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Cuando el amor conyugal moldea el corazón de los hijos

La nueva realidad de las relaciones conyugales

En el mundo actual, donde los cambios culturales ocurren a velocidad vertiginosa, la familia enfrenta desafíos sin precedentes. El matrimonio, como núcleo fundamental de la sociedad, requiere más que nunca de solidez, madurez y compromiso para enfrentar estas transformaciones y proveer a los hijos un entorno estable para su desarrollo. Sin embargo, esta misión trascendental solo es verdaderamente posible cuando Dios ocupa el centro de la vida familiar.

Hoy, como nunca antes, la relación matrimonial necesita estar fundamentada en un amor consciente, maduro, fiel y plenamente comprometido. Los elementos externos que en épocas pasadas sostenían la estabilidad conyugal (a veces solo en apariencia) han ido desapareciendo, dejando al descubierto la verdadera esencia de lo que debe ser una unión conyugal: complementariedad genuina y entrega mutua.

En esta nueva dinámica, la vida debe ser compartida en todos sus aspectos y necesidades. Cualquier falla en esta complementación, incluso momentánea, puede poner en riesgo la vida en común, haciendo que la estructura familiar se tambalee. Por ello, la presencia de Dios como fundamento del amor conyugal se vuelve indispensable, pues solo Él puede dar la fortaleza necesaria para mantener vivo ese compromiso a través de las dificultades.

Dios como centro de la vida matrimonial y familiar

El matrimonio que coloca a Dios en el centro de su relación encuentra:

  • Una fuente inagotable de amor: El amor humano, por sí solo, es frágil y limitado. Cuando los esposos reconocen que su capacidad de amar proviene de Dios, pueden superar sus propias debilidades y limitaciones.
  • Fortaleza en las dificultades: Las crisis matrimoniales, inevitables en toda relación humana, encuentran un apoyo firme en la fe compartida y en la certeza de que Dios acompaña el camino de la familia.
  • Un horizonte de sentido: La presencia de Dios otorga una dimensión trascendente al proyecto familiar, elevándolo más allá de las satisfacciones inmediatas hacia un propósito eterno.
  • Valores sólidos: Los principios morales y espirituales que emanan de la fe proporcionan un fundamento seguro para la educación de los hijos.

Sin Dios en el centro de la vida matrimonial, incluso los mejores esfuerzos humanos resultarán insuficientes ante los desafíos que enfrenta la familia contemporánea.

Transformaciones en la función familiar

Los nuevos paradigmas culturales han producido cambios profundos en la concepción y función de la familia:

  • Cambios en la función biológica: Hemos pasado de una supervaloración de la procreación como finalidad principal del matrimonio, a una supervaloración de la relación sexual como vínculo exclusivamente orientado al desarrollo personal, separándola de su dimensión procreadora.
  • Redistribución de roles: La familia contemporánea ha redefinido los papeles tradicionales. Ya no se concibe automáticamente a la mujer como administradora exclusiva del hogar, ni al hombre como único proveedor. Hoy, ambos cónyuges buscan compartir tanto las cargas como las ventajas de la vida familiar.

Ante estos cambios, solo una visión iluminada por la fe permite discernir lo que es verdaderamente esencial para el bien de la familia y de cada uno de sus miembros.

La importancia de un matrimonio sólido en la formación de los hijos

1. Testimonio vivo de amor

Los hijos aprenden principalmente por lo que ven, no por lo que se les dice. Un matrimonio sólido, fundamentado en Dios, enseña a los hijos mediante el ejemplo cotidiano valores fundamentales como:

  • El respeto mutuo
  • La comunicación abierta
  • La resolución pacífica de conflictos
  • La fidelidad y el compromiso
  • La generosidad y el servicio
  • La fe vivida en lo cotidiano

2. Seguridad emocional

Cuando los hijos perciben que existe un vínculo fuerte y estable entre sus padres, sostenido por el amor de Dios, desarrollan un sentido de seguridad emocional que les permite:

  • Explorar el mundo con confianza
  • Establecer relaciones saludables
  • Desarrollar una autoestima sólida
  • Gestionar mejor sus emociones
  • Construir una relación personal con Dios

3. Base para el desarrollo integral

Un hogar donde los padres mantienen una relación armoniosa, enraizada en valores espirituales, proporciona el ambiente ideal para el desarrollo integral de los hijos:

  • Físico: atención a necesidades básicas y hábitos saludables
  • Cognitivo: estímulo intelectual y apoyo educativo
  • Social: aprendizaje de habilidades relacionales
  • Espiritual: transmisión de la fe y sentido de trascendencia

El valor de la presencia parental

En tiempos donde ambos padres frecuentemente trabajan fuera del hogar, la calidad de la presencia se vuelve tan importante como la cantidad:

Presencia física

No se trata simplemente de estar en el mismo espacio físico, sino de estar disponible, accesible y receptivo a las necesidades de los hijos. Esto implica:

  • Dedicar tiempo exclusivo a la familia
  • Participar en actividades cotidianas
  • Crear rituales familiares significativos, incluidos los momentos de oración y celebración de la fe

Presencia emocional

Más allá de la presencia física, los hijos necesitan padres emocionalmente disponibles que:

  • Escuchen activamente
  • Validen sus sentimientos
  • Ofrezcan orientación y apoyo
  • Muestren interés genuino por su mundo interior
  • Compartan sus propias experiencias de fe

Presencia formativa

Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos, especialmente en la fe. Esta responsabilidad implica:

  • Transmitir valores y principios cristianos
  • Establecer límites claros y consistentes
  • Fomentar la autonomía responsable
  • Ser mentores en el desarrollo del carácter
  • Presentar a Dios como un Padre amoroso

Construyendo un matrimonio fuerte en tiempos de cambio

Para enfrentar los desafíos actuales y ser padres efectivos, las parejas necesitan:

  1. Comunicación profunda: Ir más allá de lo superficial, compartiendo sueños, temores, necesidades y expectativas.
  2. Priorizar la relación conyugal: Recordar que un matrimonio sólido es el mejor regalo para los hijos.
  3. Adaptabilidad: Flexibilidad para ajustarse a los cambios sin perder la esencia del compromiso.
  4. Corresponsabilidad: Compartir equitativamente tanto las responsabilidades como las alegrías de la vida familiar.
  5. Crecimiento mutuo: Buscar oportunidades para desarrollarse como personas y como pareja.
  6. Vida espiritual compartida: Orar juntos, participar en la vida de la comunidad de fe y nutrir la dimensión espiritual del matrimonio.
  7. Confianza en la providencia divina: Reconocer que los esfuerzos humanos, por valiosos que sean, necesitan ser sostenidos y completados por la gracia de Dios.

Conclusión

En un mundo de cambios acelerados donde las estructuras tradicionales se redefinen, la necesidad de matrimonios sólidos y padres presentes se vuelve más crucial que nunca. Sin embargo, esta tarea solo es plenamente realizable cuando se fundamenta en Dios como fuente del verdadero amor y fortaleza para la familia.

Los hijos necesitan el testimonio de una relación conyugal fundamentada en el amor maduro, consciente y comprometido, que les brinde seguridad, orientación y ejemplo para su propio desarrollo. Pero este amor humano, por sí solo, es insuficiente; necesita ser nutrido constantemente por el amor divino que lo trasciende y le da sentido.

El desafío para las parejas de hoy consiste en construir una relación que integre los valores fundamentales del matrimonio con una visión renovada de la complementariedad, adaptada a las necesidades del mundo contemporáneo, y centrada firmemente en la fe en Dios. Solo así podrán ofrecer a sus hijos el ambiente propicio para crecer como personas plenas, capaces de construir a su vez relaciones saludables y una sociedad más humana y más cercana al plan divino para la familia.

Libro SUSUSU – SU ACCIÓN

Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborrece jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne. Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, también ustedes, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido. Efesios 5, 25-33

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Objetivo general del MFC

  1. El MFC en su Estatuto Latinoamericano, señala su objetivo general, así:

“El Movimiento Familiar Cristiano es un movimiento de Iglesia, de ámbito latinoamericano, cuyo objetivo es la evangelización y la promoción de la familia, desarrollando sus valores humanos y cristianos, a fin de capacitarla para cumplir su misión de formadora de personas, educadora en la fe y promotora del bien común y defensora de la vida“.

1. La familia formadora de personas

  1. Si la persona es imagen creada suprema del Dios comunitario, formarla es ayudarla y sostenerla a que sea plenamente la imagen de ese Dios, impulsándola a su realización en la apertura a los demás. La persona se forma en un ambiente o comunidad de amor, en un ejercicio de amor, porque se le enseña a amar. Esto supone:
  • Ayudar y sostener a cada persona a que sea plenamente la imagen de Dios.
  • Descubrir, respetar y promover los valores individuales de cada uno de los integrantes de la familia.
  • Crear una nueva forma de educación para el amor desde la infancia.
  • Valorar a los jóvenes, considerándolos como personas y como signo profético de los tiempos.
  • Asumir, por parte de cada miembro de la familia, el papel de amor salvación que a cada uno corresponde dentro del hogar, de la sociedad y de la Iglesia.
  • Descubrir el hogar como comunidad de vida y de amor que educa para el amor.

2. La familia educadora en la fe

  1. Educar en la Fe es ayudar, sostener y orientar en el camino del encuentro interpersonal con Cristo, Amor del Padre manifestado a los hombres.

Al acentuar la vivencia del Sacramento del Matrimonio, la familia es verdaderamente la Iglesia Doméstica, que se proyecta como signo de salvación integral. Esto requiere una actitud permanente de conversión personal y que la educación en la fe sea coeducación entre padres e hijos, en un clima de amor y de diálogo.

  1. Para que la familia cumpla con su misión de educadora en la fe es necesario “dotarla de elementos que le restituyen su capacidad evangelizadora, de acuerdo con la Doctrina de la Iglesia (Familia, Medellín).

Educar en la fe es:

  • Ayudar, sostener y orientar en el camino del encuentro interpersonal con Cristo.
  • Acentuar la vivencia del Sacramento del Matrimonio.
  • Hacer de la familia una Iglesia Doméstica, signo de salvación integral.
  • Dotar a la familia de elementos que le restituyan su capacidad evangelizadora.

3. La familia, promotora del bien común

  1. El que la familia del MFC sea promotora del bien común implica un cambio en lo personal y en lo familiar para:

Ser promotora del bien común por medio de una conversión que implique:

  • Realizar un cambio en lo personal y lo familiar para cooperar en la transformación hacia el desarrollo integral, por medio de unas estructuras sociales más justas.
  • Integrar a la familia en la labor pastoral de la Iglesia y en el proceso de liberación de todas las esclavitudes que nos atan.

    4. Defensora de la vida

    Ser una familia defensora de la vida comienza con valorar la vida y la familia misma. No se defiende lo que no se valora, y esta valoración debe ser tanto intelectual como del corazón y la experiencia. Los testimonios son fundamentales para aprender a valorar el don de la vida y la familia. Es importante hacer visibles las alegrías y bienes que traen los hijos… como respuesta a la propaganda que los presenta como problemas.

    Libro de SUSUSU 

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    El Movimiento Familiar Cristiano: Una historia de amor, fe y compromiso que sigue viva

    NO DEJEN QUE SE APAGUE LA ANTORCHA DEL MFC

    PADRE PEDRO RICHARDS – FUNDADOR EL MFC

    Nacido del Espíritu… a través de la familia

    El Movimiento Familiar Cristiano (MFC) nació a orillas del Río de la Plata, en una época en la que la Iglesia comenzaba a sentir los primeros signos de transformación. En los años previos al Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo ya inspiraba nuevas formas de presencia laical, y entre ellas, surgió esta propuesta pastoral inédita: una comunidad de familias que, desde su realidad cotidiana, decidía vivir su vocación como una auténtica misión evangelizadora.

    Corría la década de los 40 y 50, cuando algunos matrimonios y sacerdotes en Uruguay comenzaron a reunirse con el deseo de profundizar su fe, compartir la vida familiar, y encontrar caminos para anunciar el Evangelio en medio de los desafíos sociales y culturales de su tiempo. No se conformaban con una vivencia privada de la fe: querían ser Iglesia desde la familia y para la familia.

    Lo que comenzó como un pequeño grupo de reflexión y oración, pronto se transformó en un verdadero movimiento de renovación familiar, impulsado por el testimonio, el compromiso y el amor compartido.

    Una intuición profética

    Antes de que el Concilio Vaticano II hablara del papel del laicado, antes de que la Iglesia reconociera oficialmente la vocación del matrimonio como camino de santidad, el MFC ya vivía esa realidad. Con una intuición pastoral extraordinaria, el Movimiento promovió la espiritualidad conyugal, entendida como la experiencia concreta de Dios en el amor de la pareja, en la crianza de los hijos, en las decisiones de cada día.

    Además, incorporó a la mujer en espacios de formación y liderazgo, rompió con esquemas clericalistas y apostó por una estructura de corresponsabilidad entre matrimonios y sacerdotes, que trabajaban juntos, en equipo, con igualdad de voz y corazón pastoral.

    También supo ver la urgencia de acompañar a los novios y de preparar a los futuros matrimonios con seriedad, responsabilidad y cariño. Muchas diócesis del continente adoptaron esta metodología, basada en el diálogo, la oración, la revisión de vida y el compartir comunitario.

    Misión latinoamericana: la semilla se multiplica

    El mensaje del MFC no tardó en cruzar fronteras. Gracias al testimonio y al espíritu misionero de tres matrimonios uruguayos —los Soneira, los Gelsi y los Gallinal—, y del sacerdote Pedro Richards, el Movimiento fue sembrándose poco a poco en otros países: Argentina, Paraguay, Chile, México, Colombia, Venezuela…

    En cada nuevo lugar, nacían comunidades vivas, comprometidas, al servicio de las familias de su entorno. Se formaban equipos de base, se adaptaban materiales de formación, se organizaban encuentros nacionales. La semilla caía en tierra fértil.

    En 1957, esa expansión tomó forma institucional con la celebración del Primer Encuentro Latinoamericano del MFC en Montevideo, que reunió a los pioneros del Movimiento y dio origen al Secretariado para Latinoamérica (SPLA). Desde entonces, cada Encuentro Latinoamericano (ELA) ha sido un espacio de comunión, evaluación, formación y discernimiento, en el que se fortalecen los lazos y se definen las líneas comunes de acción.

    Un Movimiento que discierne con los signos de los tiempos

    Desde sus primeros años, el MFC ha vivido un proceso permanente de revisión, evaluación y actualización. Influido por los grandes acontecimientos eclesiales del continente —como el Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla y Santo Domingo—, el Movimiento ha procurado responder con fidelidad creativa a los nuevos desafíos de cada época.

    En 1979, durante la X Asamblea General Latinoamericana (AGLA) celebrada en Panamá, se vivió una revisión profunda del ser y quehacer del Movimiento. No se trató solo de renovar estructuras o métodos, sino de reafirmar la identidad y espiritualidad del MFC. Se actualizaron los documentos fundamentales, se redefinieron los objetivos, y se hizo una opción clara por:

    • Promover una espiritualidad encarnada en la vida cotidiana.
    • Fortalecer la formación integral de las familias, con una metodología que combina fe, reflexión y compromiso.
    • Incluir y acompañar también a familias incompletas, heridas o en situación de vulnerabilidad.
    • Trabajar por la justicia social y la transformación de la realidad, especialmente en contextos de pobreza, exclusión y violencia.

    Desde entonces, cada encuentro continental ha sido un nuevo paso en este camino de fidelidad dinámica, donde tradición y renovación van de la mano.

    Una comunidad de comunidades

    El MFC no es una gran organización, ni aspira a serlo. Más bien, es una comunidad de pequeñas comunidades: equipos de matrimonios, grupos de jóvenes, círculos de reflexión, equipos de trabajo… donde se vive la fe en familia, se comparten las alegrías y dolores de la vida cotidiana, y se construye comunidad desde el amor.

    Cada grupo base es un espacio privilegiado para crecer en el diálogo, la oración, la escucha, el compromiso con los demás. Allí se aprende a ser Iglesia desde abajo, a valorar la corresponsabilidad, a caminar juntos como hermanos.

    El Movimiento acompaña a los matrimonios en todas las etapas de su vida: desde los noviazgos jóvenes hasta las familias con hijos adultos. También extiende su misión a los jóvenes, a los niños, a los adultos mayores y a otras realidades familiares que necesitan contención, fe y esperanza.

    Hoy más que nunca, el MFC tiene sentido

    En un mundo marcado por la crisis de vínculos, la soledad, la fragilidad de los compromisos y la pérdida del sentido trascendente, el MFC se presenta como una alternativa vital: un espacio donde la familia no es vista como un ideal inalcanzable, sino como un proceso de crecimiento, perdón y comunión.

    El Movimiento sigue vivo porque sigue siendo necesario. Su misión está más vigente que nunca:

    • Ofrecer formación integral y permanente a las familias.
    • Sostener espacios de espiritualidad conyugal y familiar.
    • Promover la solidaridad y el compromiso social.
    • Ser lugar de acogida y acompañamiento para quienes buscan vivir su fe en comunidad.

    Una historia que continúa… contigo

    El MFC no es un museo del pasado, ni una estructura del ayer. Es una historia viva que se  renueva en cada familia, en cada equipo, en cada servicio pastoral.

    Detrás de sus iniciales, hay rostros concretos: matrimonios que se aman y luchan juntos, hijos que crecen en hogares llenos de fe, comunidades que oran y trabajan unidas, líderes que animan con alegría y generosidad.

    Hoy, más que nunca, necesitamos seguir escribiendo esta historia. Con tu tiempo, tu oración, tu testimonio, tu compromiso. Porque mientras haya una familia que reflexione, ore y actúe en comunidad, el MFC seguirá siendo una buena noticia para la Iglesia y para el mundo.

    LIBRO SUSUSU – SU HISTORIA