medida-web-mfcpy

El Amor Conyugal: Un Camino de Luz para la Familia Cristiana

En el corazón de la vida del Movimiento Familiar Cristiano (MFC) late una profunda convicción: el matrimonio es un regalo de Dios, un camino de santidad y una fuente inagotable de gracia. En una época de grandes cambios y desafíos, la Carta Encíclica Humanae Vitae de S.S. Pablo VI se alza como una luz clara y serena, que nos guía hacia la verdad y la plenitud del amor conyugal. Aunque fue escrita hace más de medio siglo, sus enseñanzas resuenan con una actualidad asombrosa, ofreciéndonos un mapa para vivir el amor que Dios mismo ha soñado para cada pareja.

Hoy, más que nunca, necesitamos redescubrir la grandeza de nuestro “sí” conyugal, no como un simple compromiso humano, sino como una respuesta a un llamado divino. La Humanae Vitae nos invita a mirar el matrimonio desde su origen supremo, en Dios mismo, y a comprender que el amor que nos une tiene un significado y una nobleza que trascienden lo puramente terrenal. Es un amor que, si se vive en su plenitud, se convierte en el cimiento de la Iglesia doméstica y en un testimonio vivo de la misericordia de Dios para el mundo.

El Matrimonio: Un Diseño de Amor, no de Casualidad

“El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.” (HV, 8)

Esta frase es el punto de partida de toda nuestra reflexión y es vital para entender la vocación matrimonial. En una sociedad que tiende a relativizar todo, el Papa San Pablo VI nos ancla a una verdad inmutable: el matrimonio tiene un origen divino. No es un invento del ser humano, ni el resultado de fuerzas biológicas ciegas. Es una “sabia institución del Creador”, el fruto de un designio de amor que Él ha querido inscribir en el corazón de cada hombre y mujer.

Para nosotros, en Paraguay, donde la familia es el pilar de nuestra identidad, esta verdad resuena con especial fuerza. Entendemos que el hogar es un “ñembo’e ha’e tekove” (oración y vida), y que la unión de un hombre y una mujer es un acto sagrado. Dios, que es la fuente de todo amor y toda paternidad, ha querido que los esposos sean sus colaboradores en la creación. A través de la “recíproca donación personal”, la pareja no solo se perfecciona mutuamente, sino que también participa en el milagro de la vida, colaborando con Dios en la “generación y en la educación de nuevas vidas”.

En los bautizados, este designio de amor alcanza una dimensión aún más profunda. El matrimonio se convierte en un signo sacramental, un signo visible de la gracia invisible. Representa, de manera tangible, la unión de Cristo con la Iglesia, un amor incondicional, fiel y fecundo. Como decía San Juan Pablo II, el matrimonio cristiano es el “primer sacramento de la comunión”, un lugar donde se vive y se celebra el amor de Dios en el día a día, transformando la rutina en un camino hacia el Cielo.

Las Cuatro Características del Amor Conyugal: Un Mapa para la Santidad

La Humanae Vitae no se queda en la teoría, sino que nos presenta un mapa claro para vivir este amor en la práctica, a través de sus cuatro características esenciales. Comprender y abrazar estas notas es el secreto para construir una vida matrimonial no solo feliz, sino santa.

1. Un Amor Plenamente Humano: La Voluntad al Servicio del Corazón

“Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre…” (HV, 9)

El amor conyugal no es un amor a medias. Es un amor que involucra todas las dimensiones de la persona: el cuerpo, el corazón y el espíritu. Claro que tiene una parte sensible, que se manifiesta en la atracción, el afecto y la ternura. Es ese “flechazo” inicial que todos los matrimonios recuerdan. Pero el Papa San Pablo VI nos recuerda una verdad crucial: el amor conyugal es principalmente un acto de la voluntad libre.

Esta es la clave para la felicidad a largo plazo. Los sentimientos, como el clima en nuestra tierra paraguaya, son variables y pueden cambiar. El amor de la voluntad, en cambio, es como las sólidas raíces de un lapacho: no importa si llueve o si hace calor, sigue firme. Es la decisión consciente de amar al otro cada día, incluso cuando no se siente. Es el “mbarete” (la fuerza) que se necesita para levantarse después de una pelea, para perdonar una ofensa o para seguir sirviendo al otro en medio del cansancio.

En el MFC, sabemos que este amor se construye en las pequeñas cosas. No se trata de grandes gestos románticos, sino de la paciencia en el tráfico, de la escucha atenta después de un día difícil, de la oración en pareja. La voluntad libre es lo que hace que un matrimonio no solo sobreviva a los “dolores de la vida cotidiana”, sino que crezca y se fortalezca a través de ellos, convirtiendo a los esposos en “un solo corazón y en una sola alma”.

2. Un Amor Total: La Generosidad que se Desborda

“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.” (HV, 9)

El amor total es un amor que no se guarda nada para sí mismo. Es una entrega completa, un “darse sin medida”. Cuando un matrimonio vive este amor, no hay secretos, no hay rincones oscuros, no hay “cálculos egoístas” sobre lo que se da y lo que se recibe. Se vive en una amistad profunda donde los esposos comparten todo: sus bienes, sus sueños, sus miedos, sus debilidades y sus fortalezas.

Esta totalidad se expresa de manera sublime en el acto conyugal, un lenguaje sagrado de entrega total. Es aquí donde el esposo se entrega totalmente a la esposa y viceversa, en cuerpo y espíritu, en una comunión que simboliza la unidad más profunda posible. La Humanae Vitae nos advierte que cualquier acto que rompa este lenguaje de totalidad—como la anticoncepción—va en contra de la esencia misma del matrimonio. Negar la fertilidad es negar la entrega total de uno mismo, es decir: “te doy todo, pero no mi fertilidad.” Esto rompe el signo sacramental y debilita la comunión de la pareja.

El amor total es una forma de morir a uno mismo para que el otro pueda vivir plenamente. Es el gozo que experimenta quien ama de verdad, “de poderlo enriquecer con el don de sí.” Es un amor generoso que, en la cultura del MFC, se desborda y llega a otros matrimonios, creando una red de apoyo y amistad que nos ayuda a vivir esta totalidad en nuestro día a día.

3. Un Amor Fiel y Exclusivo: Un Sello para la Eternidad

“Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte.” (HV, 9)

La fidelidad es un sello que Dios pone en el corazón de la pareja el día de su boda. Es la promesa de que el amor que se han jurado es un amor para siempre, un amor que no se rompe ni se diluye con el tiempo. Hoy en día, la fidelidad se ve a menudo como una cadena que limita la libertad, pero la Humanae Vitae nos recuerda que es todo lo contrario: es una fuente de felicidad profunda y duradera.

La fidelidad es el cimiento sobre el cual se construye la confianza. En un matrimonio fiel, no hay lugar para el miedo o la incertidumbre. Ambos cónyuges saben que, sin importar las tormentas que la vida traiga, su pareja estará a su lado. Esta certeza libera a los esposos para que puedan entregarse el uno al otro sin reservas, sabiendo que su amor es seguro.

El Papa San Pablo VI nos dice que la fidelidad “a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria.” Esta es una llamada a la esperanza para todos los matrimonios. La fidelidad no es una hazaña de superhéroes, sino una gracia que se nos da en el sacramento y que se renueva cada día con la oración, el diálogo y la ayuda de nuestra comunidad. El ejemplo de los “numerosos esposos a través de los siglos” que han vivido la fidelidad es un recordatorio de que, con la ayuda de Dios, este camino es posible y conduce a la verdadera alegría.

4. Un Amor Fecundo: La Abundancia de la Vida

“Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. ‘El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres.'” (HV, 9)

El amor verdadero no puede ser estéril. Un amor que se cierra a la vida, se cierra al amor mismo. La Humanae Vitae nos enseña que el amor conyugal es inherentemente fecundo, “ordenado por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole”. Los hijos no son una carga o un accesorio, sino “el don más excelente del matrimonio”.

En la cultura paraguaya, la llegada de un “mitã’i” (niño) es siempre una bendición, una alegría que se comparte con toda la familia y la comunidad. Y esto es porque, intuitivamente, entendemos que los hijos son un regalo que nos saca de nuestro egoísmo, nos enseña a amar de manera más sacrificial y nos lleva a un nivel de madurez que de otra manera sería difícil de alcanzar.

La encíclica nos invita a una paternidad responsable, que no es un eufemismo para evitar la vida, sino un llamado a un discernimiento serio y en oración sobre el número de hijos que Dios nos llama a tener, confiando siempre en Su providencia. Un matrimonio que vive un amor plenamente humano, total, fiel y fecundo, se convierte en un faro de esperanza, mostrando al mundo que es posible amar y acoger la vida con generosidad y alegría, como Dios lo ha soñado.

Conclusión: Un Llamado a la Esperanza y la Acción

La Humanae Vitae de San Pablo VI no es un documento de prohibiciones, sino una carta de amor, un grito de esperanza para todos los matrimonios. Nos invita a redescubrir la grandeza de nuestra vocación, a vivir un amor que es un reflejo del Amor de Dios. Nos recuerda que nuestro matrimonio no es una casualidad, sino un plan divino, y que tenemos en nuestras manos el poder de construir la Iglesia doméstica, un lugar donde el amor, la fe y la vida florecen.

Para los matrimonios del MFC, esta encíclica es un llamado a la acción. Es un recordatorio de que somos llamados a ser testigos valientes de la verdad del matrimonio, a vivir un amor que sea humano, total, fiel y fecundo, y a compartir nuestra experiencia con otros. Que nuestra vida conyugal sea un testimonio vivo de la belleza del plan de Dios, y que el amor que nos une sea un manantial de gracia y esperanza para nuestra Iglesia y nuestra patria.

Cita Bíblica: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.” (Efesios 5, 25)

CARTA ENCÍCLICA

HUMANAE VITAE

DE S. S. PABLO VI

fotor_1746404234733

MFC Juvenil: Transformando Vidas a través de la Fe y la Comunidad

¿Qué es el MFC Juvenil?

El MFC Juvenil es un movimiento católico de laicos que busca desarrollar los valores humanos y cristianos a través de la experiencia de la vida en familia. Nuestra misión es brindar una formación integral, pedagógica y sistemática para que los jóvenes y adolescentes se conviertan en promotores del evangelio y construyan el Reino de Dios desde sus propios hogares.

Creemos firmemente que la familia es el pilar de la sociedad y el futuro de las personas. Por ello, nuestra visión es que cada familia se convierta en un fermento de vida cristiana en su comunidad, anunciando, celebrando y sirviendo el evangelio. Esta visión no es solo un ideal, sino un llamado a la acción. Buscamos que cada joven y cada matrimonio asesor se convierta en una luz que ilumine a los demás, demostrando cómo se vive la fe en el mundo moderno. Es a través de este compromiso que logramos construir una comunidad más fuerte, basada en la solidaridad y el amor cristiano.

La Estructura y el Compromiso

La capacitación se centra en entender la estructura del MFC, desde los Equipos Básicos hasta los Equipos Coordinadores, y la importancia de cada rol, especialmente el del Joven Promotor y el Matrimonio Asesor. Juntos, forman una red de apoyo y formación para guiar a los jóvenes en su crecimiento personal y espiritual. El Joven Promotor es el motor del equipo, responsable de guiar las discusiones y motivar a sus pares. Por otro lado, el Matrimonio Asesor brinda su experiencia y sabiduría, actuando como un faro de guía y apoyo para los jóvenes. Esta sinergia es crucial para asegurar que la formación sea tanto relevante para los jóvenes como sólida en su base de fe.

En el corazón de nuestro movimiento están las “6 Exigencias Básicas” que nos guían en nuestro día a día:

  1. Vida de Equipo: Fomentar la comunión y el apoyo mutuo. Más allá de solo reunirse, esto significa compartir las alegrías y las cargas, orar juntos y celebrar los éxitos del otro. Es en esta comunidad donde encontramos la fuerza para perseverar.
  2. Hospitalidad: Abrirnos a los demás con amor y generosidad. Esto no solo se refiere a abrir las puertas de nuestras casas, sino a abrir nuestros corazones a quienes lo necesitan, acogiendo a los nuevos miembros y creando un ambiente donde todos se sientan valorados y amados.
  3. Estudio: Profundizar en nuestra fe y en los temas de formación. El estudio nos equipa con las herramientas necesarias para defender nuestra fe y aplicarla a los desafíos de la vida diaria.
  4. Vida de Oración: Mantener una relación constante con Dios. La oración es el diálogo con Dios que nutre nuestra alma y nos da la dirección en nuestras vidas. Es la fuente de la cual emana toda nuestra fuerza y nuestra capacidad de servicio.
  5. Uso Cristiano de los Bienes Materiales: Ser solidarios y justos. Se trata de reconocer que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y que debemos compartirlo generosamente, especialmente con los más necesitados.
  6. Compromiso de Servicio: Poner nuestros dones al servicio de la comunidad. Cada uno de nosotros tiene talentos únicos que, al ser puestos al servicio de los demás, se convierten en una poderosa herramienta para construir el Reino de Dios.

La Metodología del CBF Juvenil

El Ciclo Básico de Formación (CBF) utiliza una metodología participativa. No somos meros receptores, sino protagonistas de nuestra propia evangelización. A través de un proceso de Ver, Juzgar, Actuar, Evaluar y Celebrar, se nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad, discernir la voluntad de Dios y comprometernos a transformar nuestra vida y nuestro entorno.

  • Ver: Analizamos la realidad que nos rodea, los problemas y las necesidades de nuestra comunidad.
  • Juzgar: A la luz del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, discernimos cuál es la voluntad de Dios para esa realidad.
  • Actuar: Nos comprometemos con acciones concretas para transformar esa realidad, llevando la fe a la práctica.
  • Evaluar: Reflexionamos sobre los resultados de nuestras acciones, aprendiendo de nuestros errores y éxitos.
  • Celebrar: Agradecemos a Dios por los frutos de nuestro trabajo y renovamos nuestras fuerzas para el siguiente ciclo.

El CBF se vive a través de reuniones de formación, momentos fuertes, servicios a la comunidad y la vivencia del ciclo litúrgico. Esto nos permite desarrollarnos en cinco dimensiones clave: personal, familiar, grupal-eclesial, social y de fe.

¡Dios te ha traído aquí por una razón!

Como dice el evangelio de Mateo (5, 13-16), somos la sal de la tierra y la luz del mundo. El MFC Juvenil es la plataforma para descubrir tu potencial, para que te decidas a ser un verdadero cristiano, protagonista de la historia y dispuesto a cambiar el mundo. Dios no te impone, te propone.

Únete a nosotros y descubre el amplio horizonte de formación y compromiso apostólico que te espera. ¡Juntos, podemos ser familias que sean fermento de vida cristiana en su comunidad!

medida-web-nuevo

Un amor auténtico: elegido, vivido y sostenido por Dios

En un mundo que nos dice que el amor es solo cuestión de sentimientos, atracción o química, el matrimonio cristiano nos recuerda algo mucho más profundo: un amor auténtico se elige y se vive con propósito. No se trata de dejarse llevar por las emociones del momento, sino de tomar una decisión consciente, día tras día, de amar a la misma persona que elegimos frente a Dios.

La emoción puede encender la chispa inicial, pero lo que mantiene vivo el fuego es la elección diaria. Esa elección es la que nos lleva a comprometernos incluso en los días grises, a perdonar cuando cuesta, a seguir caminando juntos cuando el camino se hace empinado. Como dice la Palabra:

“El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso ni jactancioso, no se engríe. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4-7).


Dios nos amó primero: la raíz de todo amor verdadero

La Iglesia nos recuerda una verdad que cambia nuestra manera de amar:

“El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24).

Esto significa que Dios nos amó desde antes de existir, no por nuestras cualidades, logros o méritos, sino simplemente porque somos suyos. Ese amor eterno e incondicional es el modelo del amor matrimonial: un amor que no depende de lo que la otra persona haga o deje de hacer, sino que se entrega de manera libre y total.

La Escritura lo confirma:

“Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Juan 4, 19).

Cuando comprendemos que Dios nos ha amado así, podemos amar a nuestro cónyuge de forma más plena, porque ya no amamos desde la necesidad o la carencia, sino desde la plenitud que Él nos da.


El matrimonio: una misión compartida

El matrimonio no es simplemente “estar juntos” o “no separarse”; es un caminar intencional hacia la santidad, acompañándose en lo bueno y en lo difícil.

Un amor auténtico implica:

  • Crecer juntos: “Mejores son dos que uno… porque si caen, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4, 9-10).
  • Proteger el corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4, 23).
  • Poner a Dios en el centro: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127, 1).

Elegir amar, incluso cuando no es fácil

La vida matrimonial tiene momentos de alegría y de dificultad. Hay días en los que es sencillo amar, y otros en los que se requiere un esfuerzo extra. En esos momentos, recordamos que el amor no es simplemente un sentimiento, sino una decisión que se renueva.

Un amor auténtico no huye ante las crisis, sino que las enfrenta con esperanza. No busca la perfección del otro, sino que se alegra en su existencia. No se pregunta “¿qué recibo yo?” sino “¿qué puedo dar yo hoy?”.
Como enseña San Pablo:

“Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Efesios 5, 21).


El propósito eterno de nuestro “sí”

El matrimonio cristiano es un camino de entrega mutua que apunta hacia la eternidad. No se trata solo de buscar la felicidad aquí y ahora, sino de ayudarse mutuamente a llegar al cielo. Cuando el amor se vive con este propósito, el “sí” que se dio en el altar se convierte en un “sí” renovado en cada mirada, cada gesto de servicio, cada perdón y cada oración compartida.

Jesús nos lo recuerda:

“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15, 12).

Porque, al final, el amor auténtico es reflejo del amor de Dios: un amor que no caduca, que no se rinde y que siempre busca el bien del otro.