Vivir el amor matrimonial a la luz de Gálatas 6,2
“Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.”
(Gálatas 6, 2)
Una de las verdades más profundas del amor cristiano es que no se vive en solitario. Jesús nos enseñó que amar es donarse, es servir, es cargar la cruz del otro sin quejarse y caminar al lado del hermano en su sufrimiento.
Cuando san Pablo escribe a los Gálatas esta invitación a llevar las cargas del otro, no habla solo a una comunidad en general… también nos habla hoy, a vos y a tu cónyuge, en lo más íntimo del camino matrimonial.
El amor se mide en las cargas compartidas
Una pareja no se construye solo en los momentos felices. Se edifica, sobre todo, cuando uno sostiene al otro en la debilidad. En esos días donde tu esposo o tu esposa está cansado, ansioso, triste o confundido… y vos elegís quedarte, escuchar, abrazar, rezar, cargar.
“El amor es paciente, es servicial; no es envidioso ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal.”
(1 Corintios 13, 4-5)
Ese amor es el que sostiene el matrimonio. No el de las fotos perfectas, sino el de los gestos cotidianos: hacer silencio cuando el otro necesita paz. Orar por él o por ella en secreto. Preparar algo con cariño cuando sabés que tuvo un mal día. Decir con ternura: “Estoy con vos, no te suelto.”
Dos, pero uno en alma y misión
Jesús dijo:
“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.”
(Mateo 19, 5)
Ser una sola carne no es solo una unión física o emocional. Es compartir las cargas de la vida como si fueran propias. Cuando tu cónyuge está angustiado, eso también te toca. Cuando él o ella lleva una cruz, vos estás llamado a ponerte a su lado y ayudarle a cargarla con amor y humildad.
“Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón; así encontrarán descanso.”
(Mateo 11, 29)
Cristo no nos quita las cargas, pero nos enseña a llevarlas con otro corazón. Él mismo se hace presente cuando decidimos sostener al otro en su yugo.
No se trata de resolver, sino de acompañar
A veces, como esposos, sentimos que tenemos que “arreglar” todo lo que al otro le pasa. Pero muchas veces, el mejor acto de amor no es dar una solución, sino ser presencia fiel. Estar, consolar, abrazar. Caminar al lado aunque no se entienda del todo.
A veces la carga del otro es invisible: una preocupación que no se dice, una tristeza arrastrada en silencio, una lucha espiritual que se enfrenta en soledad. Por eso, estar atentos al alma del cónyuge es parte del amor: mirar con el corazón, escuchar más allá de las palabras, y ofrecer presencia antes que soluciones.
Llevar la carga del otro no significa resolverle todo, sino decir con gestos y acciones:
“No estás solo, no estás sola. Estoy con vos. Esto que llevás, también es mío.”
Y así, lo que parecía imposible de sobrellevar, se vuelve más liviano.
“Mejor son dos que uno… porque si caen, uno levanta al otro.”
(Eclesiastés 4, 9-10)
Dios nos regaló el matrimonio para no caminar solos. Porque cuando uno cae, el otro puede ser fuerza, esperanza, guía y consuelo. Qué regalo inmenso cuando lo vivimos desde esta perspectiva.
No se trata de tener un matrimonio perfecto, sino de vivirlo con fidelidad y ternura, aún en la imperfección. Porque cuando las cargas se comparten, se transforman. Cuando se ora juntos, se fortalecen. Y cuando el amor está anclado en Dios, ni las tormentas ni los días oscuros tienen la última palabra.
¿Cómo ayudarse a llevar las cargas en la vida diaria?
Pequeños gestos hacen la gran diferencia:
- Escuchar sin juzgar.
- Orar por tu esposo o esposa todos los días, incluso (y especialmente) cuando no lo diga.
- Pedir perdón con humildad y ofrecer perdón con generosidad.
- Tomar la iniciativa de hablar cuando veas que el otro se cierra.
- Compartir una palabra de Dios cuando el ánimo flaquee.
- Recordar con gestos simples que están juntos en esto, que no se trata de que cada uno “aguante lo suyo”, sino de que lo vivan como uno solo.
“Sigan soportándose y perdonándose mutuamente siempre. Así como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes.”
(Colosenses 3, 13)
Cumplir la ley de Cristo desde casa
Cumplir la ley de Cristo no se reduce a normas. Es, sobre todo, una actitud del corazón que ama como Él ama: sin medida, sin condiciones, sin buscar lo propio.
“No hagan nada por egoísmo o vanagloria; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.”
(Filipenses 2, 3)
Ese amor que carga con ternura, que no abandona, que espera y que sirve… esa es la ley de Cristo vivida en el matrimonio. Y cuando se vive así, el hogar se transforma en tierra santa, aún en medio de las dificultades.
Oración para esposos
Señor Jesús,
hoy te pedimos que nos enseñes a amar como vos amás.
Que no huyamos de las cargas del otro, sino que las abracemos con ternura.
Que tengamos un corazón compasivo, paciente, dispuesto a servir.
Danos la gracia de ser uno en Ti, de sostenernos en las luchas y de no soltarnos en las tormentas.
Que nuestro matrimonio sea testimonio de tu amor.
Amén.
Conclusión
Tu matrimonio no será medido por los días fáciles, sino por las veces que decidiste quedarte, cargar, acompañar y seguir amando cuando era difícil hacerlo.
Esa es la verdadera victoria del amor en Cristo. Porque cuando tu carga pesa… yo la llevo contigo. No por obligación, sino por amor. Y en eso, se cumple la ley de Cristo.