esfuerzos humanos se desgastan. Con Él, todo cobra sentido, aún las dificultades. El matrimonio cristiano es un camino de santidad, una vocación en la que los esposos se ayudan mutuamente a llegar al cielo.

Cuando Cristo es el centro, el amor se vuelve fuente, no carencia. Los problemas no desaparecen, pero se enfrentan desde la fe, la esperanza y la caridad. Un matrimonio sin oración está más expuesto al desgaste, al egoísmo, a la desesperanza. En cambio, un matrimonio que reza junto, que se alimenta de los sacramentos, que se deja guiar por la Palabra, se vuelve roca firme.

🔑 Claves prácticas para poner a Dios en el centro:

  • Asistan juntos a la Misa dominical.
  • Hagan un momento de oración en pareja cada día (aunque sea breve).
  • Consagren su hogar al Sagrado Corazón de Jesús y a la Sagrada Familia.
  • No dejen pasar demasiado tiempo sin confesarse y reconciliarse con Dios.
  • Inviten a María a caminar con ustedes como Madre y Maestra.

Un Amor que Es Para Siempre

En una sociedad que muchas veces pone en duda la permanencia del amor, el matrimonio cristiano es un testimonio valiente y contracultural. Sí, es posible amar toda la vida. Sí, es posible crecer en el amor cada día. Pero para ello, hay que cultivar el jardín del corazón con esfuerzo, fe y esperanza.

El matrimonio no es un destino, sino un camino. Y como todo camino, necesita dirección, propósito y alimento. Si cuidas estos cuatro pilares —el compromiso, la aceptación, la comunicación y Dios— tu matrimonio no solo resistirá el paso del tiempo, sino que será luz para otros, reflejo del amor fiel de Cristo por su Iglesia.

Recuerda: el amor para siempre no es un sueño, es una vocación. Y cuando se vive con Dios, se convierte en una historia de redención, alegría y eternidad.


¿Y tú? ¿Cuál de estos pilares necesitas fortalecer hoy en tu matrimonio?

Caminemos juntos, de la mano de Dios, hacia un amor que no pasa.

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Jesús en Nuestra Barca: Esperanza y Fortaleza para los Matrimonios

Una mirada cristiana al amor en tiempos de tormenta

La vocación al matrimonio no es una travesía tranquila ni siempre previsible. Es una llamada hermosa, sí, pero exigente. Es como conducir una barca por mares muchas veces agitados, donde el amor es puesto a prueba por las olas del cansancio, los desacuerdos, las presiones del día a día o las heridas no sanadas. Y sin embargo, como nos recuerda el Papa Francisco, esta barca no navega sola.

El sacramento: ancla firme en medio del mar

En medio de las tormentas, quizás muchos matrimonios se han sentido tentados a gritar como los apóstoles: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Marcos 4, 38). Pero lo que el Evangelio nos revela es profundamente consolador: Jesús está en la barca.
Él no abandona, no duerme, no se desentiende. A través del sacramento del matrimonio, Cristo está realmente presente en la vida de los esposos, caminando con ellos, sosteniéndolos, incluso cuando las aguas parecen desbordar.

Cuando las dificultades arrecian, es vital que ambos le dejen subir de nuevo a esa barca. Porque cuando Jesús sube, como nos dice el Evangelio: «cesó el viento» (Marcos 6, 51). No significa que desaparezcan todos los problemas, pero sí que cambian las perspectivas. Con la mirada fija en Él, el corazón se serena, se renueva la esperanza y se reencuentra el sentido.

Abandonarse en el Señor: el camino del amor verdadero

Vivir el matrimonio con fe no es negar la fragilidad, sino reconocerla humildemente y ponerla en manos del Señor. Como enseñó San Pablo: «la fuerza de Cristo se manifiesta en la debilidad» (2 Corintios 12, 9). Justamente en los momentos más duros, donde parece que ya no hay fuerzas ni solución, es cuando Dios puede hacer maravillas si lo dejamos actuar.

Muchos matrimonios llegan a conocer verdaderamente a Jesús y a confiar profundamente en Él en medio de las tormentas. No se trata solo de sobrevivir al dolor, sino de encontrar en esa lucha una fe más sólida, un amor más profundo, una nueva forma de caminar juntos.

Que el hogar sea un refugio de ternura y reconciliación

El Papa nos invita a que nuestros hogares sean lugares de acogida, de comprensión y de reconciliación. Nos recuerda tres palabras que pueden cambiar la dinámica familiar si las vivimos con sinceridad: permiso, gracias y perdón. Tan simples, y a la vez, tan poderosas.

Y cuando surja algún conflicto —porque surgirán— no se vayan a dormir sin haberse reconciliado. Una palabra amable, un gesto, una oración juntos antes de dormir… pueden ser bálsamo y puente para volver a encontrarse.

¿Y si aprendemos a orar juntos más a menudo? ¿Y si, en vez de discutir, nos tomamos de la mano y le pedimos a Jesús que nos enseñe a amar como Él ama?

Cuando el dolor toca la puerta

Sabemos que hay matrimonios que sufren mucho. El desencuentro, la indiferencia, la falta de diálogo, e incluso la separación, causan heridas profundas. También los hijos cargan con ese dolor cuando ven a sus padres distanciados o ausentes.

A pesar de todo, nunca es tarde para pedir ayuda. Buscar acompañamiento, recurrir a la oración, hablar con un sacerdote o con otro matrimonio cristiano puede marcar una diferencia. La Iglesia está para abrazar, no para juzgar. Para acompañar, no para señalar. Es esa “casa paterna” donde siempre hay lugar, incluso cuando venimos con nuestra vida a cuestas (Evangelii Gaudium, 47).

Cristo no se cansa de sanar, de perdonar, de restaurar lo que parecía roto. Abrámosle la puerta. De Él brota un amor que sana y que vuelve a unir.

El perdón: medicina del alma matrimonial

El perdón no es debilidad. Es fortaleza. Y es don.
Perdonarse mutuamente requiere una decisión interior, pero es sobre todo una gracia que se pide y se recibe en la oración. Cuando dejamos que Cristo habite en nuestro matrimonio, Él nos regala su amor fiel y nos enseña a mirar al otro con ternura, incluso en el dolor.

Es desde ese amor que se puede reconstruir la confianza, sanar las heridas y volver a empezar. Con Cristo como cimiento, la casa puede levantarse de nuevo sobre roca firme (Mateo 7, 24).

Matrimonios misioneros: un llamado a salir

Más allá de las luchas internas, el matrimonio cristiano está llamado también a ser testigo y luz para otros. El Papa nos anima a que como esposos “primereemos” dentro de la comunidad eclesial: participando, proponiendo, acompañando, sirviendo, caminando junto a los más débiles, animando a otras familias.

La pastoral familiar no es solo un servicio: es una misión, una corresponsabilidad. Los matrimonios, junto con los pastores, están llamados a custodiar y fortalecer esa gran red de Iglesias domésticas que sostiene la vida de la Iglesia entera.

La familia: cuna de la cultura del encuentro

Hoy más que nunca, el mundo necesita hogares que construyan puentes. Familias que sepan tender la mano entre generaciones, transmitir valores humanos y cristianos, mostrar que el amor fiel es posible. Es un desafío que pide creatividad, entrega y fe. Pero es también una fuente inmensa de alegría.

Porque el matrimonio, vivido desde la fe, es un proyecto de amor y de esperanza, no solo para los esposos, sino para toda la sociedad. Es semilla de comunión, de unidad, de futuro.


En resumen:

  • Jesús está en su barca, no lo olviden.
  • La tormenta pasará si lo dejan subir y toman su mano.
  • Recen juntos, abrácense, perdónense.
  • Involúcrense en la comunidad. Sean faros para otras familias.
  • Construyan su hogar sobre la roca firme del amor de Cristo.

Que sus familias sean verdaderas Iglesias domésticas, llenas de fe, esperanza y caridad. Y cuando el mar se agite, no teman. Jesús permanece con ustedes.


📖 Basado en el mensaje del Papa Francisco a las familias y matrimonios cristianos.

🕊️ Escrito con amor para el Movimiento Familiar Cristiano y toda comunidad que cree en el poder del amor fiel.

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Pertenecer al Movimiento Familiar Cristiano: una oportunidad para renovar tu matrimonio y tu familia

En el mundo actual, la familia enfrenta desafíos constantes: falta de tiempo, crisis en la comunicación, presiones económicas, tensiones sociales, y una cultura que muchas veces promueve el individualismo por encima del compromiso. En medio de este panorama, muchos matrimonios se preguntan:
¿Cómo podemos cuidar y fortalecer nuestra vida familiar desde la fe?

El Movimiento Familiar Cristiano (MFC) nace como respuesta concreta a esa necesidad. Es un camino de formación, oración, acompañamiento y misión que ayuda a los matrimonios y familias a vivir su vocación con mayor plenitud, alegría y sentido. Pertenecer al MFC no es una carga más, sino un regalo que transforma la vida familiar desde dentro, con la luz del Evangelio.


1. Fortalecer el vínculo matrimonial con la gracia de Dios

El sacramento del matrimonio es una alianza de amor, sostenida por la gracia. Pero ese amor necesita ser cultivado. En el MFC, los esposos encuentran espacios para dialogar, rezar juntos, compartir con otros matrimonios y crecer en la espiritualidad conyugal.

“El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es jactancioso, no se engríe; no actúa con bajeza ni busca su propio interés.”
(1 Corintios 13, 4-5)

Esta caridad conyugal es el fundamento que el MFC ayuda a nutrir, para que los esposos no caminen solos, sino sostenidos por la gracia y por una comunidad que los acompaña.


2. Redescubrir la familia como Iglesia Doméstica

La Iglesia enseña que la familia cristiana es la primera comunidad donde se vive la fe. En el MFC se ayuda a las familias a redescubrir que su hogar es lugar de encuentro con Dios, donde se ora, se perdona, se celebra y se comparte la fe con los hijos.

“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
(Mateo 18, 20)

En los encuentros del MFC, los matrimonios aprenden a vivir su espiritualidad en lo cotidiano: al preparar la comida, al hablar con los hijos, al tomar decisiones en pareja. Todo puede ser ocasión de gracia cuando se hace desde el amor y la fe.


3. Una comunidad que acompaña y sostiene

Una de las riquezas más grandes del MFC es la vida comunitaria. Pertenecer al movimiento es caminar con otras familias que están en procesos similares, con sus aciertos y desafíos, pero unidas por la fe y el deseo de crecer.

“Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y cumplan así la ley de Cristo.”
(Gálatas 6, 2)

La comunidad se convierte en escuela de vida cristiana, donde no solo se recibe, sino también se da: testimonio, escucha, servicio, amistad. En ella se experimenta la Iglesia viva y cercana, donde nadie se siente solo.


4. Formación integral: humana, conyugal y espiritual

A través de materiales, charlas, talleres, retiros y acompañamiento, el MFC ofrece una formación permanente, adaptada a las etapas de la vida matrimonial y familiar. No se trata solo de “saber más”, sino de aprender a vivir con sentido, desde la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia.

“Educa al niño en el camino que debe seguir, y aun cuando sea viejo no se apartará de él.”
(Proverbios 22, 6)

Esta formación también incluye herramientas prácticas para la vida diaria: cómo comunicarse mejor en pareja, cómo educar a los hijos con amor y firmeza, cómo manejar los conflictos, cómo vivir la sexualidad desde una mirada cristiana, y cómo servir a los demás desde la vocación familiar.


5. Una familia al servicio de otras familias

El MFC no solo forma, también envía. Cada familia es invitada a poner sus dones al servicio de la Iglesia y de la sociedad, acompañando a otras familias, evangelizando en su entorno, y siendo testigos del amor de Dios.

“Tú y tu casa servirán al Señor.”
(Josué 24, 15)

Ese servicio puede darse de muchas maneras: participando en equipos de base, animando a otros matrimonios, dando testimonio en comunidades, colaborando con la pastoral parroquial, y promoviendo valores familiares en medio del mundo.


Tu familia también puede ser luz

El Movimiento Familiar Cristiano no ofrece soluciones mágicas. Pero sí ofrece un camino real y concreto para vivir el matrimonio y la familia desde el Evangelio. Un camino en el que Jesús camina con nosotros, en medio de nuestras imperfecciones, y nos transforma con su amor.

“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.”
(Juan 10, 10)

Si hoy sientes que tu familia necesita crecer, sanar, reencontrarse o simplemente vivir más profundamente su fe… el MFC está para acompañarte.
Porque Dios tiene un sueño para tu familia, y quiere hacerlo realidad contigo.

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Fin de Semana de Gracia, Formación y Comunión en el MFC

“Familias en Cristo, al servicio de las familias”

Este primer fin de semana de julio fue un verdadero regalo de Dios para muchas comunidades del Movimiento Familiar Cristiano en diversas diócesis del país. Con una intensa agenda de actividades, retiros, cursos y encuentros, vivimos días llenos de espiritualidad, formación y fraternidad, donde el Espíritu Santo se hizo presente en cada corazón abierto a la gracia.
“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18, 20)


Retiro de Kerygma – Base San Lorenzo Caaguazú

El sábado y domingo se llevó a cabo el Retiro de Kerygma en la Casa de Retiros Jesús Misericordioso, organizado por la Base San Lorenzo de Caaguazú. Fueron dos días de profunda oración, reflexión y alegría compartida en comunidad.

Agradecemos de corazón a los matrimonios participantes, así como a los matrimonios servidores que con generosidad ofrecieron su tiempo, amor y servicio a los demás. Damos gracias a Dios por cada corazón tocado y renovado. Sigamos caminando juntos, anunciando la Buena Nueva.
“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Corintios 9, 16)


Segundo Momento de Matrimonio Joven – Base María Auxiliadora de Minga Guazú

En la Casa de Retiro Padre Pedro Richards, de la Diócesis de Ciudad del Este, se vivió un encuentro muy especial: el Segundo Momento de Matrimonio Joven, con la participación de matrimonios de la Base María Auxiliadora de Minga Guazú.

Fueron jornadas de compartir, orar, reflexionar y renovar el amor en pareja, siempre de la mano de Dios. Gracias a cada matrimonio joven por decir “sí” a este tiempo de crecimiento y a los servidores que entregaron su tiempo y corazón para hacerlo posible. Un fin de semana para fortalecer el “sí” de cada día.
“El amor es paciente, es servicial… todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13, 4-7)


Jornada de Pesca Juvenil – Base Villa Hayes

La alegría y el espíritu misionero se hicieron sentir con fuerza este domingo 6 de julio durante la Segunda Jornada de Pesca Juvenil de la Base Villa Hayes. Fue un espacio lleno de amistad, fe y compromiso, donde nuestros jóvenes fortalecieron sus vínculos y renovaron su deseo de ser pescadores de jóvenes para Cristo.
“Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres.” (Marcos 1, 17)

Agradecemos a cada joven, a sus familias y a los matrimonios servidores que hicieron posible este hermoso momento de encuentro. Construyamos juntos una juventud viva, alegre y comprometida con el Evangelio.
“Nadie te menosprecie por ser joven; al contrario, sé ejemplo para los creyentes.” (1 Timoteo 4, 12)


16º Encuentro Conyugal – Base Parroquial San Estanislao

En la Diócesis en Formación de San Pedro, la Base Parroquial San Estanislao organizó con mucho amor su 16º Encuentro Conyugal. Damos gracias a Dios por cada matrimonio que aceptó esta invitación a crecer y fortalecerse, y por los servidores que, una vez más, demostraron su entrega y compromiso con la misión. Dios bendiga su sí generoso.
“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Mateo 19, 6)


Formación Continua para Servir Mejor

También queremos destacar que durante estos días se desarrollaron varios cursos de formación en distintas diócesis donde el MFC tiene presencia. Algunas de las temáticas abordadas fueron:

  • Curso de Administración del Tiempo
  • Curso de Metodología y Coordinación de Promotores
  • Liturgia Eucarística
  • Curso de Nociones Básicas de la Biblia
  • Curso de Ser y Hacer del Equipo Coordinador de Base
  • Y otras instancias formativas que fortalecen nuestra misión

Gracias a todos los matrimonios que se animan a formarse para servir mejor, ayudando a otros matrimonios a crecer en la fe y en la vida familiar.
“Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que se la pida.” (1 Pedro 3, 15)


Sigamos Caminando Juntos

Este fin de semana fue una hermosa muestra de que cuando las familias se abren a Dios y a la comunidad, suceden cosas grandes. Agradecemos a todos los que participaron, sirvieron, animaron y apoyaron cada una de estas actividades.

El MFC Paraguay sigue vivo, en camino, y con el corazón dispuesto a evangelizar.
“Familias en Cristo, al servicio de las familias”

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Espiritualidad Conyugal e Iglesia Doméstica

I. ESPIRITUALIDAD CONYUGAL

1. Familia y Sagrada Escritura

23. El matrimonio y su consecuencia, la familia, son, ante todo, una realidad humana, condicionada por la realidad histórica y cultural en que están envueltas.

24. En el Antiguo Testamento, el matrimonio fue uno de los medios usados por el Señor para revelar la alianza de amor entre Él y su pueblo. Algunos profetas explicaron esta alianza con el ejemplo del amor nupcial e hicieron de la dinámica esposo-esposa, la figura de la relación del Señor con el pueblo de Israel. Esta relación, basada en la fidelidad constante del Señor, fue vivida por el pueblo escogido en su contexto histórico, con las limitaciones provocadas por factores globales (históricos, políticos, socioeconómicos y culturales) y por factores inherentes al propio hombre: dudas, avances y retrocesos, aceptación y rechazo, disponibilidad y desconfianza, entrega y traición.

25. En los primeros tiempos de la Iglesia, los judíos recién convertidos continuaban respetando las costumbres semitas en relación al matrimonio, mientras los gentiles convertidos, aceptaban la legislación y costumbres grecorromanas.

26. Basándose en el Antiguo Testamento, San Pablo coloca la vivencia conyugal dentro del contexto de la salvación y del misterio de Cristo y dice que esta realidad humana es “un gran misterio”, que tiene como punto de referencia la relación de Cristo con su Iglesia (Ef. 5,32).

2. Doble perspectiva: realidad humana y sacramento

27. Asimismo, en la carta a los Corintios, escribiendo sobre el casamiento de los cristianos, dice “Aquel que se case, cásese en el Señor”. Lo cual significa asumir la realidad vivencial a la luz del Evangelio, con todas sus perspectivas y exigencias.

28. El amor conyugal, que hace de los dos una sola carne como Cristo y su Iglesia, sin perder nada de su autenticidad humana, se transforma en signo y testimonio, portador real y eficaz del amor salvador de Cristo por su Iglesia. Por eso, el amor conyugal vivido por los cristianos, en cualquier contexto sociológico y cultural, es sacramento, signo transmisor del amor que lo trasciende y en él se realiza.

29. Esta doble perspectiva del matrimonio, que es una realidad humana y a la vez sacramento-misterio de salvación, no ha sido siempre comprendida a través de la historia. En la catequesis, en la teología del matrimonio y en la propia moral conyugal se ha marcado, muchas veces, uno solo de estos aspectos.

30. No comprendemos fácilmente cómo una realidad que por ser humana es relativa e imperfecta, puede ser, al mismo tiempo, un sacramento de salvación y por tanto permanente y perfecto. Por esto situamos, muchas veces, su dimensión sacramental en una línea conceptual desvinculada e independiente de la realidad de vida y asumida día a día por los cónyuges.

31. El Sacramento no santifica las formas sociales y culturales del matrimonio, sino la interrelación personal, que en cada pareja se vive y expresa en forma diferente.

32. Para la vivencia de la espiritualidad conyugal, es necesario profundizar el amor humano entre hombre y mujer, con todas sus implicaciones, como el MFC lo ha hecho desde su fundación. Este amor, que puede ser analizado en sus diversos aspectos (sexualidad, amistad, socialización), forma un todo, una realidad integral.

33. La sexualidad, atracción por el otro sexo, es un don específico del Señor, que hace clamar al hombre de todos los tiempos “Esto sí es carne de mi carne y huesos de mis huesos”, constituye un vehículo fundamental de comunicación entre el hombre y la mujer. Pero por un concepto dualista de la naturaleza, se pueden llegar a dos extremos: o una desfiguración angelista que toma la sexualidad solamente como instrumento para la procreación o a una concepción exclusivamente erótica y materialista, que hace de la sexualidad solo un instrumento de placer.

La atracción de la sexualidad va encaminada a la comunicación, donación, aceptación, complementariedad y amistad conyugal de dos seres humanos, que alcanzan su máxima expresión en el hijo y debe ser recolocada en su lugar verdadero y fundamental dentro de la naturaleza humana.

La sexualidad no es una dimensión parcial del hombre; no es simplemente biológica, ni puede reducirse tampoco al encuentro del acto conyugal. El hombre, varón y mujer, es siempre un ser sexuado y por esto la sexualidad ha de tomarse en relación a toda la persona, en sus dimensiones de: corporeidad, intimidad, relación con el otro y consigo mismo, comunicación, creación, construcción de la sociedad. Esta, así entendida, eleva al ser humano en toda su integridad de persona y sitúa a hombre y mujer en un proceso de liberación en el que conjuntamente afrontan los interrogantes que plantean la afectividad, el amor, la vida, el Sacramento. El placer, dentro de la esencia constitutiva de la sexualidad, escapa a muchos cristianos como consecuencia de ideas adversas y de una catequesis en la que no se la valoraba positivamente; este debe ser entendido en su totalidad, como un elemento bueno y deseable que expresa y celebra el placer de la unión conyugal. Así el acto conyugal marcado por la afectividad, la unidad, la entrega, la alegría de vivir unidos, el placer de estar juntos en la vida en común, la comunicación, la interrelación personal es una celebración de todas las realidades del amor de hombre y mujer, en una dimensión profunda del matrimonio sacramentado. Dada la realidad en que ha venido utilizándose la mujer para satisfacer los instintos del hombre, debe destacarse el valor y dignidad humana de ambos, en una nueva formulación de la sexualidad, en toda su amplitud, como expresión de plenitud y de entrega, pero que también puede convertirse en instrumento de poder, de dominación y de manifestación de egoísmo.

3. Expresión social del matrimonio

34. El amor del hombre y la mujer no es un fenómeno que afecta exclusivamente a los dos, sino a toda la sociedad. En consecuencia, en todas las épocas y culturas la unión conyugal ha sido y es un hecho social.

35. Si el amor conyugal es manifestación y presencia del amor del Señor a su Iglesia, cada matrimonio cristiano debe saber descubrir en cada una de las facetas de su vida los valores que la trascienden, para hacer de ellos camino y expresión de su espiritualidad: de tal forma que en la manifestación de entrega de una persona a otra a pesar de su limitación e inseguridad ante el futuro se dé la señal de entrega definitiva y sin reservas al totalmente otro, a Dios.

36. En el matrimonio cristiano es fundamental una manifestación externa y pública de los dos, que se ofrecen como testigos del amor de Cristo a su Iglesia, y de la comunidad que los recibe y apoya en este nuevo compromiso eclesial y humano.

37. El amor de los esposos es un amor existencial y dinámico, no conceptual y estático, que se va construyendo a lo largo de los años, de los días y de las horas, en la dinámica de la interrelación personal y familiar. Y esta dinámica amorosa, constituida de totalidad y limitaciones; del sí, del no, del tal vez; de riqueza y pobreza; de fidelidad y de faltas, es una señal testimonio portador real y eficaz (sacramento), del misterio de la salvación del Señor. Como la Iglesia, Sacramento de Cristo, sana y necesitada de purificación, el matrimonio camina entre la gracia y el pecado, entre la limitación y la plenitud, ansiosamente perseguida, pero nunca alcanzada, manifestando en diversos grados y formas su valor trascendente.

38. El matrimonio de los esposos cristianos, legítimamente constituido, no siempre manifiesta claramente el misterio de Cristo y su Iglesia, que es amor fiel, fecundo hasta la muerte “y muerte de Cruz”. También puede ocurrir que el amor de los cónyuges cuya unión no está legítimamente establecida, sea una manifestación de la bondad del Señor, cuando en ellos “hay valores de unidad, fidelidad y responsabilidad” (Puebla N° 578).

Esto implica un fuerte llamado del Señor y de la comunidad para todo matrimonio cristiano, a una vivencia más plena de su amor, y al mismo tiempo, a una comprensión de todas las demás parejas que viven el amor conyugal.

4. Factores globales que condicionan a la familia

39. Igualmente, el matrimonio (amor humano y sacramento de salvación) permanece condicionado por factores globales (culturales, sociales, políticos y económicos), adquiriendo expresiones y tipos diversos de familia.

40. El sacramento no está ligado a una forma determinada de familia, de tal manera que podamos llamarla “familia cristiana”, sino a la propia dinámica del amor, donación y aceptación mutua.

41. Los factores globales condicionantes, aunque a veces han sido enriquecedores, como es el descubrimiento más profundo de la psicología del ser humano y la naturaleza de la sexualidad, son en nuestra sociedad muchas veces opresores y empobrecedores, como los que enumeran los obispos en el documento de Puebla. Estos son los retos a los que permanentemente tienen que responder cada matrimonio y el MFC, como institución en su misión de hacer posible la vivencia conyugal más plena.

5. Nuevos caminos pastorales

42. Los caminos pastorales, asumidos hoy por la Iglesia y por el MFC como Movimiento de Laicos, deben ayudar a las familias a descubrir que la vivencia del Sacramento del Matrimonio no supone la existencia de familias idealmente perfectas. Supone, eso sí, la existencia de auténticas familias humanas, dispuestas a dar al amor que une a sus miembros, la amplitud de la dimensión sacramental: que es “señal” del amor salvífico del Señor, en el contexto concreto en que está envuelta.

Por esto los caminos pastorales buscarán:

a. Colocar las familias dentro del actual proceso de evolución global o cultural que hoy las debilita y las sitúa.

b. Llevarlas a revisar constantemente este proceso, actualizándolo y criticándolo delante de los siguientes puntos de referencia:

  • Aspiraciones fundamentales de los esposos y de sus familias.
  • Aspiraciones y llamadas del mundo de hoy.
  • Exigencias evangélicas.

43. Estas exigencias evangélicas, fundamentadas en el mandamiento del amor, tienen una respuesta concreta para cada pareja, por el hecho de ser señal y presencia del amor de Cristo a su Iglesia, que es una entrega total, con una fidelidad dinámica que lo hace crecer cada día y, por tanto, tiene como consecuencia ser un amor para siempre. Nadie tiene mayor amor que aquel que da su vida por el amigo.

II. FAMILIA: IGLESIA DOMÉSTICA

1. Familia: Iglesia Doméstica al interior de sí misma

44. La familia “ha merecido muy bien, en los diferentes momentos de la historia y en el Concilio Vaticano II, el hermoso nombre de Iglesia Doméstica. Esto significa que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera” (E.N. 71), lo cual supone la vivencia familiar de la fe, la esperanza y el amor, que se han de expresar entre otras formas, en la liturgia familiar, en la comunión y participación y en la reconciliación.

45. En la familia cristiana encuentran su pleno desarrollo cuatro relaciones fundamentales de la persona humana: “paternidad, filiación, hermandad, nupcialidad”. Estas mismas cuatro relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de ser hijos en, con y por el Hijo, experiencia en Cristo como esposo de la Iglesia. La vida en familia produce y participa en pequeño estas cuatro experiencias fundamentales; cuatro rostros del amor humano” (Puebla 583). Porque “La familia es imagen de Dios, que en su misterio más íntimo no es soledad, sino una familia. Es una alianza de personas a la que se llega por vocación amorosa del Padre, que invita a los esposos a una íntima comunidad de vida y de amor” (Puebla 582). Lo anterior manifiesta la importancia de la espiritualidad conyugal para la Iglesia Doméstica, que hunde sus raíces en el misterio trinitario.

46. En la trama de la existencia familiar se dan a la vez luces y sombras, dolores y gozos, fracasos y esperanzas, que son participación de la familia en el misterio pascual de Cristo, misterio de Muerte y Resurrección.

2. Familia Iglesia Doméstica como evangelizadora

47. La familia, Iglesia Doméstica, se va haciendo evangelizadora tanto dentro de ella como hacia la comunidad, anunciando la Buena Nueva a través del testimonio, la proclamación explícita del mensaje de Jesús, en unión con la Iglesia, y como partícipes en la construcción del Reino (E.N. 21, 22, 23, 24).

48. “La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde este se irradia” (E.N. 71).

49. Para la realización de la persona es fundamental que al interior de la familia cada uno dé, a través de su amor, la Buena Nueva del amor de Dios como mensaje de salvación. “Dentro pues de la familia… todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no solo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido” (E.N. 71).

50. Hacia la comunidad, la familia, como Iglesia Doméstica, está llamada a ser evangelizadora, profética y liberadora (Cfr. Puebla 591).

51. La familia no podrá transmitir la fe si esta no está arraigada en lo profundo e identificada con la vida, para poder proponerla en un diálogo abierto al mundo y a su momento histórico, insertándose en los acontecimientos y comprometiéndose con el hombre y su historia.

52. La familia, Iglesia Doméstica, responde “aquí y ahora” a la interpelación del Señor. Para ello debe escrutar los signos de los tiempos y conocer la realidad en que vivimos y viven nuestros hermanos, concientizándose de la situación de injusticia de todo orden (religioso, social, cultural, económico y político) con el fin de anunciar en esta realidad la salvación de Cristo, y denunciar todo aquello que va contra la dignidad de la persona humana: “¿cómo proclamar el mandamiento nuevo, sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (E.N. 31).

3. El MFC, medio eficaz para vivir Iglesia Doméstica

53. El MFC busca ser medio eficaz para que la familia vaya entendiendo lo que significa la espiritualidad conyugal y la Iglesia Doméstica, capacitándola para que viva esta espiritualidad entre sus miembros, y también con otras familias, con el fin de que puedan servir a la misión que toda Iglesia tiene que realizar (Cfr. A.A. 19).

Con este fin se procura:

  • Buscar medios para que se viva la espiritualidad conyugal.
  • Tratar de que sus miembros logren una vida integral en la que se rompa el dualismo: fe y vida.
  • Hacer conscientes a sus miembros de lo que significa que la familia es Iglesia Doméstica, donde se vive el vínculo del amor, de comunidad y vida, de fe y de oración, de testimonio y compromiso.
  • Encontrar medios para que la familia, Iglesia Doméstica, no sea una isla sino que debe integrarse a otras familias, para vivir una auténtica vida de comunidad cristiana, con el fin de obtener elementos para ser fermento en comunidad.

LIBRO SUSUSU