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Un amor auténtico: elegido, vivido y sostenido por Dios

En un mundo que nos dice que el amor es solo cuestión de sentimientos, atracción o química, el matrimonio cristiano nos recuerda algo mucho más profundo: un amor auténtico se elige y se vive con propósito. No se trata de dejarse llevar por las emociones del momento, sino de tomar una decisión consciente, día tras día, de amar a la misma persona que elegimos frente a Dios.

La emoción puede encender la chispa inicial, pero lo que mantiene vivo el fuego es la elección diaria. Esa elección es la que nos lleva a comprometernos incluso en los días grises, a perdonar cuando cuesta, a seguir caminando juntos cuando el camino se hace empinado. Como dice la Palabra:

“El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso ni jactancioso, no se engríe. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4-7).


Dios nos amó primero: la raíz de todo amor verdadero

La Iglesia nos recuerda una verdad que cambia nuestra manera de amar:

“El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24).

Esto significa que Dios nos amó desde antes de existir, no por nuestras cualidades, logros o méritos, sino simplemente porque somos suyos. Ese amor eterno e incondicional es el modelo del amor matrimonial: un amor que no depende de lo que la otra persona haga o deje de hacer, sino que se entrega de manera libre y total.

La Escritura lo confirma:

“Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Juan 4, 19).

Cuando comprendemos que Dios nos ha amado así, podemos amar a nuestro cónyuge de forma más plena, porque ya no amamos desde la necesidad o la carencia, sino desde la plenitud que Él nos da.


El matrimonio: una misión compartida

El matrimonio no es simplemente “estar juntos” o “no separarse”; es un caminar intencional hacia la santidad, acompañándose en lo bueno y en lo difícil.

Un amor auténtico implica:

  • Crecer juntos: “Mejores son dos que uno… porque si caen, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4, 9-10).
  • Proteger el corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4, 23).
  • Poner a Dios en el centro: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127, 1).

Elegir amar, incluso cuando no es fácil

La vida matrimonial tiene momentos de alegría y de dificultad. Hay días en los que es sencillo amar, y otros en los que se requiere un esfuerzo extra. En esos momentos, recordamos que el amor no es simplemente un sentimiento, sino una decisión que se renueva.

Un amor auténtico no huye ante las crisis, sino que las enfrenta con esperanza. No busca la perfección del otro, sino que se alegra en su existencia. No se pregunta “¿qué recibo yo?” sino “¿qué puedo dar yo hoy?”.
Como enseña San Pablo:

“Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Efesios 5, 21).


El propósito eterno de nuestro “sí”

El matrimonio cristiano es un camino de entrega mutua que apunta hacia la eternidad. No se trata solo de buscar la felicidad aquí y ahora, sino de ayudarse mutuamente a llegar al cielo. Cuando el amor se vive con este propósito, el “sí” que se dio en el altar se convierte en un “sí” renovado en cada mirada, cada gesto de servicio, cada perdón y cada oración compartida.

Jesús nos lo recuerda:

“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15, 12).

Porque, al final, el amor auténtico es reflejo del amor de Dios: un amor que no caduca, que no se rinde y que siempre busca el bien del otro.

Palabras matrimonio

El poder de las palabras en el matrimonio: sanan o hieren

Las palabras son como semillas: lo que sembramos con ellas, tarde o temprano dará fruto. En el matrimonio, esta verdad se vuelve aún más profunda. Las palabras que decimos —y cómo las decimos— tienen el poder de edificar o destruir, de sanar o herir, de acercar o alejar a nuestro cónyuge.

“La muerte y la vida dependen de la lengua, y los que son indulgentes con ella comerán de su fruto.”
—Proverbios 18, 21

Cada palabra deja una huella en el corazón del otro. A veces, una frase dicha sin pensar puede abrir heridas que tardan años en sanar. Pero también, una palabra oportuna puede ser bálsamo de consuelo, chispa de esperanza o afirmación que fortalece el amor.

Jesús nos enseña:

“Porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
—Mateo 12, 34

Si nuestro corazón está lleno de enojo o resentimiento, eso se reflejará en nuestras palabras. Pero si dejamos que Dios llene nuestro interior con Su ternura y paz, entonces nuestras palabras serán reflejo de Su amor.

¿Cómo cuidar nuestras palabras en el matrimonio?

Orar antes de hablar

No todo lo que pensamos debe ser dicho. Antes de reaccionar impulsivamente, pidamos al Espíritu Santo dominio propio. Un silencio orante puede evitar muchas heridas.

Hablar con amor, incluso en los desacuerdos

La verdad sin caridad puede ser crueldad. Aun cuando tengamos que corregir o expresar algo difícil, el tono, el momento y la forma importan.

“Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido.”
—Colosenses 4, 6

Pedir perdón cuando herimos

Nadie es perfecto. Pero un “perdón, me equivoqué” puede sanar más que mil explicaciones.

Bendecir en vez de maldecir

Es fácil caer en críticas o burlas cuando estamos frustrados. Pero Dios nos llama a bendecir, incluso en los momentos difíciles.

“El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
—Lucas 6, 45

Alentar y afirmar lo bueno del otro

Nunca deben faltar palabras de aliento, reconocimiento y ternura. Un “gracias”, un “te admiro”, o un “confío en ti”, pueden reavivar el amor y la unidad.


Las heridas provocadas por las palabras pueden ser invisibles, pero muy profundas. Algunos matrimonios llevan años arrastrando frases que nunca debieron decirse. Por eso, especialmente en los momentos de cansancio, frustración o dolor, cuidemos lo que decimos.

Pidamos a Dios la gracia de tener labios que bendigan, lenguas que consuelen y palabras que construyan.

“El que vigila su boca protege su vida, el que abre demasiado sus labios acaba en la ruina.”
—Proverbios 13, 3

Hoy más que nunca, decidamos usar nuestras palabras para edificar nuestro matrimonio. Seamos verdaderos instrumentos del amor de Dios.

Porque una palabra dicha con amor puede cambiar un día, sanar una herida… o reavivar una historia entera.

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Cuando tu carga pesa… yo la llevo contigo

Vivir el amor matrimonial a la luz de Gálatas 6,2

“Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.”
(Gálatas 6, 2)

Una de las verdades más profundas del amor cristiano es que no se vive en solitario. Jesús nos enseñó que amar es donarse, es servir, es cargar la cruz del otro sin quejarse y caminar al lado del hermano en su sufrimiento.

Cuando san Pablo escribe a los Gálatas esta invitación a llevar las cargas del otro, no habla solo a una comunidad en general… también nos habla hoy, a vos y a tu cónyuge, en lo más íntimo del camino matrimonial.

El amor se mide en las cargas compartidas

Una pareja no se construye solo en los momentos felices. Se edifica, sobre todo, cuando uno sostiene al otro en la debilidad. En esos días donde tu esposo o tu esposa está cansado, ansioso, triste o confundido… y vos elegís quedarte, escuchar, abrazar, rezar, cargar.

“El amor es paciente, es servicial; no es envidioso ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal.”
(1 Corintios 13, 4-5)

Ese amor es el que sostiene el matrimonio. No el de las fotos perfectas, sino el de los gestos cotidianos: hacer silencio cuando el otro necesita paz. Orar por él o por ella en secreto. Preparar algo con cariño cuando sabés que tuvo un mal día. Decir con ternura: “Estoy con vos, no te suelto.”

Dos, pero uno en alma y misión

Jesús dijo:

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.”
(Mateo 19, 5)

Ser una sola carne no es solo una unión física o emocional. Es compartir las cargas de la vida como si fueran propias. Cuando tu cónyuge está angustiado, eso también te toca. Cuando él o ella lleva una cruz, vos estás llamado a ponerte a su lado y ayudarle a cargarla con amor y humildad.

“Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón; así encontrarán descanso.”
(Mateo 11, 29)

Cristo no nos quita las cargas, pero nos enseña a llevarlas con otro corazón. Él mismo se hace presente cuando decidimos sostener al otro en su yugo.

No se trata de resolver, sino de acompañar

A veces, como esposos, sentimos que tenemos que “arreglar” todo lo que al otro le pasa. Pero muchas veces, el mejor acto de amor no es dar una solución, sino ser presencia fiel. Estar, consolar, abrazar. Caminar al lado aunque no se entienda del todo.

A veces la carga del otro es invisible: una preocupación que no se dice, una tristeza arrastrada en silencio, una lucha espiritual que se enfrenta en soledad. Por eso, estar atentos al alma del cónyuge es parte del amor: mirar con el corazón, escuchar más allá de las palabras, y ofrecer presencia antes que soluciones.

Llevar la carga del otro no significa resolverle todo, sino decir con gestos y acciones:
“No estás solo, no estás sola. Estoy con vos. Esto que llevás, también es mío.”

Y así, lo que parecía imposible de sobrellevar, se vuelve más liviano.

“Mejor son dos que uno… porque si caen, uno levanta al otro.”
(Eclesiastés 4, 9-10)

Dios nos regaló el matrimonio para no caminar solos. Porque cuando uno cae, el otro puede ser fuerza, esperanza, guía y consuelo. Qué regalo inmenso cuando lo vivimos desde esta perspectiva.

No se trata de tener un matrimonio perfecto, sino de vivirlo con fidelidad y ternura, aún en la imperfección. Porque cuando las cargas se comparten, se transforman. Cuando se ora juntos, se fortalecen. Y cuando el amor está anclado en Dios, ni las tormentas ni los días oscuros tienen la última palabra.


¿Cómo ayudarse a llevar las cargas en la vida diaria?

Pequeños gestos hacen la gran diferencia:

  • Escuchar sin juzgar.
  • Orar por tu esposo o esposa todos los días, incluso (y especialmente) cuando no lo diga.
  • Pedir perdón con humildad y ofrecer perdón con generosidad.
  • Tomar la iniciativa de hablar cuando veas que el otro se cierra.
  • Compartir una palabra de Dios cuando el ánimo flaquee.
  • Recordar con gestos simples que están juntos en esto, que no se trata de que cada uno “aguante lo suyo”, sino de que lo vivan como uno solo.

“Sigan soportándose y perdonándose mutuamente siempre. Así como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes.”
(Colosenses 3, 13)


Cumplir la ley de Cristo desde casa

Cumplir la ley de Cristo no se reduce a normas. Es, sobre todo, una actitud del corazón que ama como Él ama: sin medida, sin condiciones, sin buscar lo propio.

“No hagan nada por egoísmo o vanagloria; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.”
(Filipenses 2, 3)

Ese amor que carga con ternura, que no abandona, que espera y que sirve… esa es la ley de Cristo vivida en el matrimonio. Y cuando se vive así, el hogar se transforma en tierra santa, aún en medio de las dificultades.


Oración para esposos

Señor Jesús,
hoy te pedimos que nos enseñes a amar como vos amás.
Que no huyamos de las cargas del otro, sino que las abracemos con ternura.
Que tengamos un corazón compasivo, paciente, dispuesto a servir.
Danos la gracia de ser uno en Ti, de sostenernos en las luchas y de no soltarnos en las tormentas.
Que nuestro matrimonio sea testimonio de tu amor.
Amén.


Conclusión

Tu matrimonio no será medido por los días fáciles, sino por las veces que decidiste quedarte, cargar, acompañar y seguir amando cuando era difícil hacerlo.
Esa es la verdadera victoria del amor en Cristo. Porque cuando tu carga pesa… yo la llevo contigo. No por obligación, sino por amor. Y en eso, se cumple la ley de Cristo.

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Cuida a tu Cónyuge

El matrimonio es un regalo sagrado de Dios, un pacto de amor que florece y se fortalece con el cuidado diario. En el ajetreo de la vida, con las responsabilidades del trabajo, la crianza de los hijos y las presiones cotidianas, es fácil olvidar la importancia de nutrir la relación con nuestro cónyuge. La Biblia, nuestra guía de vida, nos ofrece principios eternos que nos ayudan a amar y cuidar a nuestra pareja de una manera que honra a Dios. Estos principios no son solo idealistas, sino llamados prácticos y aplicables que, si se ponen en práctica, transforman nuestro hogar en un refugio de amor y gracia, un reflejo del pacto inquebrantable que Dios tiene con su pueblo.

Veamos cómo podemos aplicar estas verdades a nuestro matrimonio, profundizando en cada una de ellas para construir un amor que perdure.

1. El Amor es Sacrificio

El amor verdadero, el amor ágape que Dios nos muestra, es un amor de sacrificio. No se trata de lo que podemos obtener de la relación, sino de lo que estamos dispuestos a dar. Cuidar a tu cónyuge significa intencionalmente poner sus necesidades, deseos y bienestar por encima de los tuyos. Este no es un acto de debilidad, sino la máxima expresión de fuerza, compromiso y amor desinteresado. El apóstol Pablo nos lo recuerda claramente:

Efesios 5, 25 – “Maridos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.”

Aunque este versículo está dirigido específicamente a los maridos, el principio de amor sacrificial es el fundamento de un matrimonio saludable para ambos. Amar como Cristo amó a la iglesia implica un amor que se entrega a sí mismo, sin reservas ni condiciones, incluso hasta la cruz. En la práctica diaria, esto se manifiesta en actos aparentemente pequeños pero significativos. Puede ser renunciar a una tarde de descanso para ayudar a tu cónyuge a preparar una presentación importante, tomar la iniciativa de hacer una tarea del hogar que sabes que tu pareja odia, o simplemente ofrecer un oído atento y un hombro para llorar cuando estás agotado después de un largo día. Estos sacrificios no son una carga, sino una elección gozosa de servir. Cada uno de estos actos demuestra a tu cónyuge que su bienestar es tu máxima prioridad, construyendo una base sólida de confianza, seguridad y un profundo sentido de ser amado incondicionalmente. Este tipo de amor no se rinde ante la adversidad, sino que se fortalece en ella, uniendo a la pareja en un propósito común.

2. La Paciencia y la Bondad son Claves

La convivencia diaria puede traer roces y desacuerdos. En esos momentos, la paciencia es una virtud indispensable que nos permite ver a nuestra pareja con ojos de gracia, recordando que todos somos imperfectos y necesitamos la misma tolerancia que esperamos recibir. La Biblia nos exhorta a perdonar y a ser pacientes, porque de esta manera reflejamos el carácter de Cristo, quien es “paciente y bondadoso” con cada uno de nosotros.

Colosenses 3, 13 – “Sean mutuamente tolerantes. Y, si alguno tiene queja contra otro, perdónense, como el Señor los ha perdonado a ustedes.”

La paciencia no es simplemente esperar sin decir nada, sino una actitud del corazón que decide responder con amabilidad en lugar de irritación, y con calma en lugar de frustración. Es una fuerza activa que nos permite frenar nuestra lengua antes de que pronuncie palabras hirientes y controlar nuestras emociones antes de que exploten. Nos enseña a escuchar con la intención de entender, a dar espacio para el error y a recordar que estamos en el mismo equipo, enfrentando la vida juntos. La bondad, por otro lado, es la expresión tangible de la paciencia. Se manifiesta en palabras de afirmación, en gestos de servicio y en el simple hecho de sonreír a tu pareja. Por ejemplo, en lugar de criticar por algo que no se hizo, puedes ofrecer ayuda. En lugar de responder con sarcasmo cuando se te pide algo, puedes buscar entender la perspectiva de tu pareja. La paciencia y la bondad juntas crean un ambiente de paz y seguridad emocional, haciendo de la relación un lugar donde ambos se sienten valorados y seguros para ser ellos mismos.

3. Honra y Respeta a tu Pareja

Honrar a tu cónyuge es mucho más que no faltarle el respeto. Es reconocer su valor incalculable como una creación única de Dios y tratarlo con la dignidad que merece. Esto se manifiesta en cómo le hablas, en las decisiones que toman juntos y en cómo lo defiendes y lo apoyas, tanto en privado como en público. El apóstol Pedro ofrece un recordatorio profundo de este principio, especialmente para los esposos:

1 Pedro 3, 7 – “De igual manera, ustedes, esposos, sean comprensivos al vivir con sus esposas, tratándolas con respeto, ya que son más delicadas y, como coherederas con ustedes de la gracia de la vida, sus oraciones no tendrán ningún estorbo.”

Este pasaje subraya la igualdad espiritual y el valor inherente de cada cónyuge ante Dios. Ambos son “coherederos” de la misma gracia. Esto significa que la relación no debe ser de dominación, sino de compañerismo, apoyo mutuo y reverencia. El respeto es el cimiento sobre el cual se construye la confianza. Tratar a tu cónyuge con dignidad implica valorar su opinión, sus sueños y sus metas, incluso si difieren de los tuyos. Significa proteger su reputación y hablar bien de él o ella en todo momento. Cuando honras a tu pareja, no solo fortaleces tu matrimonio y la confianza entre ustedes, sino que también honras a Dios, quien los unió. Un matrimonio de respeto mutuo se convierte en un testimonio vivo del amor y la gracia de Dios.

4. El Perdón es un Acto Diario

En cualquier relación humana, las heridas son inevitables. Habrá palabras dichas sin pensar, acciones que lastimen o promesas que se rompan. En esos momentos, el perdón no es solo una opción, es una necesidad para la salud y la supervivencia del matrimonio. Es la decisión de soltar la ofensa, liberar la amargura y no aferrarse al dolor. Al igual que la paciencia, el perdón es un reflejo directo del regalo que hemos recibido de Dios.

Efesios 4, 32 – “Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.”

El perdón libera tu corazón y el de tu cónyuge del peso del resentimiento, que puede ser como una cadena que los ata al pasado. No es un sentimiento que surge espontáneamente, sino una elección consciente, una decisión de liberar a la persona de la deuda que te tiene. Al perdonar, no estás minimizando el daño, sino que estás optando por la sanación en lugar de la amargura. Este acto de gracia libera una enorme cantidad de energía emocional que antes estaba atrapada en el rencor y permite que la relación se mueva hacia adelante. Practicar el perdón demuestra la gracia de Dios en tu matrimonio, creando un ciclo de amor, reconciliación y un profundo sentido de unidad. Se convierte en la herramienta más poderosa para reparar las fisuras que inevitablemente aparecerán en el camino.

Conclusión

Cuidar a tu cónyuge no es una tarea más en tu lista, es una muestra viva de tu fe. Es un compromiso diario de amar sacrificialmente, ser paciente, mostrar bondad, honrar y perdonar. Estos son los cimientos de un matrimonio fuerte y duradero, y son principios que nos acercan más a Dios. Que estas palabras de la Biblia te inspiren a seguir construyendo un matrimonio que refleje el amor de Cristo al mundo, un pacto de amor inquebrantable que sea un testimonio de su fidelidad.

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El Corazón del Matrimonio: El Poder Sanador del Perdón

El matrimonio es, en esencia, un pacto de amor sagrado, una promesa que dos almas hacen ante Dios para caminar juntas por la vida. Es un camino lleno de bendiciones, alegrías y momentos de profunda felicidad. Sin embargo, en este sendero, también es inevitable que surjan desafíos, malentendidos y, a veces, heridas que amenazan con enturbiar la belleza de la unión. En esos momentos difíciles, el perdón emerge como un milagro silencioso que sana, la fuerza divina que restaura lo que parece roto y el puente que nos une de nuevo. Es la brisa suave que disipa la densa neblina del resentimiento, permitiéndonos volver a ver con claridad el rostro de la persona que amamos, recordándonos la belleza original de nuestra unión.

El perdón no es una señal de debilidad o una rendición; es la manifestación más pura de un amor valiente, maduro y consciente. Es la decisión consciente de soltar el rencor que oprime el alma, un peso que solo daña a quien lo carga. Es mirar más allá del dolor inmediato que nos ha causado un gesto o una palabra y reconocer en el otro a la persona que amamos, con todas sus imperfecciones. Es, en verdad, un reflejo del amor incondicional que Dios nos tiene a cada uno, un amor que no se cansa de darnos una nueva oportunidad, que nos libera de nuestra culpa y que siempre nos espera con los brazos abiertos. El perdón en el matrimonio es la manifestación más palpable de que el amor es una decisión diaria, no solo un sentimiento.

El Perdón, un Eco del Amor de Dios

Nuestra fe nos enseña que el perdón es el regalo más grande que hemos recibido. Dios nos perdonó en la cruz, a través del sacrificio supremo de su Hijo, Jesucristo, y con ese acto de amor nos mostró el camino. Él nos ha pedido que hagamos lo mismo con los demás, especialmente con nuestro cónyuge, que es nuestra otra mitad en Cristo. San Pablo nos recuerda este mandato con palabras llenas de sabiduría que resuenan en el corazón de todo matrimonio:

“Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo.” (Efesios 4, 32)

Este versículo no es solo un consejo, es un llamado a imitar a Dios en nuestra propia casa. Al perdonar a nuestra pareja, estamos participando en la obra divina de la redención en nuestro propio hogar, transformando una herida en una oportunidad para la gracia. Es un acto de gracia que nos eleva por encima de nuestro dolor y nos une a la misericordia de Cristo. Se nos recuerda constantemente que el perdón que recibimos está intrínsecamente ligado al perdón que ofrecemos en una de las oraciones más poderosas que nos dejó Jesús: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mateo 6, 12). Esta oración no es solo un pedido, sino también una promesa: al pedirle a Dios que nos perdone, nos estamos comprometiendo a que nuestro corazón se abrirá para dar lo que libremente hemos recibido. El perdón, por lo tanto, no es solo un acto para el otro, sino un acto de liberación para uno mismo.

El Amor que Cubre Multitud de Faltas

En un matrimonio, es fácil llevar un registro de las faltas, las palabras hirientes o las promesas rotas. Esta “contabilidad” del dolor, sin embargo, es una trampa mortal que nos aleja. Pero la verdadera fuerza del amor no reside en la memoria de los errores, sino en la capacidad de superarlos. El Apóstol Pedro nos da una clave fundamental para vivir esta verdad:

“Ante todo, tengan entre ustedes un gran amor, pues el amor cubre multitud de faltas.” (1 Pedro 4, 8)

El amor matrimonial es como un escudo protector, una manta que cubre y protege a la persona amada de sus propios fallos. Esto no significa ignorar un problema grave, fingir que el dolor no existe o, peor aún, permitir un comportamiento dañino o abusivo. Por el contrario, significa elegir activamente la paciencia, la comprensión y la humildad por encima del orgullo, la revancha o la amargura. Es el amor el que nos permite ver la vulnerabilidad detrás del enojo y la humanidad detrás de la falla. Es decidir no centrarse en el error, sino en la totalidad de la persona amada y en el pacto sagrado que hicieron juntos. Es reconocer que la persona que nos ofendió es la misma a la que prometimos amar incondicionalmente, y que su dignidad como hijo de Dios es más grande que cualquier error momentáneo. El amor cubre, no para ocultar, sino para sanar y restaurar la dignidad. Como San Pablo nos recuerda: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13, 7). Este es el amor que se nos pide vivir.

Cómo Forjar el Perdón en el Día a Día

El perdón no es un evento único o un sentimiento pasajero, sino una práctica diaria que fortalece los cimientos del matrimonio y lo nutre. Es un camino que se construye paso a paso con amor, gracia y determinación. Aquí hay algunas maneras concretas y prácticas de cultivarlo en la vida matrimonial:

  • Comunicación con el corazón: Hablen de sus sentimientos de forma honesta, pero con una profunda humildad y gentileza. La clave está en cambiar el enfoque. En lugar de decir “tú siempre haces esto”, que es una acusación que genera una barrera defensiva, intenta expresar “yo me sentí herido cuando…” La empatía y la escucha activa son tan importantes como las palabras que se dicen. A menudo, el solo hecho de ser escuchados y comprendidos inicia el proceso de sanación, transformando la defensa en entendimiento mutuo. Es aquí donde el corazón se ablanda y se abre al perdón.
  • La oración en pareja: Tomen de la mano a su cónyuge y oren juntos por la gracia de perdonar. Pidan a Dios que sane sus heridas y que les enseñe a amarse como Él les ama. La oración es el pegamento divino que vuelve a unir lo que se rompió, transformando un momento de conflicto en un momento de vulnerabilidad compartida y fe renovada. Al orar juntos, invitan a Dios a ser el mediador de su reconciliación, y Él, con su infinita misericordia, se convierte en el constructor de ese nuevo puente de perdón.
  • Recuerden su promesa: Vuelvan a los votos que se hicieron el día de su boda. Esas palabras no fueron un simple ritual, sino una promesa de vida ante Dios, un pacto sagrado que los unió. Perdonar es honrar esos votos, amando a su pareja “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.” Es recordar que el vínculo sagrado que los une es más grande que cualquier error o desacuerdo, porque es un lazo bendecido por Dios. Como dice la Escritura: “Por eso, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Marcos 10, 9). El perdón es la herramienta divina que impide que las heridas y el orgullo logren esa separación. Es el acto de renovar los votos cada día.

El perdón es el corazón palpitante de un matrimonio bendecido. Es el regalo más puro que pueden darse mutuamente, un eco del amor de Dios en la intimidad de su hogar. Al elegir perdonar, no solo están sanando una herida, sino que están construyendo un futuro juntos, más fuerte, más unido y lleno del amor incondicional de Dios. Es la decisión diaria de amar, de elegir el bien del otro por encima del propio orgullo, y de caminar juntos hacia la santidad que Dios desea para su matrimonio.

¿Qué opinan ustedes? ¿Cómo han vivido el perdón en su matrimonio y qué herramientas de fe les han ayudado a superarlo? Comparte tu historia y enriquezcamos esta conversación con tu experiencia.

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Un Amor que es para siempre: Construyendo un Matrimonio con Fundamentos Eternos

📖 “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Marcos 10,9)

“El matrimonio es probablemente la obra más hermosa que Dios ha creado”. Esta afirmación del Papa Francisco, pronunciada en una de sus homilías en la Casa Santa Marta, nos interpela profundamente. Porque sí, aunque la vida matrimonial está tejida con alegrías y pruebas, con días de plenitud y momentos de tormenta, sigue siendo una vocación maravillosa. Cuando Dios está en el centro, es posible navegar cualquier tempestad y mantener viva la llama del amor.

Pero, ¿cómo construir un matrimonio que no solo sobreviva, sino que florezca a lo largo de los años? El Padre Adolfo Güémez Suárez, LC, en su libro “Caminando Juntos: Espiritualidad matrimonial para una época digital”, ofrece una reflexión clara y luminosa: los matrimonios fuertes se construyen sobre pilares sólidos. Aquí te presentamos esos fundamentos esenciales que pueden sostener y alimentar tu vocación matrimonial día a día.


1. Compromiso: Elegir Amarse Todos los Días

El amor verdadero en el matrimonio no se basa solamente en sentimientos o emociones efímeras. Va más allá de las mariposas en el estómago y las palabras dulces del noviazgo. Se trata de una decisión diaria, libre y consciente: “Hoy vuelvo a elegirte, una vez más”.

El compromiso es la base de la fidelidad y la permanencia. No se trata de permanecer juntos porque todo sea perfecto, sino de apostar por el otro incluso en la imperfección, de permanecer en medio del cansancio, del estrés o de la rutina. El verdadero amor no huye cuando aparecen los defectos o las diferencias, sino que se fortalece en la entrega.

El compromiso exige poner al otro en primer lugar, priorizar el “nosotros” sobre el “yo”, buscar la unidad sobre el individualismo. Y para eso, se necesita una virtud muchas veces olvidada: la perseverancia. Porque amar es también resistir, confiar, volver a empezar.

🔑 Claves prácticas para fortalecer el compromiso:

  • Haz memoria de tu promesa matrimonial: “en las buenas y en las malas…”
  • Repite gestos concretos de amor, aunque no lo sientas.
  • Pide a Dios la gracia de amar incluso cuando es difícil.

2. Aceptación: Del Ideal al Amor Real

Al principio de la vida conyugal, es común idealizar al otro. Vemos sus virtudes, sus detalles, sus mejores gestos. Pero con el paso del tiempo, afloran también las debilidades, las heridas, los hábitos que no habíamos visto. En ese momento, muchos sienten que su pareja “ha cambiado”. Sin embargo, lo que ha cambiado es la mirada.

Aceptar no significa resignarse, sino abrazar al otro tal como es, con su historia, sus límites y su belleza única. Es comprender que el amor crece en la realidad, no en la fantasía. La aceptación nos libera del perfeccionismo y abre espacio a la verdadera comunión.

Aceptar al otro no significa renunciar a mejorar juntos. Es precisamente desde esa aceptación que podemos impulsarnos a crecer, a sanar, a purificarnos. El verdadero amor no exige perfección, sino autenticidad.

🔑 Claves prácticas para vivir la aceptación:

  • Reconoce y agradece al menos tres cualidades de tu pareja cada día.
  • No compares a tu cónyuge con otras personas.
  • Aprende a amar también los silencios, los tiempos difíciles, los procesos.

3. Comunicación: El Puente que Une Corazones

La comunicación es el alma del matrimonio. Es el canal por el cual se expresa el amor, se comparten los sueños, se sanan las heridas. Sin comunicación, el amor se enfría, se malinterpreta, se marchita. Como dice un principio espiritual: “nadie ama lo que no conoce”.

Y comunicar no es solo hablar, sino también escuchar con atención, comprender sin juzgar, expresar lo que sentimos sin herir. Muchas rupturas no comienzan con una gran discusión, sino con pequeños silencios que se acumulan, con emociones que no se expresan, con palabras que se callan hasta que ya es tarde.

Dios nos invita a vivir una comunicación en clave de comunión. Escucharnos mutuamente con el corazón abierto, con empatía, con paciencia. Porque comunicarse no es ganar una discusión, sino buscar el bien común.

🔑 Claves prácticas para una comunicación fecunda:

  • Elige un momento tranquilo para hablar de temas importantes.
  • Usa frases que comiencen con “yo siento…” en lugar de “tú siempre…”.
  • Practiquen el “diálogo orante”: oren juntos sobre aquello que no pueden resolver solos.

4. Dios: El Fundamento Inamovible

Ningún pilar es más importante que este: Dios es el corazón del matrimonio. Sin Él, nuestros esfuerzos humanos se desgastan. Con Él, todo cobra sentido, aún las dificultades. El matrimonio cristiano es un camino de santidad, una vocación en la que los esposos se ayudan mutuamente a llegar al cielo.

Cuando Cristo es el centro, el amor se vuelve fuente, no carencia. Los problemas no desaparecen, pero se enfrentan desde la fe, la esperanza y la caridad. Un matrimonio sin oración está más expuesto al desgaste, al egoísmo, a la desesperanza. En cambio, un matrimonio que reza junto, que se alimenta de los sacramentos, que se deja guiar por la Palabra, se vuelve roca firme.

🔑 Claves prácticas para poner a Dios en el centro:

  • Asistan juntos a la Misa dominical.
  • Hagan un momento de oración en pareja cada día (aunque sea breve).
  • Consagren su hogar al Sagrado Corazón de Jesús y a la Sagrada Familia.
  • No dejen pasar demasiado tiempo sin confesarse y reconciliarse con Dios.
  • Inviten a María a caminar con ustedes como Madre y Maestra.

Un Amor que Es Para Siempre

En una sociedad que muchas veces pone en duda la permanencia del amor, el matrimonio cristiano es un testimonio valiente y contracultural. Sí, es posible amar toda la vida. Sí, es posible crecer en el amor cada día. Pero para ello, hay que cultivar el jardín del corazón con esfuerzo, fe y esperanza.

El matrimonio no es un destino, sino un camino. Y como todo camino, necesita dirección, propósito y alimento. Si cuidas estos cuatro pilares —el compromiso, la aceptación, la comunicación y Dios— tu matrimonio no solo resistirá el paso del tiempo, sino que será luz para otros, reflejo del amor fiel de Cristo por su Iglesia.

Recuerda: el amor para siempre no es un sueño, es una vocación. Y cuando se vive con Dios, se convierte en una historia de redención, alegría y eternidad.


¿Y tú? ¿Cuál de estos pilares necesitas fortalecer hoy en tu matrimonio?

Caminemos juntos, de la mano de Dios, hacia un amor que no pasa.

Esposos

Esposos, revístanse del amor y la amistad

En el corazón de cada matrimonio próspero no solo reside el amor, sino también una profunda amistad. Para nosotros, matrimonios del Movimiento Familiar Cristiano (MFC), esta amistad se nutre de un conjunto de virtudes que la Palabra de Dios nos invita a “revestirnos”.

Hoy, en el Día de la Amistad, queremos reflexionar sobre cómo estas cualidades divinas, tal como nos las presenta San Pablo, son el tejido que fortalece nuestra unión y convierte a nuestro cónyuge en nuestro más preciado amigo. ¡Prepárense para descubrir la clave de una amistad que perdura!


Vestidos con el Amor: Un Llamado a la Excelencia Relacional

San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos ofrece una lista de cualidades esenciales para la convivencia en la comunidad de fe, que son igualmente fundamentales y poderosas para construir una relación matrimonial sólida y una amistad duradera.


Colosenses 3,12-14:

“Por lo tanto, como elegidos de Dios, santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan motivos de queja: así como el Señor los perdonó, ustedes también hagan lo mismo. Sobre todo, vístanse de amor, que es el vínculo de la perfección.”


Este pasaje nos invita a “revestirnos”, como si fueran prendas que elegimos ponernos cada día, de actitudes que transforman nuestras relaciones:

  • Sentimientos de Profunda Compasión (Afecto Entrañable) y Benignidad (Bondad): Ser compasivos es ponernos en el lugar del otro, entender sus luchas y alegrías. La benignidad o bondad se traduce en gestos amables, palabras de aliento y una actitud general de gentileza hacia nuestro cónyuge. Estas son las bases de una amistad que se siente segura y valorada.
  • Humildad, Mansedumbre y Paciencia: Estas virtudes son cruciales en la convivencia diaria. La humildad nos permite reconocer nuestros errores y pedir perdón, dejando a un lado el orgullo. La mansedumbre nos ayuda a responder con calma en momentos de tensión, y la paciencia es fundamental para soportar las imperfecciones y los tiempos del otro, sabiendo que el crecimiento mutuo es un proceso.
  • Sopórtense Mutuamente y Perdónense: Esta es la columna vertebral de cualquier relación duradera. En el matrimonio, inevitablemente habrá roces y desacuerdos. La capacidad de “soportarse” (tolerarse con amor) y, sobre todo, de perdonar genuinamente, tal como el Señor nos ha perdonado, es lo que permite que la amistad se sane y se profundice después de las heridas. Sin perdón, el resentimiento se convierte en un veneno lento.

El Amor: El Vínculo de la Perfección

El clímax de este pasaje es la exhortación final: “Sobre todo, vístanse de amor, que es el vínculo de la perfección.”

El amor del que habla San Pablo aquí es el ágape, ese amor incondicional, sacrificial y divino que engloba todas las virtudes anteriores. Es el “vínculo de la perfección” porque es lo que une y armoniza todas las demás cualidades. Cuando el amor guía nuestra compasión, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia y perdón, nuestra amistad matrimonial se eleva a su máximo potencial.

Para nosotros, matrimonios del MFC, este amor perfecto es el amor de Cristo, que se derrama en nuestros corazones y nos capacita para amar a nuestro cónyuge con una amistad que refleja el amor de Dios.


Cultivando las Virtudes de la Amistad en tu Matrimonio

¿Cómo podemos “vestirnos” cada día con estas virtudes para fortalecer la amistad con nuestro cónyuge?

  1. Reflexión Diaria: Comiencen el día pidiéndole a Dios que los revista con estas virtudes. Reflexionen sobre cuál de ellas necesitan practicar más ese día.
  2. Actos Intencionales: Hagan el esfuerzo consciente de ser compasivos cuando su cónyuge esté cansado, de ser pacientes en un desacuerdo o de ser humildes al admitir un error.
  3. El Hábito del Perdón: No permitan que los resentimientos se acumulen. Practiquen el perdón rápidamente y de corazón, liberando al otro y a ustedes mismos.
  4. Celebren la Amistad: Dediquen momentos no solo al amor conyugal, sino a la amistad. Rían juntos, compartan intereses, apoyen los sueños del otro.

Que en este Día de la Amistad, y cada día de sus vidas, se esfuercen por revestir su matrimonio con estas preciosas virtudes. Así, su amistad será no solo duradera, sino un reflejo del amor perfecto que nos une en Cristo.


¿Cuál de estas virtudes consideran que es más desafiante o más gratificante de practicar en su matrimonio? ¡Compartan sus reflexiones en los comentarios!

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El Amor Conyugal a la Luz de Cristo: Un Llamado a la Santidad

Hoy queremos reflexionar juntos sobre un pasaje de la Sagrada Escritura que es un verdadero faro para la vida matrimonial: Efesios 4, 25-28. Estas palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, nos invitan a profundizar en el misterio del amor conyugal, elevándolo a la altura del amor de Cristo por su Iglesia. Este llamado no es meramente una exhortación moral, sino una invitación a vivir una vocación sublime, donde el amor entre esposos se convierte en un reflejo tangible del amor divino, transformando la vida cotidiana en un camino de gracia y crecimiento espiritual compartido.

“Maridos, amen a su esposa como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.”

(Efesios 4, 25-28)

Este texto, aunque dirigido específicamente a los maridos, tiene un mensaje profundo para ambos cónyuges, revelando la grandeza y la vocación de santidad que encierra el sacramento del matrimonio.

1. Amar como Cristo amó a la Iglesia: Un Amor de Entrega Total

La primera y más impactante exhortación es el llamado a amar a la esposa “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella”. Este no es un amor sentimental o superficial, sino un amor que implica sacrificio, donación de sí mismo y una entrega incondicional.

  • Sacrificio: Cristo no dudó en dar su vida por la Iglesia. Para el matrimonio, esto significa estar dispuesto a renunciar a los propios intereses por el bien del otro, a perdonar, a comprender y a cargar juntos las cruces de la vida. Es un amor que no busca lo suyo, sino el bien del amado.
  • Entrega: La entrega de Cristo fue total. En el matrimonio, esta entrega se manifiesta en la fidelidad, en la disponibilidad para el diálogo, en el apoyo mutuo en las dificultades y en la alegría compartida en los momentos de felicidad. Es un compromiso diario de darse el uno al otro.

2. Para Santificarla: El Matrimonio como Camino de Santidad

El propósito del amor de Cristo por la Iglesia es “para santificarla”. Esto nos revela una verdad fundamental sobre el matrimonio cristiano: no es solo una unión humana, sino un camino de santidad. Al amarse mutuamente con un amor que imita el de Cristo, los esposos se ayudan a crecer en la fe, en la virtud y en la unión con Dios.

  • Purificación con el bautismo del agua y la palabra: Así como Cristo purificó a su Iglesia, el amor conyugal auténtico también tiene un poder purificador. A través del perdón mutuo, la paciencia y la caridad, los esposos se ayudan a superar sus imperfecciones y a transformarse en la mejor versión de sí mismos. La Palabra de Dios y los sacramentos son los pilares que sostienen esta purificación constante.

3. Amar a la Esposa como al Propio Cuerpo: La Unidad Indisoluble

La analogía de amar a la esposa “como a su propio cuerpo” subraya la profunda unidad que existe en el matrimonio. Los esposos no son dos, sino “una sola carne” (Génesis 2, 24). Lo que afecta a uno, afecta al otro.

  • Cuidado y Respeto: Así como cuidamos y protegemos nuestro propio cuerpo, los esposos están llamados a cuidar y respetar el cuerpo y el alma de su cónyuge. Esto implica proteger su dignidad, su bienestar físico y emocional, y su crecimiento espiritual.
  • Identidad Compartida: “El que ama a su esposa se ama a sí mismo.” Esta frase nos recuerda que el amor conyugal no es egoísta, sino que al entregarse al otro, uno se encuentra a sí mismo y se realiza plenamente. El amor verdadero en el matrimonio es un reflejo del amor de la Santísima Trinidad, donde cada persona se da completamente a las otras, y en esa entrega encuentra su plenitud.

Conclusión: Un Llamado a la Gracia y al Compromiso

Queridos matrimonios, el pasaje de Efesios 4, 25-28 es un llamado a vivir el amor conyugal en toda su plenitud y santidad. No es una tarea fácil, pero la gracia de Dios en el sacramento del matrimonio nos capacita para ello.

Les animamos a:

  • Orar juntos: Pidan a Dios la gracia de amar como Cristo.
  • Servirse mutuamente: Busquen siempre el bien del otro, incluso en las pequeñas cosas del día a día.
  • Perdonar siempre: El perdón es el cimiento de un amor duradero.
  • Crecer en la fe: Alimenten su vida espiritual individual y como pareja.

Que el amor de Cristo sea siempre el modelo y la fuente de su amor conyugal, y que sus matrimonios sean un testimonio vivo de la presencia de Dios en el mundo.

¡Que Dios les bendiga abundantemente!

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Jesús en Nuestra Barca: Esperanza y Fortaleza para los Matrimonios

Una mirada cristiana al amor en tiempos de tormenta

La vocación al matrimonio no es una travesía tranquila ni siempre previsible. Es una llamada hermosa, sí, pero exigente. Es como conducir una barca por mares muchas veces agitados, donde el amor es puesto a prueba por las olas del cansancio, los desacuerdos, las presiones del día a día o las heridas no sanadas. Y sin embargo, como nos recuerda el Papa Francisco, esta barca no navega sola.

El sacramento: ancla firme en medio del mar

En medio de las tormentas, quizás muchos matrimonios se han sentido tentados a gritar como los apóstoles: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Marcos 4, 38). Pero lo que el Evangelio nos revela es profundamente consolador: Jesús está en la barca.
Él no abandona, no duerme, no se desentiende. A través del sacramento del matrimonio, Cristo está realmente presente en la vida de los esposos, caminando con ellos, sosteniéndolos, incluso cuando las aguas parecen desbordar.

Cuando las dificultades arrecian, es vital que ambos le dejen subir de nuevo a esa barca. Porque cuando Jesús sube, como nos dice el Evangelio: «cesó el viento» (Marcos 6, 51). No significa que desaparezcan todos los problemas, pero sí que cambian las perspectivas. Con la mirada fija en Él, el corazón se serena, se renueva la esperanza y se reencuentra el sentido.

Abandonarse en el Señor: el camino del amor verdadero

Vivir el matrimonio con fe no es negar la fragilidad, sino reconocerla humildemente y ponerla en manos del Señor. Como enseñó San Pablo: «la fuerza de Cristo se manifiesta en la debilidad» (2 Corintios 12, 9). Justamente en los momentos más duros, donde parece que ya no hay fuerzas ni solución, es cuando Dios puede hacer maravillas si lo dejamos actuar.

Muchos matrimonios llegan a conocer verdaderamente a Jesús y a confiar profundamente en Él en medio de las tormentas. No se trata solo de sobrevivir al dolor, sino de encontrar en esa lucha una fe más sólida, un amor más profundo, una nueva forma de caminar juntos.

Que el hogar sea un refugio de ternura y reconciliación

El Papa nos invita a que nuestros hogares sean lugares de acogida, de comprensión y de reconciliación. Nos recuerda tres palabras que pueden cambiar la dinámica familiar si las vivimos con sinceridad: permiso, gracias y perdón. Tan simples, y a la vez, tan poderosas.

Y cuando surja algún conflicto —porque surgirán— no se vayan a dormir sin haberse reconciliado. Una palabra amable, un gesto, una oración juntos antes de dormir… pueden ser bálsamo y puente para volver a encontrarse.

¿Y si aprendemos a orar juntos más a menudo? ¿Y si, en vez de discutir, nos tomamos de la mano y le pedimos a Jesús que nos enseñe a amar como Él ama?

Cuando el dolor toca la puerta

Sabemos que hay matrimonios que sufren mucho. El desencuentro, la indiferencia, la falta de diálogo, e incluso la separación, causan heridas profundas. También los hijos cargan con ese dolor cuando ven a sus padres distanciados o ausentes.

A pesar de todo, nunca es tarde para pedir ayuda. Buscar acompañamiento, recurrir a la oración, hablar con un sacerdote o con otro matrimonio cristiano puede marcar una diferencia. La Iglesia está para abrazar, no para juzgar. Para acompañar, no para señalar. Es esa “casa paterna” donde siempre hay lugar, incluso cuando venimos con nuestra vida a cuestas (Evangelii Gaudium, 47).

Cristo no se cansa de sanar, de perdonar, de restaurar lo que parecía roto. Abrámosle la puerta. De Él brota un amor que sana y que vuelve a unir.

El perdón: medicina del alma matrimonial

El perdón no es debilidad. Es fortaleza. Y es don.
Perdonarse mutuamente requiere una decisión interior, pero es sobre todo una gracia que se pide y se recibe en la oración. Cuando dejamos que Cristo habite en nuestro matrimonio, Él nos regala su amor fiel y nos enseña a mirar al otro con ternura, incluso en el dolor.

Es desde ese amor que se puede reconstruir la confianza, sanar las heridas y volver a empezar. Con Cristo como cimiento, la casa puede levantarse de nuevo sobre roca firme (Mateo 7, 24).

Matrimonios misioneros: un llamado a salir

Más allá de las luchas internas, el matrimonio cristiano está llamado también a ser testigo y luz para otros. El Papa nos anima a que como esposos “primereemos” dentro de la comunidad eclesial: participando, proponiendo, acompañando, sirviendo, caminando junto a los más débiles, animando a otras familias.

La pastoral familiar no es solo un servicio: es una misión, una corresponsabilidad. Los matrimonios, junto con los pastores, están llamados a custodiar y fortalecer esa gran red de Iglesias domésticas que sostiene la vida de la Iglesia entera.

La familia: cuna de la cultura del encuentro

Hoy más que nunca, el mundo necesita hogares que construyan puentes. Familias que sepan tender la mano entre generaciones, transmitir valores humanos y cristianos, mostrar que el amor fiel es posible. Es un desafío que pide creatividad, entrega y fe. Pero es también una fuente inmensa de alegría.

Porque el matrimonio, vivido desde la fe, es un proyecto de amor y de esperanza, no solo para los esposos, sino para toda la sociedad. Es semilla de comunión, de unidad, de futuro.


En resumen:

  • Jesús está en su barca, no lo olviden.
  • La tormenta pasará si lo dejan subir y toman su mano.
  • Recen juntos, abrácense, perdónense.
  • Involúcrense en la comunidad. Sean faros para otras familias.
  • Construyan su hogar sobre la roca firme del amor de Cristo.

Que sus familias sean verdaderas Iglesias domésticas, llenas de fe, esperanza y caridad. Y cuando el mar se agite, no teman. Jesús permanece con ustedes.


📖 Basado en el mensaje del Papa Francisco a las familias y matrimonios cristianos.

🕊️ Escrito con amor para el Movimiento Familiar Cristiano y toda comunidad que cree en el poder del amor fiel.

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Fin de semana de comunión, formación y misión: el MFC Paraguay en acción

Este fin de semana fue tiempo de gracia y compromiso para toda la gran familia del Movimiento Familiar Cristiano Paraguay. En distintas diócesis del país se vivieron encuentros que fortalecen la comunión, la formación y la espiritualidad de nuestros matrimonios y equipos de servicio.

🤝 Reunión de Presidentes: unidad y camino común

El sábado 19 de julio, en la ciudad de Villarrica, se realizó la Reunión de Presidentes del MFC Paraguay, con la participación de presidentes de arquidiócesis, diócesis y del equipo nacional. Un espacio de escucha, diálogo fraterno y planificación conjunta para seguir iluminando la vida familiar y comunitaria a la luz del Evangelio.

✝️ Curso de Espiritualidad: Liturgia Eucarística

Ese mismo día, en el Oratorio San Blas de Villarrica, matrimonios y servidores vivieron un Curso de Espiritualidad centrado en la Liturgia Eucarística. Un espacio para profundizar en el misterio de la Eucaristía, corazón de nuestra fe, y renovar nuestro compromiso de vivirla y celebrarla en comunidad.

❤️ Segundo Momento de Matrimonios Jóvenes

El 19 y 20 de julio, la Casa de Retiros Padre Pedro Richards, en la diócesis de Ciudad del Este, acogió a varios matrimonios jóvenes que vivieron su Segundo Momento. Un fin de semana para fortalecer el diálogo, el amor y la fe, renovando la certeza de que el matrimonio es un camino de santidad y misión.

🔥 Jornada de Kerygma en San Lorenzo

También el sábado 19 de julio, la diócesis de San Lorenzo realizó una Jornada de Kerygma, primer anuncio del amor de Dios que invita a reavivar la fe y la respuesta personal al llamado de Cristo.

📚 Otras diócesis en formación y crecimiento

Durante este fin de semana se realizaron además otros espacios de formación:

  • Curso de formación “Ser y Hacer del Equipo Coordinado de Base”, para fortalecer la organización y misión de cada base del MFC.
  • Curso de Espiritualidad: Santidad Conyugal, para profundizar en la vocación a la santidad en la vida matrimonial.
  • Curso de Liturgia Eucarística, renovando el amor y el sentido profundo de la celebración eucarística en comunidad.

💙✨ Agradecemos a Dios por cada matrimonio, servidor y equipo que, con amor y entrega, hace posible que el MFC siga siendo luz y esperanza para tantas familias paraguayas.

¡Que el Padre Pedro Richards interceda por nuestra misión y que no dejemos nunca que se apague la antorcha del MFC!