Las palabras son como semillas: lo que sembramos con ellas, tarde o temprano dará fruto. En el matrimonio, esta verdad se vuelve aún más profunda. Las palabras que decimos —y cómo las decimos— tienen el poder de edificar o destruir, de sanar o herir, de acercar o alejar a nuestro cónyuge.
“La muerte y la vida dependen de la lengua, y los que son indulgentes con ella comerán de su fruto.”
—Proverbios 18, 21
Cada palabra deja una huella en el corazón del otro. A veces, una frase dicha sin pensar puede abrir heridas que tardan años en sanar. Pero también, una palabra oportuna puede ser bálsamo de consuelo, chispa de esperanza o afirmación que fortalece el amor.
Jesús nos enseña:
“Porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
—Mateo 12, 34
Si nuestro corazón está lleno de enojo o resentimiento, eso se reflejará en nuestras palabras. Pero si dejamos que Dios llene nuestro interior con Su ternura y paz, entonces nuestras palabras serán reflejo de Su amor.
¿Cómo cuidar nuestras palabras en el matrimonio?
Orar antes de hablar
No todo lo que pensamos debe ser dicho. Antes de reaccionar impulsivamente, pidamos al Espíritu Santo dominio propio. Un silencio orante puede evitar muchas heridas.
Hablar con amor, incluso en los desacuerdos
La verdad sin caridad puede ser crueldad. Aun cuando tengamos que corregir o expresar algo difícil, el tono, el momento y la forma importan.
“Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido.”
—Colosenses 4, 6
Pedir perdón cuando herimos
Nadie es perfecto. Pero un “perdón, me equivoqué” puede sanar más que mil explicaciones.
Bendecir en vez de maldecir
Es fácil caer en críticas o burlas cuando estamos frustrados. Pero Dios nos llama a bendecir, incluso en los momentos difíciles.
“El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
—Lucas 6, 45
Alentar y afirmar lo bueno del otro
Nunca deben faltar palabras de aliento, reconocimiento y ternura. Un “gracias”, un “te admiro”, o un “confío en ti”, pueden reavivar el amor y la unidad.
Las heridas provocadas por las palabras pueden ser invisibles, pero muy profundas. Algunos matrimonios llevan años arrastrando frases que nunca debieron decirse. Por eso, especialmente en los momentos de cansancio, frustración o dolor, cuidemos lo que decimos.
Pidamos a Dios la gracia de tener labios que bendigan, lenguas que consuelen y palabras que construyan.
“El que vigila su boca protege su vida, el que abre demasiado sus labios acaba en la ruina.”
—Proverbios 13, 3
Hoy más que nunca, decidamos usar nuestras palabras para edificar nuestro matrimonio. Seamos verdaderos instrumentos del amor de Dios.
Porque una palabra dicha con amor puede cambiar un día, sanar una herida… o reavivar una historia entera.