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El Incalculable Valor del Pacto Matrimonial: Un Lazo Eterno con Dios

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Tu matrimonio es un pacto eterno con Dios, y nada en el mundo tiene más valor.

En un mundo que a menudo ve el matrimonio como un simple contrato social que puede romperse si las emociones cambian o si el “propio proyecto de felicidad” choca con el del otro, es vital volver a la verdad fundamental que nos da la fe: el matrimonio no es una institución humana; es una alianza sagrada establecida por el Creador. Es un reflejo terrenal del amor inquebrantable de Dios por Su pueblo, y su fin último es la santificación mutua de los cónyuges.

1. El Matrimonio es un Pacto, No un Contrato

La palabra clave aquí es pacto (o alianza). Un contrato se basa en cláusulas, condiciones, fechas de vencimiento y términos que, al romperse por cualquiera de las partes, anulan el acuerdo. Un pacto, especialmente un pacto bíblico, es una promesa solemne y un compromiso de vida incondicional, respaldado y garantizado por Dios mismo. El compromiso se mantiene incluso si la otra parte falla.

Desde el principio, la Escritura lo define como tal:

Génesis 2, 24: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.”

Ser “una sola carne” es el sello de este pacto, una unidad tan profunda que es la fusión completa no solo de cuerpos, sino también de voluntades, identidades y destinos. Romper esta unidad no es solo la disolución de una sociedad; es una amputación espiritual y emocional a los ojos de Dios. Esta verdad fue confirmada por el profeta Malaquías, quien nos recuerda que Dios es el testigo juramentado de nuestra promesa mutua, tomándose en serio cada palabra pronunciada en el altar:

Malaquías 2, 14: “Y ustedes dicen: “¿Por qué?”. Porque el Señor ha sido testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, aunque ella era tu compañera y la mujer de tu alianza.”

2. El Vínculo de Tres Hilos: Dios en el Centro

Cuando dos personas se unen en matrimonio, en realidad se convierten en tres: el esposo, la esposa y Dios. Él es el lazo central que da fuerza, propósito y permanencia a la relación. La Biblia nos enseña que esta unión tripartita es esencial para la resiliencia y la prosperidad del hogar, un fundamento que las fuerzas del mundo no pueden derribar.

Eclesiastés 4, 9 – 12: “Valen más dos juntos que uno solo, porque es mayor la recompensa del esfuerzo… Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe fácilmente.”

Cuando la vida se pone difícil—y se pondrá—, no es solo la fuerza de la pareja la que los sostiene, sino la presencia de Dios obrando a través de Su Espíritu. Dios provee la gracia sacramental que excede la capacidad humana natural de amar y perdonar. Cuando el dolor, el resentimiento o las pruebas amenazan con desgarrar el pacto, el tercer hilo (Dios) interviene para recordar la promesa, sanar las heridas y ofrecer la fortaleza sobrenatural para continuar eligiendo al cónyuge día tras día. Este es el valor incalculable de un matrimonio cimentado en la fe.

3. La Indisolubilidad del Vínculo: La Palabra de Jesús

La enseñanza cristiana, especialmente la católica, enfatiza la permanencia y santidad del vínculo. Jesús mismo reafirmó el diseño original del Génesis, insistiendo en su carácter indisoluble y elevándolo a sacramento.

Marcos 10, 9: “Así que, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.”

El matrimonio es una unión para toda la vida, un compromiso que solo la muerte puede deshacer. Este carácter indisoluble no es una carga, sino una garantía de seguridad y estabilidad tanto para los cónyuges como para los hijos. Sella el amor con el propósito de la permanencia, ofreciendo un refugio seguro frente a la volatilidad de las circunstancias externas o los altibajos emocionales internos.

4. El Diseño Divino: Un Amor de Sacrificio y Santificación

El apóstol Pablo eleva el estándar del matrimonio al compararlo con la relación de Cristo y Su Iglesia. Esto no solo nos da un modelo de amor, sino que subraya la santidad y el valor supremo de la alianza matrimonial.

Efesios 5, 25: “Maridos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.”

Este pasaje nos llama al amor sacrificial, que es el amor más puro y valioso que existe. No se trata de un sentimiento pasajero, sino de una decisión diaria de dar, de entregar el propio yo por el bien y la santificación del otro. Al igual que Cristo purificó y cuidó a Su Iglesia, los esposos están llamados a buscar activamente la santidad de su cónyuge, ayudándolo a crecer en la fe y la virtud. Este es el tipo de amor que refleja el reino de Dios en la tierra y que se convierte en un testimonio visible para el mundo.

Tu matrimonio es, de hecho, un pacto eterno con Dios, y nada en el mundo tiene más valor.

No hay carrera, riqueza material, ni logro personal que pueda compararse con el valor de un vínculo que Dios mismo ha santificado y que usamos para reflejar su amor, su fidelidad y su compromiso. Si sientes que la cotidianidad ha opacado el brillo de tu pacto, recuerda hoy que no estás solo. Tienes a un Dios fiel que atestiguó tu promesa y está listo para ayudarte a restaurar y honrar este tesoro sagrado, dándote la gracia para amar más allá de tus fuerzas.

Honra tu pacto. Cuida tu lazo de tres dobleces. Vive la verdad de que, en tu hogar, reside uno de los tesoros más grandes y duraderos que se pueden encontrar.

¡Que Dios bendiga tu alianza!

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