En un mundo que nos dice que el amor es solo cuestión de sentimientos, atracción o química, el matrimonio cristiano nos recuerda algo mucho más profundo: un amor auténtico se elige y se vive con propósito. No se trata de dejarse llevar por las emociones del momento, sino de tomar una decisión consciente, día tras día, de amar a la misma persona que elegimos frente a Dios.
La emoción puede encender la chispa inicial, pero lo que mantiene vivo el fuego es la elección diaria. Esa elección es la que nos lleva a comprometernos incluso en los días grises, a perdonar cuando cuesta, a seguir caminando juntos cuando el camino se hace empinado. Como dice la Palabra:
“El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso ni jactancioso, no se engríe. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4-7).
Dios nos amó primero: la raíz de todo amor verdadero
La Iglesia nos recuerda una verdad que cambia nuestra manera de amar:
“El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24).
Esto significa que Dios nos amó desde antes de existir, no por nuestras cualidades, logros o méritos, sino simplemente porque somos suyos. Ese amor eterno e incondicional es el modelo del amor matrimonial: un amor que no depende de lo que la otra persona haga o deje de hacer, sino que se entrega de manera libre y total.
La Escritura lo confirma:
“Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Juan 4, 19).
Cuando comprendemos que Dios nos ha amado así, podemos amar a nuestro cónyuge de forma más plena, porque ya no amamos desde la necesidad o la carencia, sino desde la plenitud que Él nos da.

El matrimonio: una misión compartida
El matrimonio no es simplemente “estar juntos” o “no separarse”; es un caminar intencional hacia la santidad, acompañándose en lo bueno y en lo difícil.
Un amor auténtico implica:
- Crecer juntos: “Mejores son dos que uno… porque si caen, el uno levantará a su compañero” (Eclesiastés 4, 9-10).
- Proteger el corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4, 23).
- Poner a Dios en el centro: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127, 1).
Elegir amar, incluso cuando no es fácil
La vida matrimonial tiene momentos de alegría y de dificultad. Hay días en los que es sencillo amar, y otros en los que se requiere un esfuerzo extra. En esos momentos, recordamos que el amor no es simplemente un sentimiento, sino una decisión que se renueva.
Un amor auténtico no huye ante las crisis, sino que las enfrenta con esperanza. No busca la perfección del otro, sino que se alegra en su existencia. No se pregunta “¿qué recibo yo?” sino “¿qué puedo dar yo hoy?”.
Como enseña San Pablo:
“Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Efesios 5, 21).

El propósito eterno de nuestro “sí”
El matrimonio cristiano es un camino de entrega mutua que apunta hacia la eternidad. No se trata solo de buscar la felicidad aquí y ahora, sino de ayudarse mutuamente a llegar al cielo. Cuando el amor se vive con este propósito, el “sí” que se dio en el altar se convierte en un “sí” renovado en cada mirada, cada gesto de servicio, cada perdón y cada oración compartida.
Jesús nos lo recuerda:
“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15, 12).
Porque, al final, el amor auténtico es reflejo del amor de Dios: un amor que no caduca, que no se rinde y que siempre busca el bien del otro.