foto-web

Fidelidad Conyugal: El Camino del “Sí” que se renueva cada día

El matrimonio es, en esencia, un camino de fidelidad. Pero, ¿qué significa realmente esa palabra en el contexto de nuestra vida conyugal, más allá de la promesa del día de la boda? En el Movimiento Familiar Cristiano, sabemos que la fidelidad no es solo un juramento, sino una elección diaria y consciente, un acto de amor que se fortalece y se purifica con cada amanecer. Es el compromiso inquebrantable de dos almas que, guiadas por la gracia de Dios, deciden caminar juntas, superando la tentación de buscar la comodidad o la novedad en otro lugar.

La fidelidad conyugal es un reflejo de la fidelidad de Dios mismo. La Biblia nos muestra a lo largo de sus páginas un Dios que es siempre fiel, que no abandona a su pueblo a pesar de sus debilidades. En el libro de Oseas, Dios se compara con un esposo que perdona y restaura a su esposa infiel, Israel. Este pasaje, aunque doloroso, nos revela la inmensidad del amor incondicional y la fidelidad divina: “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor y compasión. Te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor” (Oseas 2, 21-22). Este es el modelo de fidelidad al que estamos llamados como esposos, una lección de perseverancia y misericordia que nos invita a imitar a Cristo en nuestra relación.

Más Allá de la Promesa: Un Compromiso Vivo

La fidelidad no se limita a no traicionar al cónyuge. Es una virtud activa que se manifiesta en la dedicación, la paciencia y la entrega total. Es decidir amar a la persona que elegimos, incluso en los días grises, cuando las imperfecciones de la rutina o los desafíos del camino nos tientan a flaquear. Se trata de una decisión que va más allá de los sentimientos, anclada en la voluntad de honrar el sacramento. Es el acto de amor que se hace presente cuando la enfermedad, el estrés laboral o las preocupaciones por los hijos parecen desdibujar el romance inicial.

El apóstol Pablo nos ofrece la hoja de ruta para este amor fiel en su conocida carta a los Corintios:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no se jacta, no se enorgullece. No es grosero, no busca su interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido. El amor no se alegra de la injusticia, sino que se regocija en la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13, 4-7).

Este pasaje no es una descripción idealizada del amor, sino una guía práctica para vivir la fidelidad en lo cotidiano. Es la paciencia ante las diferencias de opinión, el apoyo incondicional en la enfermedad o la pérdida de un ser querido, la humildad al pedir perdón por una palabra hiriente y la alegría al compartir los logros del otro como si fueran propios. Es el compromiso de ser el mayor aliado y el apoyo más firme en la vida de nuestra pareja.

Construyendo la Fidelidad en la Práctica

Vivir la fidelidad en el matrimonio es un ejercicio constante, que se nutre de la gracia de Dios y de acciones concretas. Es un trabajo que florece en la simplicidad de la vida diaria:

  1. Oración en Pareja: Poner nuestra unión en manos de Dios es el pilar más sólido. La oración nos une a Cristo y nos ayuda a ver a nuestro cónyuge con los ojos de Dios, a comprender sus luchas y a amarle de manera más plena. No tiene que ser una oración formal y extensa; un simple Padre Nuestro antes de dormir o una breve oración de gratitud por las bendiciones del día pueden fortalecer el vínculo. “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20).
  2. Comunicación Abierta y Vulnerable: La fidelidad se construye en la confianza. Ser transparentes y honestos el uno con el otro fortalece la confianza. Compartir miedos, sueños y preocupaciones nos hace más vulnerables, pero también más unidos. Esto implica crear un espacio seguro donde cada uno sepa que puede hablar libremente sin temor al juicio, y donde se valora la escucha activa.
  3. Tiempo de Calidad Intencional: En un mundo lleno de distracciones, dedicar tiempo exclusivo a la pareja es un acto de amor radical. Es un “sí” a la otra persona, priorizándola por encima de las obligaciones y los compromisos. Puede ser una cita romántica, una tarde de mate o tereré en el patio, o simplemente un momento para caminar juntos sin un destino fijo, compartiendo el silencio y la compañía.
  4. Perdón Recíproco y Sincero: Nadie es perfecto. La fidelidad también se manifiesta en la capacidad de perdonar y de pedir perdón, sanando las heridas y permitiendo que la relación siga creciendo. El perdón es una gracia que libera y restaura, un eco del amor misericordioso de Dios. Es un acto que requiere humildad y que nos permite soltar el pasado para abrazar un futuro juntos.

La fidelidad conyugal es un don y una tarea. Es un reflejo del amor de Cristo por su Iglesia, un amor que fue fiel hasta el final. Al vivir nuestra fidelidad, no solo fortalecemos nuestra familia, sino que también damos testimonio de la verdad del Evangelio en el mundo. Que la gracia de Dios nos ilumine y fortalezca para ser custodios de este amor fiel, para que nuestro “para siempre” sea un faro de esperanza.

Cita Bíblica Coherente:

“El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”

  • 1 Corintios 13, 7
medida-web-mfcpy

El Secreto de un Matrimonio Feliz y Santo

En el ajetreo diario de la vida, es fácil perder de vista la profundidad y la belleza del llamado al que Dios nos ha invitado. Nuestro matrimonio no es simplemente un acuerdo humano; es un reflejo del amor de Dios en la Tierra. A menudo, el Papa Juan Pablo II nos recordaba que el ser humano no puede vivir sin amor. Él escribió: “el hombre no puede vivir sin amar; su vida permanece incomprensible, sin sentido, si no experimenta el amor, si no ama, si no es amado”.

¿Por qué es tan fundamental? Porque fuimos creados a imagen de Dios que es Amor. Nuestro propósito más profundo es amar y ser amados. Fuimos creados “a imagen de Dios; varón y mujer los creó” (Génesis 1,27). Esta dualidad, en su complementariedad, es un espejo del Amor divino. Como dice la Primera Epístola de Juan, “Dios es amor. El que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). Nuestro matrimonio es el primer lugar donde este amor debe florecer, transformando nuestra alma y la de nuestro cónyuge.

Un trinomio sagrado: Amor, Sexo y Unidad

El amor conyugal, según la enseñanza de la Iglesia, es una unión sagrada de tres elementos: amor, sexo y unidad. Cuando vivimos este trinomio, nos convertimos en almas agradables a Dios, siguiendo el ejemplo de la Santísima Trinidad.

El amor es la base, la elección diaria de la voluntad. La unidad es el fruto de esa elección, la fusión de dos vidas en un propósito común. Y el sexo, en el matrimonio, no es solo un acto físico, sino la máxima expresión de esa entrega total y unitiva, un lenguaje sagrado que refuerza el pacto que han hecho.

El Papa Pablo VI, en su encíclica Humanae Vitae, destacó cuatro características esenciales del amor conyugal que nos ayudan a aplicarlo en nuestras vidas:

  • Plenamente Humano: Es un amor que involucra la totalidad de la persona, cuerpo y alma. No es solo un sentimiento, sino una elección de la voluntad. Es un amor que se construye día a día. Esto implica que el amor conyugal se vive en la realidad de la vida cotidiana: en los pequeños gestos de servicio, en la paciencia durante las dificultades, en la comunicación sincera y en la aceptación de la imperfección del otro. Es un amor que se perfecciona a través del sacrificio y la entrega, reflejando el amor de Cristo por su Iglesia.
  • Total: Implica una donación completa, sin reservas. Esto significa compartir todo, nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestras virtudes y nuestros defectos. Esta totalidad se manifiesta en la vulnerabilidad y la apertura total el uno al otro, donde “ya no son dos, sino una sola carne” (Mateo 19,6). Es una donación que se extiende a todos los aspectos de la vida: emocional, espiritual y material, sin guardar nada para sí mismo. Es el compromiso de caminar juntos en la santidad, apoyándose mutuamente. Como dice el Cantar de los Cantares, “Mi amado es mío y yo soy suya” (Cantares 2,16).
  • Fiel y Exclusivo: Un amor que se compromete y se mantiene firme en la promesa hecha ante Dios. La fidelidad no es una limitación, sino una forma de honrar el pacto matrimonial y de dar seguridad a nuestra pareja. La fidelidad no es una limitación, sino una fuente de libertad y seguridad. Es la promesa diaria de un “sí” a la persona que elegimos, un “sí” que nos permite crecer sin miedo en la confianza y el respeto mutuo. Protege la santidad del vínculo y crea un refugio seguro donde ambos cónyuges pueden florecer. La Biblia nos recuerda: “Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10,9).
  • Fecundo: No se refiere solo a la procreación, sino a la capacidad de crear vida en todas sus formas. La fecundidad del amor conyugal se manifiesta en la educación de los hijos, en el servicio a los demás, en la creación de un hogar que es una “Iglesia doméstica”. Esta fecundidad va más allá del número de hijos. Es un amor que se desborda y se convierte en una fuente de vida para el mundo. Un matrimonio fecundo irradia alegría y esperanza, evangeliza con su testimonio de unidad, sirve a la comunidad y crea un ambiente de caridad que se extiende a todos los que los rodean. Como dice el Salmo: “El Señor te bendiga desde Sión; que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida” (Salmo 128,5).

Siendo almas agradables a Dios

La vivencia de este amor nos hace agradables a los ojos de Dios. Cada acto de amor, de perdón, de paciencia y de servicio a nuestra pareja es una oración. Al vivir las características del amor conyugal, no solo fortalecemos nuestra relación, sino que también nos santificamos. Les invito a tomar un momento en pareja para reflexionar sobre estas cuatro características. Pueden hacerlo a través de la oración conjunta, un diálogo honesto o simplemente tomándose de la mano para recordar que su amor es un regalo de Dios. Cada día es una nueva oportunidad para vivir este amor con más plenitud, convirtiéndose en el reflejo de la caridad de Cristo en el mundo.

Que este camino de amor los lleve a ser un faro de esperanza para sus familias y para el mundo.

“El amor de los esposos es una bendición de Dios” – Papa Francisco

medida-web-mfcpy

Un Fin de Semana de Gracia y Compromiso para el Futuro de la Familia

El pasado fin de semana, la Diócesis de San Pedro Apóstol se convirtió en el epicentro del Movimiento Familiar Cristiano (MFC) Paraguay. Con el corazón y los brazos abiertos, la comunidad de San Estanislao, cariñosamente conocida como Santaní, acogió a los líderes y familias de todo el país en una jornada que fue mucho más que un simple encuentro; fue un fin de semana de gracia, trabajo arduo y profunda fraternidad. El aire se llenaba de un espíritu de renovación y esperanza, mientras cada matrimonio llegaba con la firme convicción de que su misión es fundamental para la Iglesia y la sociedad.

Desde el sábado hasta el domingo, los cimientos de nuestro movimiento se fortalecieron con tres actividades que reflejaron la vitalidad y el compromiso de cada matrimonio. Cada reunión fue una pieza clave en la construcción de la Iglesia doméstica, reafirmando que somos un pueblo unido por la fe y la misión de servir a la familia, actuando como verdaderos discípulos de Cristo en el mundo actual.

El Liderazgo al Servicio: Reunión de Presidentes

La jornada del sábado 23 de agosto se inició con el gran encuentro de presidentes nacionales, arquidiocesanos, diocesanos y de las diócesis en formación. Fue una reunión de líderes que no se trataba de poder, sino de servicio. Cada matrimonio, con su experiencia y sus desafíos locales, puso sobre la mesa el corazón de su comunidad, compartiendo no solo los éxitos, sino también las preocupaciones y los desafíos que enfrentan en su día a día.

En este espacio de diálogo y escucha, se tejieron los hilos de la unidad. Como nos enseña el apóstol San Pablo, somos un solo cuerpo en Cristo, y en este encuentro, cada líder fue un miembro vital que aportó para el bien común. Se unificaron criterios, se compartieron estrategias y se trazaron las líneas de acción que guiarán el trabajo en los próximos meses. Es en la colaboración y en el espíritu de sinodalidad que reafirmamos nuestro compromiso con la Iglesia, construyendo sobre una base sólida de fe y obediencia. Esta comunión de trabajo y oración demostró que la fuerza de nuestro movimiento reside en la diversidad de sus miembros y en la capacidad de marchar juntos hacia un mismo objetivo. Vimos un verdadero ejemplo de lo que significa ser un líder cristiano, dispuesto a ponerse de rodillas para servir a su hermano, fortaleciendo el lazo que nos une en Cristo.

La labor de un líder cristiano es sembrar la esperanza en su comunidad, y en Santaní, vimos a estos matrimonios preparándose para el próximo ciclo de siembra. Su dedicación y valiosa participación son un testimonio vivo del llamado a servir, con la certeza de que su labor dará frutos abundantes, porque la semilla que se planta con amor en el corazón de la familia siempre florece.

Los Cimientos de la Misión: Comisión de Manuales y Procedimientos

La misma tarde del sábado, la ciudad de Santaní albergó otra reunión fundamental: la de la Comisión de Estudio de Manuales y Procedimientos. Aunque a veces sea un trabajo menos visible, es un pilar indispensable para la solidez de cualquier obra. Al igual que el arquitecto que se asegura de que los planos sean correctos antes de construir, esta comisión se dedicó a revisar y actualizar las normas que rigen nuestras actividades. Su labor, a menudo detrás de bambalinas, es la que garantiza la solidez del edificio que construimos juntos.

Este trabajo minucioso y detallado es un acto de amor y diligencia que garantiza la coherencia en cada nivel de nuestro movimiento. Al optimizar nuestros procesos y clarificar nuestras normativas, aseguramos que la esencia y el carisma del MFC se mantengan puros y se transmitan de manera eficiente a las futuras generaciones. El compromiso de estos matrimonios es un ejemplo de que la fe no solo se vive con el corazón, sino también con la sabiduría y la responsabilidad. Su labor silenciosa es la que nos permite “caminar juntos” de manera ordenada y segura, evitando tropiezos y desviaciones en el camino de la misión y asegurando que cada familia, sin importar la diócesis, reciba la misma formación fiel a la doctrina de la Iglesia.

La Celebración y la Gracia: 2° Pleno Nacional MFC Paraguay

El fin de semana culminó con el 2° Pleno Nacional el domingo 24 de agosto, un evento que se sintió como una gran fiesta familiar. La jornada inició con una emotiva Misa de apertura en la Parroquia San Estanislao de Kostka, un momento de profunda oración y acción de gracias que lo unió todo.

Esta solemne celebración fue presidida por el Padre Rodolfo Portillo, de la diócesis de Villica. También contamos con la presencia y la guía espiritual de Fray Milciades Burgos, párroco de San Estanislao y asesor espiritual de la base Santaní, quien nos regaló una inspiradora homilía. Además, acompañó el Diácono Cristian Rolón, presidente de la diócesis de Villar Rica. Fue en el Altar del Señor donde se selló el trabajo del fin de semana, poniendo a los pies de Jesús todas las decisiones y proyectos, y renovando el pacto de amor con Él.

Queremos destacar la invaluable presencia de todos los matrimonios y jóvenes que viajaron desde diversas diócesis. Su esfuerzo y su deseo de compartir este espacio de crecimiento y fraternidad es un reflejo de que el MFC es mucho más que un movimiento: es una gran familia unida. Y con un aplauso de pie, nuestro más sincero reconocimiento a la base de Santaní. Su organización impecable, su calidez y su hospitalidad ejemplar fueron el rostro vivo de Cristo que nos acogió. Nos enseñaron lo que significa ser un verdadero anfitrión, haciendo de este Pleno una experiencia inolvidable, llena de pequeños detalles que tocaron el corazón de cada visitante.

¡Caminemos Juntos!

El fin de semana en Santaní nos recordó que el MFC es una obra de Dios. Vimos a líderes comprometidos, a matrimonios y jóvenes trabajando con diligencia y a una comunidad entera celebrando la fe. Cada una de estas actividades nos fortalece en nuestra misión de construir un futuro más sólido para la familia y la sociedad. La suma de estos encuentros de trabajo, planificación y celebración nos demuestra que la gracia de Dios actúa a través de la colaboración humana, en cada pequeño esfuerzo y en cada gran evento.

Te invitamos a reflexionar sobre la importancia de la unidad en tu propia familia y en tu comunidad. ¡Juntos, de la mano de Dios y de la Virgen María, podemos hacer de cada hogar una Iglesia doméstica!

“Sean mutuamente comprensivos. Si alguno tiene una queja contra otro, perdónense de la misma manera que el Señor los ha perdonado a ustedes. Y por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el lazo de la perfección.” (Colosenses 3:13-14)

medida-web-mfcpy

Servir con el corazón: La vocación de amor del promotor

Queridos promotores, en medio de las responsabilidades diarias, de los desafíos familiares y del ritmo de vida acelerado, ustedes han respondido con generosidad a un llamado único: el de acompañar a otros matrimonios en su camino de fe. Su servicio, esa labor incansable y silenciosa, es el motor que mantiene viva la llama del Movimiento Familiar Cristiano. Ustedes son los faros de esperanza que, con su testimonio, guían a otras familias hacia un puerto seguro. Pero hoy, queremos invitarlos a reflexionar sobre el verdadero combustible de esa misión: el amor, que es la fuerza que lo hace todo posible y significativo.

La fuente de nuestro servicio: El amor de Dios

Nuestra capacidad de amar no nace de nosotros mismos, sino que es un regalo que recibimos de la fuente inagotable del amor de Dios. Antes de que podamos dar una palabra de aliento o una mano amiga, el Padre ya nos ha amado primero. Su amor es el que nos sana, nos fortalece y nos da la paciencia para entender a quienes acompañamos. Es el eco de la voz de Dios en cada gesto que hacemos, en cada visita que realizamos.

Cuando su servicio se siente pesado, cuando las puertas parecen cerrarse o las familias que acompañan pasan por crisis, recuerden que no están solos. El Espíritu Santo les ha sido dado para llenar cada gesto y cada palabra con el amor de Cristo, para que lo que hagan no sea una obligación, sino una manifestación viva de la gracia. Servir con amor es permitir que Dios actúe a través de ustedes, siendo un simple instrumento en sus manos, un canal por el que Su paz y Su esperanza puedan fluir hacia los demás. No son ustedes quienes transforman, sino el mismo Cristo que obra a través de su generoso “sí”.

Manos que sirven, corazones que aman

El servicio de un promotor no es solo una lista de tareas: organizar reuniones, hacer llamadas, guiar el Círculo de Estudio. Es un servicio que se realiza con las manos, sí, pero que debe nacer de un corazón que ama. Es un amor que se traduce en:

  • Paciencia: Para esperar el tiempo de cada matrimonio, sin presiones ni juicios. Se manifiesta en la calma con la que escuchan a una pareja que no encuentra las palabras para expresar su dolor, o en la serenidad para retomar el contacto después de un silencio prolongado. Es saber que la obra de Dios tiene su propio ritmo.
  • Escucha atenta: Para comprender las alegrías y los dolores, sin interrupciones. Un corazón que ama escucha de verdad, no solo con los oídos, sino con todo el ser, intentando percibir las necesidades más profundas que a veces las palabras no pueden expresar. Es un bálsamo sanador para el alma que se siente sola o incomprendida.
  • Empatía: Para ponerse en el lugar del otro, recordando que todos tenemos luchas. Un promotor que sirve con amor sabe que el camino de la fe está lleno de tropiezos. En lugar de juzgar, se compadece y se identifica, recordando sus propias caídas y cómo la mano de Dios lo ha levantado.
  • Alegría: La alegría del Evangelio, que es la mejor carta de presentación. Un corazón alegre contagia. Es esa sonrisa sincera al abrir la puerta, el entusiasmo al compartir un pasaje bíblico o la emoción al ver a una familia dando sus primeros pasos en la comunidad. La alegría de Cristo que mora en ustedes se convierte en un imán para los demás.

Cada visita, cada mensaje y cada oración por las familias que acompañan son semillas de esperanza. No se preocupen por ver florecer el jardín de inmediato. Su labor es sembrar con amor, y el Señor se encargará de regar y hacer crecer la fe en los corazones.

“Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.” – Mateo 7,12

La alegría de dar

El servicio en el MFC no nos vacía, sino que nos colma. Al dar amor, nuestro propio matrimonio se fortalece. Al ser testigos del crecimiento de otras familias, nuestra fe se aviva. Los promotores experimentan de primera mano la alegría de ver a Dios obrar milagros en la vida de sus hermanos: un matrimonio que parecía perdido encuentra la reconciliación, un hijo se acerca a la Iglesia, una pareja descubre el poder de la oración. Esta es la más grande de las recompensas, un gozo que va más allá de cualquier reconocimiento humano.

Que el amor de Cristo sea el motor de cada visita, de cada llamada y de cada encuentro. Que la motivación más profunda no sea el cumplimiento de un rol, sino el deseo de ser canal de su amor sanador. Su servicio no solo transforma a otras familias, sino que también santifica la suya propia. Gracias a su generoso “sí”, el MFC se convierte cada día más en una gran familia que camina unida hacia el Padre. ¡Gracias por ser promotores de amor!

“Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.” – 1 Pedro 4,10

El rol del Promotor en el MFC-Py – REGLAMENTO GENERAL

Artículo 121: Promotor: Es el Matrimonio o Joven designado por el ECBP para coordinar, dirigir y promover un EB, para alcanzar los objetivos de los temas del nivel que se está desarrollando. Es el responsable del correcto desarrollo de la PDF impartidos por el MFC Py. De los Promotores depende en gran medida la buena marcha de toda la membresía y del cumplimiento de los objetivos y delineamientos propuestos para las Bases Parroquiales.

Artículo 122: Las funciones y atribuciones del Promotor, son:

  • Asistir a todas las reuniones del EB que promueve.
  • Dar participación a todos los integrantes del EB en el desarrollo de los temas.
  • Promover que los integrantes del grupo lean previamente el tema y que realicen la reflexión personal, conyugal y familiar.
  • Promover la puntualidad en las reuniones, tanto para el inicio como para el término.
  • Desarrollar las reuniones de recuperación para el/los integrantes ausentes.
  • Fomentar la formación y crecimiento espiritual de los integrantes del EB.
  • Promover en los integrantes el valor del servicio.
  • Participar y motivar la asistencia a las RG, a los cursos/talleres complementarios, de servicio a la comunidad y dirigenciales, y a los eventos organizados por el ECBP o el ECA/D.
  • Utilizar siempre la “Guía del Promotor” y su “Carta Descriptiva” en las reuniones.
  • Llenar las planillas de evaluación y asistencia, y entregar al Coordinador de Promotores.
  • Fomentar los valores de justicia, solidaridad y el aporte económico hacia el MFC-Py.
  • Visitar a los integrantes del EB para interiorizarse del motivo de la inasistencia.
  • Asistir a todas las reuniones del ECP para la evaluación, preparación y revisión del tema a desarrollar.
  • Recibir y transmitir las disposiciones, resoluciones y circulares de los tres niveles del MFC-Py.
  • Informar en la reunión del Equipo de Promotores sobre el proceso de crecimiento de los integrantes del EB.
  • Asistir a las reuniones del EBPP y a las AG a las que se les convoca.

“El que quiera ser grande entre ustedes, que se haga su servidor, y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo.” – Mateo 20,26-27

“Todo lo que hagan, háganlo con amor.” – 1 Corintios 16,14

medida-web-mfcpy

Cuando Cristo es el cimiento del Matrimonio

En este hermoso camino que hemos emprendido juntos, a veces nos detenemos a mirar hacia atrás y nos damos cuenta de cuánto ha cambiado todo. Los años pasan, las canas se multiplican, las risas se graban en líneas de expresión y los cuerpos ya no tienen el mismo vigor de la juventud. Pero, en medio de todos estos cambios, ¿hay algo que permanece? ¿Hay una fuerza que se fortalece con el tiempo en lugar de debilitarse? Sí, y esa fuerza es el amor que se construye sobre la Roca firme que es Jesucristo. Hoy queremos reflexionar sobre esa verdad profunda que vivimos en el Movimiento Familiar Cristiano: cuando Cristo es la base del hogar, el tiempo podrá cambiar los rasgos físicos, pero jamás podrá cambiar el amor mutuo y la felicidad de compartir juntos.

La Arquitectura Divina de un Amor Duradero

Un matrimonio no es un contrato; es un sacramento, una vocación. Es una casa que se construye día a día, con cimientos que deben ser inquebrantables. La Palabra de Dios nos enseña en Mateo 7:24-25 que “todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero esta no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca”.

Para nosotros, en el MFC, esa Roca es Cristo. Él no es simplemente un invitado que entra y sale de nuestro hogar; Él es el Arquitecto principal, el Maestro de Obras que nos guía en cada decisión. Cuando un matrimonio decide edificar su vida sobre la fe, la esperanza y la caridad, no hay tormenta que pueda derribarlo. Las dificultades, las crisis, los desacuerdos e incluso las enfermedades son vientos que pueden azotar, pero no destruirán la estructura si esta está firmemente unida a Dios.

Más Allá de la Apariencia: El Rostro de la Gracia

Es una verdad universal que la belleza exterior es efímera. Las fotos de nuestra boda nos recuerdan cómo éramos, pero el paso del tiempo inevitablemente deja su huella. Sin embargo, en un matrimonio con Cristo, una nueva forma de belleza emerge: el rostro de la gracia.

Este rostro no se mide por simetría o juventud, sino por la profundidad de la mirada, la serenidad en los gestos y la ternura en el contacto. Este rostro es el reflejo de innumerables actos de amor, perdón y sacrificio. Son las arrugas que cuentan la historia de las risas compartidas, las noches de vigilia con un hijo enfermo, las lágrimas secadas y las batallas superadas juntos. Cada una de ellas es una medalla de honor en la historia de su amor.

En lugar de lamentar lo que se desvanece, un matrimonio en Cristo celebra lo que florece: una conexión espiritual profunda, una amistad incondicional y una comprensión silenciosa que solo se logra después de años de caminar de la mano. Es un amor que no se basa en la emoción o la atracción física, sino en el compromiso, la fidelidad y la entrega total, que son los verdaderos signos de un amor maduro.

La Felicidad de Compartir el Camino con Cristo

La felicidad de un matrimonio cristiano no es un destino, sino un camino. Es la alegría de saber que, en cada momento, no están solos. Compartir la vida con Cristo significa tener un propósito más elevado que la simple realización personal. Significa que cada acción, desde la más pequeña hasta la más grande, tiene un eco eterno.

En el contexto del MFC, esta felicidad se multiplica. Al compartir en la comunidad, descubrimos que nuestras luchas y alegrías no son únicas. La vida en comunidad nos enriquece con el testimonio de otros matrimonios que han recorrido un camino similar. Nos fortalecemos mutuamente en la oración, en la formación y en el servicio a la Iglesia. La felicidad de un matrimonio del MFC se manifiesta en el servicio a los demás, en el amor a los hijos y en la participación activa en los encuentros y retiros que nos nutren espiritualmente.

El Testimonio de un Amor Fiel en Paraguay

El Paraguay es una tierra de fe, de tradición y de familias fuertes. Los matrimonios del MFC en nuestro país son un testimonio vivo de que el amor en Cristo es posible y fructífero. Los vemos en los encuentros de crecimiento, en los retiros espirituales y en las actividades de servicio. Sus vidas demuestran que, a pesar de los desafíos propios de la vida, la felicidad de un matrimonio no reside en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que Dios nos acompaña en cada paso.

El paso de los años no debe ser visto como una pérdida, sino como una ganancia. Cada aniversario es una oportunidad para agradecer a Dios por el don del cónyuge y por la fidelidad que nos ha permitido mantener. Es la prueba de que el amor no se marchita, sino que florece como un árbol en el desierto, regado por la gracia divina. Es la historia de dos almas que se han fusionado en una, con Cristo como la savia vital que las mantiene vivas y fuertes.

Cinco Consejos Prácticos para Fortalecer tu Cimiento

  1. Oración Diaria en Pareja: No subestimen el poder de la oración. Un matrimonio que ora unido se mantiene unido. Dediquen unos minutos cada día para rezar juntos el uno por el otro, por sus hijos y por su matrimonio.
  2. Sacramentos como Alimento: La Eucaristía es el alimento para el alma. Asistan a Misa juntos, comulguen y reciban el perdón de Dios en el sacramento de la Reconciliación.
  3. Diálogo y Comunicación Abierta: El amor se cultiva con la palabra. Dediquen tiempo para hablar, para escuchar con el corazón y para compartir sus alegrías y preocupaciones sin miedo.
  4. Servicio Mutuo y en la Comunidad: El amor no es egoísta. Sirvan a su cónyuge con humildad y busquen oportunidades para servir a otros matrimonios en el MFC.
  5. Perdón Incondicional: El perdón no es una opción, es un pilar. Aprendan a perdonar y a pedir perdón de inmediato, sin guardar rencores.

Conclusión

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, la promesa que hicieron el día de su matrimonio no era para una temporada, sino para toda la vida. Es un compromiso que se renueva cada mañana al despertar junto a esa persona que Dios les ha regalado. Que su amor siga siendo un faro de esperanza para su familia y para el mundo. Que el tiempo siga siendo testigo no de lo que se desvanece, sino de la fuerza inquebrantable de un amor que tiene su fuente en el Corazón de Cristo.

Te recibo a ti como esposo/a, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarte y respetarte todos los días de mi vida.

“En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.” (1 Corintios 13, 13)

medida-web-mfcpy

La Formación como Camino de Crecimiento y Servicio en el MFC

En el corazón de nuestro carisma está el llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, un propósito que Dios mismo nos ha confiado para nuestras familias y para la sociedad. Este llamado no es un destino al que llegamos de una vez, sino un camino de constante crecimiento y aprendizaje, una jornada que Dios nos moldea y nos perfecciona a través de su gracia. Es por eso que la formación que ofrece el MFC es tan vital para cada matrimonio católico y familia cristiana. No es solo un requisito para avanzar en un curso, sino una profunda oportunidad para permitir que Dios obre en nuestras vidas y, a través de ellas, en la vida de los que nos rodean. La fe en acción requiere una preparación continua y un corazón dispuesto a ser maleable en las manos de Dios, y es en la formación donde ambos elementos se encuentran y se fortalecen. Una familia formada en la fe es como la sal que da sabor a un plato insípido, haciendo que el entorno sea más dulce, más rico y más agradable; es la luz de Cristo que, al brillar a través de nosotros, disipa la oscuridad de la desunión y la desesperanza en el mundo.

¿Por qué es crucial la formación en el MFC?

La formación en el Movimiento no se trata únicamente de adquirir conocimientos teóricos sobre la doctrina o la Sagrada Escritura, sino de interiorizar las enseñanzas de la Iglesia Católica y aplicarlas en nuestra vida diaria con la ayuda del Espíritu Santo. Es un proceso que nos ayuda a entender el verdadero significado del matrimonio como un sacramento sagrado, una vocación de amor incondicional que nos une a Dios y nos santifica, a vivir los valores cristianos en el hogar y a fortalecer nuestra comunión con Dios y con los hermanos. En esencia, la formación es el espacio donde el “saber” se convierte en “ser”, donde la teoría se hace vida en la fe. No se trata solo de saber qué hacer, sino de forjar el carácter y el corazón para ser capaces de hacerlo con la fuerza que viene del Señor.

El apóstol Pablo nos lo recuerda en su carta a los Romanos: “No se amolden a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que puedan discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto” (Romanos 12, 2). Este versículo nos invita a una transformación profunda, y la formación en el MFC es la herramienta principal que Dios nos da para lograrlo. A través de los cursos, retiros y encuentros, renovamos nuestra mente y nuestro corazón para ser más como Cristo, nuestro modelo perfecto. Este proceso implica desafiar las ideas que el mundo nos impone sobre el éxito o la felicidad (a menudo ligadas a la riqueza, el poder o el placer efímero) y abrazar la perspectiva de Dios, que nos enseña que el verdadero gozo se encuentra en el servicio, la humildad y el amor desinteresado. Es un cambio de mentalidad radical, que nos permite encontrar nuestra verdadera identidad y propósito en Él.

La formación que el MFC te ofrece

Para ayudarte en este camino de crecimiento y servicio, el MFC ha preparado un conjunto de cursos y talleres diseñados para nutrir tu espíritu, tu mente y tu vida en familia. Estos son algunos de ellos:

Cursos de Espiritualidad

  • Nociones Básicas de la Biblia: Para sumergirte en la Palabra de Dios y encontrar guía para tu vida.
  • Liturgia Eucarística: Para comprender y vivir más plenamente el sacrificio de Cristo en la Misa.
  • Pablo Modelo para El Laico: Un estudio de la vida del Apóstol para inspirar tu misión como laico comprometido.
  • Amoris Laetitia: Una inmersión en la exhortación del Papa Francisco sobre el amor en la familia.
  • Santidad Conyugal: Para descubrir y vivir el llamado a la santidad dentro de tu matrimonio.
  • Catecismo de la Iglesia Católica: Para profundizar en la doctrina de nuestra fe.

Cursos de Formación

  • SUSUSU: Una experiencia para fortalecer los lazos de la comunidad en el MFC.
  • Paternidad Responsable: Herramientas para guiar a tus hijos con amor y sabiduría cristiana.
  • Armonía Sexual: Para vivir la sexualidad en el matrimonio según el plan de Dios, con respeto y amor mutuo.

Talleres

  • Taller de Formación para Padres: Apoyo práctico para los desafíos de la crianza en la fe.
  • Taller Prematrimonial: Una preparación esencial para las parejas que inician el camino del sacramento.

Crecimiento personal y conyugal

Participar en los cursos de formación del MFC nos ofrece un espacio invaluable para crecer como individuos y como pareja, abordando los desafíos que enfrentamos día a día con la ayuda de la Providencia. Nos brinda herramientas prácticas para comunicarnos mejor, como la escucha activa que nos permite entender el corazón del otro en lugar de solo escuchar sus palabras, y la empatía, que nos ayuda a ponernos en el lugar del cónyuge para validar sus sentimientos. Estas herramientas, fundamentadas en el amor de Cristo, son esenciales para resolver conflictos con amor y no dejar que las pequeñas diferencias se conviertan en grandes distancias en el matrimonio. Además, nos capacita para educar a nuestros hijos en la fe de manera intencional, proporcionándoles un cimiento sólido para enfrentar un mundo lleno de distracciones y valores contradictorios. A través de la formación, aprendemos a crear un hogar donde la oración en familia, el estudio de la Biblia y el amor por los sacramentos no son solo actividades, sino el aire que respiran y la fuerza que los sostiene. Es una inversión en nuestro matrimonio y en nuestra familia que rinde frutos eternos, fortaleciendo la unión y creando un hogar donde la gracia de Dios es el centro.

Un servicio más efectivo y gozoso

Nuestra fe se vive en comunidad, y el servicio es la expresión más pura del amor que hemos recibido de Dios. La formación en el MFC nos capacita para servir mejor a los demás dentro del Movimiento, no como una pesada carga o un deber, sino como una fuente de inmensa alegría y realización. Al comprender más profundamente el carisma del MFC y las necesidades reales de los matrimonios y las familias, podemos acompañar a otros con mayor empatía y sabiduría, ofreciendo un testimonio auténtico de nuestra fe. El gozo del servicio radica en saber que no somos nosotros los que actuamos por nuestra propia fuerza, sino que es Cristo a través nuestro, usándonos como instrumentos de su amor. Jesús mismo nos dice: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en la cima de una colina no puede esconderse. Ni la gente enciende una lámpara para ponerla debajo de un cesto; más bien la ponen sobre un candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. De la misma manera, hagan que su luz brille delante de la gente, de modo que ellos vean sus buenas obras y alaben a su Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 14-16). La formación, iluminada por el Espíritu Santo, es lo que asegura que nuestra luz brille con fuerza y no se apague.

La formación nos da una luz que podemos compartir

Cada curso, cada retiro, cada taller es una oportunidad para que nuestra lámpara se llene del aceite de la gracia divina. Es la base para que el servicio que ofrecemos sea un reflejo auténtico del amor de Dios, un amor que se desborda de nuestros corazones y contagia a los demás. Así, cuando servimos en el MFC, no solo estamos realizando una tarea, sino que estamos siendo instrumentos de gracia para otros, ayudándolos a encontrar su propio camino hacia Dios y a descubrir la belleza del matrimonio y la familia cristiana. Al irradiar esta luz, impactamos a nuestra familia, a nuestro grupo de servicio, a nuestra parroquia y, por extensión, a toda la sociedad, cumpliendo la misión del MFC de transformar al mundo comenzando por la familia, siguiendo el plan de Dios. Este efecto dominó comienza con una decisión simple: la de formarse para crecer en la fe.

Conclusión

La formación del Movimiento Familiar Cristiano es un regalo que Dios nos prepara para recibir y un tesoro que debemos compartir. Los animo a no perderse la oportunidad de participar en los cursos que el MFC ofrece. Es la mejor inversión en su matrimonio, en su familia y en su servicio a la comunidad, ya que nos capacita para ser verdaderos discípulos misioneros. Al crecer en el conocimiento de nuestra fe, en las herramientas para la vida familiar y en la comprensión de nuestro carisma, nos volvemos más aptos para servir con alegría y para ser esa luz de Cristo que guía a otros hacia el Padre. La verdadera transformación no es un evento, sino un proceso continuo que comienza dentro de nosotros con la ayuda de la gracia de Dios y se irradia hacia el mundo.

medida-web-mfcpy

El Matrimonio: Un Camino de Santidad en la Imperfección

En la aventura del matrimonio, no importa si han pasado semanas o décadas desde el “sí, quiero”. En algún momento, en medio de la rutina, las alegrías o los desafíos, pueden sorprenderse con una pregunta silenciosa: “¿Qué hice?”. Esta reflexión, lejos de ser un signo de arrepentimiento, es un instante de profunda honestidad que nos invita a reconocer que nos hemos embarcado en uno de los retos más grandes y bellos de la vida. El matrimonio es un camino de aprendizaje y crecimiento constante, una aventura donde las imperfecciones son el terreno fértil para el amor.

La Fuerza del Vínculo Sacramental: Un Misterio de Gracia

El matrimonio cristiano es mucho más que un contrato humano o un acuerdo legal. Es un sacramento, un misterio sagrado donde la gracia de Dios se derrama de manera inagotable sobre el amor de la pareja. Su unión no se sostiene solo con su propia voluntad y esfuerzo, sino que se nutre del amor de Dios, quien se une a ustedes para hacer de su relación un reflejo vivo del amor de Cristo por Su Iglesia. No están solos en este viaje; Él es el tercer cordón en su unión, una presencia activa que les da la fortaleza, la sabiduría y la paciencia que necesitan para cada etapa de su vida juntos.

El vínculo sagrado que se crea en el altar no es un simple formalismo, sino una realidad espiritual profunda que les otorga una fuente inagotable de gracia para amar. Esta gracia no es solo un sentimiento o una emoción, sino una fuerza sobrenatural que fortalece su amor en los momentos de alegría y les permite perseverar en las pruebas, sanando viejas heridas y descubriendo una capacidad de entrega que va más allá de lo que creían posible. Cada acto de servicio, cada palabra amable, cada perdón otorgado y recibido, es una pequeña liturgia cotidiana que transforma su convivencia en una verdadera escuela de santificación. En el matrimonio, se nos enseña a amar no solo cuando es fácil, sino, sobre todo, cuando es difícil, imitando la entrega total de Cristo en la Cruz.

La vida matrimonial les invita a convertirse en una sola carne, un proyecto en continua construcción que se edifica día a día. Es la vía para vivir las más grandes experiencias, para sanar viejas heridas y para descubrir la inmensa capacidad de amar que Dios ha depositado en sus corazones.

La Santidad de la Puerta de al Lado: Un Regalo Oculto en las Imperfecciones

Al iniciar el matrimonio, y a lo largo de los años, cada uno de nosotros es “perfectamente imperfecto”. Con el paso del tiempo, nuestras virtudes y defectos se hacen más evidentes en la convivencia diaria. Es precisamente ahí donde el plan de Dios se revela de manera asombrosa. Las limitaciones y las debilidades del otro no son un problema, sino una gran oportunidad de crecimiento personal y mutuo. En el lenguaje de la Iglesia, son una fuente de santificación.

Como dice el Papa Francisco: La “Santidad de la Puerta de al Lado”, (cfr:GE.7), de aquellos que viven cerca de nosotros y nos ayudan a ser mejores. El hogar y la persona que amamos son el lugar perfecto para ejercitar esta santidad. En las pequeñas fricciones de la rutina, en las diferencias de opinión y en los momentos de debilidad, tenemos el campo de entrenamiento ideal para crecer en la humildad y la caridad. El reto de amar a nuestra pareja en sus fallas, cuando la impaciencia o el egoísmo nos tientan, se convierte en un acto de amor radical que nos purifica. Nos vemos reflejados en sus imperfecciones, descubriendo nuestras propias, y somos llamados a un camino de profunda compasión y servicio. Esta santidad cotidiana no requiere grandes hazañas o gestas heroicas, sino la fidelidad en las cosas pequeñas: una palabra amable, un gesto de perdón, la paciencia ante una costumbre molesta, o el sacrificio de nuestros propios deseos por el bienestar del otro. Al abrazar estas pequeñas cruces diarias, nos unimos a la Pasión de Cristo, y Él, a su vez, nos eleva y transforma.

La Elección Diaria: Sembrar con Visión de Esperanza

Ante la realidad de la imperfección, la visión de esperanza del creyente es fundamental. Es la convicción de que Dios está trabajando en nosotros, transformando las dificultades en oportunidades de crecimiento. Cada día, se nos presenta una nueva oportunidad para sembrar semillas de servicio, paciencia, perdón, entrega y buena comunicación. Son las decisiones que tomamos buscando el bien común y el bien del otro, por encima de nuestras propias conveniencias.

Este camino es una carrera de largo aliento, no de velocidad. Nuestras imperfecciones y las de nuestra pareja son el gran reto que hace crecer nuestra paciencia, que afina nuestra capacidad de amar y que nos libera de nuestro egoísmo. Nadie queda exento de esta realidad. La pregunta crucial no es “¿qué hice?”, sino “¿cómo quiero vivir esta experiencia?”. El mundo moderno nos presiona con la idea de la gratificación instantánea y la comodidad, pero el matrimonio nos invita a una vocación que se cultiva con constancia, perseverancia y oración. Es una elección consciente y libre, renovada cada mañana, de seguir el camino que Dios ha trazado para nosotros.

De la Queja a la Aceptación: Una Decisión Radical de Amor

Frente a las dificultades de la vida en pareja, se nos presentan dos caminos. El primero es el de la queja y el resentimiento, lamentando un supuesto error: “No sé qué hice al casarme…” Este camino conduce a la amargura y a la distancia emocional, haciendo del matrimonio una carga insoportable. Quien elige este camino se encierra en sí mismo, construyendo muros de resentimiento que impiden el flujo de la gracia. El corazón se endurece, la culpa se proyecta en el otro, y el matrimonio, en lugar de ser una fuente de vida, se convierte en una tumba para el amor.

El segundo camino es el de la aceptación amorosa y la esperanza. Es el camino de mirar las imperfecciones mutuas no como fallas, sino como oportunidades de purificación. Es decidir amar y servir a pesar de las limitaciones, entregando el corazón día a día. Es un acto radical de fe y confianza en que el amor, en su esencia divina, es más fuerte que cualquier debilidad o fracaso humano. Quien elige este camino se abre a la acción de la gracia, permitiendo que Dios transforme el dolor en crecimiento y la imperfección en santidad. Esta elección nos permite sentirnos amados y dar gracias a Dios por nuestro matrimonio, con sus altas y bajas, porque es el camino de santidad que Él nos ha preparado. Es una decisión de vivir el amor no como un contrato, sino como una promesa de entrega total.

Conclusión

El matrimonio es una aventura sagrada que nos invita a elegir hacer el bien y a responder al llamado de Dios para llegar a ser la mejor persona posible, de la mano de alguien muy especial. Es un camino de santidad que se vive en lo ordinario, en las luchas y en las alegrías, un camino de largo alcance que nos moldea y nos perfecciona. Los invitamos a seguir recorriendo este camino, a no tener miedo de las imperfecciones y a renovar cada día su “sí” al plan de Dios. En el Movimiento Familiar Cristiano, encontrarán la comunidad y el apoyo para vivir esta aventura en plenitud, construyendo juntos familias fuertes en la fe.

“Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.” (Colosenses 3, 13-14)

medida-web-mfcpy

Servicio en el MFC: El Corazón de la Misericordia y la Paz en Cristo

El servicio en el Movimiento Familiar Cristiano no es una simple actividad, sino una respuesta de amor al llamado de Dios. Es el latido de la comunidad que, a través de cada matrimonio y cada familia, hace visible el Reino de Dios en la tierra. Con demasiada frecuencia, caemos en la trampa del sacrificio vacío: nos desgastamos en las responsabilidades, nos sentimos obligados por una agenda y, al final, perdemos la alegría que debería acompañar a la entrega. Sin embargo, Jesús, en su infinita sabiduría, nos ofrece un mensaje liberador que redefine por completo nuestra misión: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mateo 9, 13).

Esta verdad resuena con una fuerza particular en un mundo y una Iglesia que claman por la paz, un mundo desgarrado por la enemistad, los conflictos y la desconfianza. Esta realidad, lamentablemente, no es ajena a nuestras vidas, y a veces, incluso a nuestra propia comunidad de fe. Como miembros del MFC, estamos llamados a ser instrumentos de paz no solo hacia afuera, sino primero y fundamentalmente, hacia adentro. ¿Y cómo logramos esta misión divina? No a través de un servicio que nos aniquila, sino a través de uno que nos llena de la compasión, la comprensión y la paciencia del Corazón de Cristo.

Construyendo la paz desde adentro: La comunidad como Cuerpo de Cristo

El servicio con misericordia no se limita a quienes ayudamos fuera de nuestra comunidad; su expresión más profunda se manifiesta en cómo nos relacionamos entre nosotros, los hermanos y hermanas del movimiento. En el MFC, somos más que una familia de familias; somos un Cuerpo Místico de Cristo. Como en todo cuerpo vivo, pueden surgir tensiones, malentendidos y desconfianza. Sin embargo, nuestro servicio, arraigado en la misericordia de Dios, debe ser el bálsamo que sane esas heridas y nos fortalezca en la unidad.

Evitar los conflictos entre hermanos y hermanas no significa ignorar las diferencias, sino abordarlas con amor, humildad y un profundo deseo de reconciliación, sabiendo que esta paz es una gracia de Dios. Al igual que Jesús, que fue el primero en dar el paso hacia los pecadores, debemos ser los primeros en buscar el diálogo, en ofrecer la mano y en perdonar, confiando en la fuerza del Espíritu Santo que habita en nosotros. No podemos ser portadores de la paz de Cristo en el mundo si no somos capaces de vivir en paz en el seno de nuestra propia familia de fe.

Como nos enseña el apóstol Pedro: “En fin, vivan todos en armonía, compartan las penas, ámense como hermanos, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal, ni injuria por injuria; al contrario, respondan con una bendición, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición.” (1 Pedro 3, 8-9). Esta es una guía práctica para el servicio intramuros, un llamado a la humildad que nos lleva a poner la unidad del movimiento por encima de nuestra propia razón. El servicio de la reconciliación y del perdón mutuo es, sin duda, el más alto y noble de los servicios que podemos ofrecer, un testimonio vivo de que la verdadera paz se construye en los corazones.

Cuidado con la vanidad religiosa: Servir por el Reino, no por un puesto

Dentro de los apostolados, es fácil caer en la trampa de la competencia de puestos y la vanidad religiosa. Podemos empezar a ver el servicio no como una vocación, sino como una escalera para ganar reconocimiento o prestigio. Este tipo de mentalidad es un veneno que mata la paz en la comunidad. Cuando un hermano ve al otro como un competidor, el servicio deja de ser un acto de amor para convertirse en un egoísta “sacrificio” para la propia gloria.

Jesús nos advierte sobre esto: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.” (Marcos 9, 35). La vanidad nos hace olvidar que somos siervos. Nos hace buscar aplausos humanos en lugar de la aprobación de Dios. El servicio en el MFC no tiene “puestos” de poder, sino “lugares” de entrega humilde. Un coordinador, un tesorero o un encargado de grupo no son cargos de prestigio, sino llamadas a servir con mayor responsabilidad y con un corazón más manso.

La verdadera grandeza en el Reino de Dios no se mide por el título que tenemos, sino por la humildad con la que servimos.

La misericordia de Dios: fuente de vida, no de desgaste

El servicio que agota, que se realiza con pesar o con la secreta esperanza de reconocimiento, es un sacrificio vacío. Jesús, con su infinita sabiduría, nos muestra un camino diferente. Él nos invita a servir desde la misericordia, que no es una simple compasión humana, sino la compasión divina que se manifiesta en el amor incondicional y la empatía por el otro. Cuando servimos con misericordia, nuestra labor no es una carga, sino una fuente de alegría y de gracia que nos renueva en el espíritu.

Esto implica un cambio de corazón, un verdadero acto de conversión. Ya no se trata de cuántas horas servimos o de cuán grande es nuestra labor, sino de la intención y la paz de nuestro corazón, alimentadas por la oración y la Eucaristía. Un servicio humilde, realizado con amor y misericordia, es infinitamente más valioso a los ojos de Dios que la labor más grandiosa si se hace sin corazón. Servir es, en esencia, imitar a Cristo, es escuchar a nuestros hermanos, ver sus necesidades y responder con el amor que Él mismo nos ha dado. Es recordar las palabras de Jesús: “Lo que hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mateo 25, 40). La misericordia nos libera del orgullo y nos hace ver que el servicio no es para nuestra gloria, sino para la gloria de Dios.

El servicio de la paz: un testimonio para el mundo

El servicio que nace del Corazón de Cristo, un servicio misericordioso y pacificador, es el más potente testimonio que podemos ofrecer. El mundo no necesita ver nuestras grandes obras o nuestros sacrificios, sino la manifestación de la paz de Dios en nuestras vidas. En un entorno donde la desconfianza es la moneda de cambio, un acto de perdón entre hermanos del MFC se convierte en un faro de esperanza. Cuando un matrimonio del movimiento ofrece su tiempo y talentos no por obligación, sino por un genuino amor a los demás, están predicando con sus vidas.

Este servicio de la paz nos aleja del ego y nos centra en la misión. Ya no nos preguntamos “¿Qué gano yo con esto?” sino “¿Cómo puedo ser un instrumento de la paz de Dios para este hermano, para esta familia, para este mundo?”. Este es el verdadero fruto del Espíritu en nuestra labor. Como comunidad, nuestro servicio se convierte en una escuela de virtudes: la paciencia, la humildad, la caridad y la mansedumbre. Cada pequeño acto de servicio, desde preparar una reunión hasta escuchar a un compañero en dificultad, es un ladrillo más en la construcción de la paz en la que seremos llamados hijos de Dios.

Conclusión: El testimonio de la paz en la Cruz

El verdadero servicio, el que viene de la gracia de Dios, no nos consume, nos transforma. Nos convierte en un reflejo de la misericordia de Dios, capaces de sembrar paz en cada gesto, en cada palabra y en cada acto. La paz que llevamos al mundo nace de la paz que cultivamos en nuestra propia comunidad, del perdón que ofrecemos y de la humildad con la que nos tratamos, siguiendo el ejemplo de Cristo en la Cruz.

Que nuestro servicio en el MFC sea siempre un acto de misericordia, un eco de la voz de Jesús. Que seamos instrumentos de paz, sembrando armonía donde hay conflicto, confianza donde hay desconfianza y amor donde hay enemistad. El mundo, y nuestras propias familias del MFC, necesitan desesperadamente la paz que solo el servicio misericordioso puede dar.

Cita Bíblica: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.” (Mateo 5, 9)

medida-web-mfcpy

El Amor Conyugal: Un Camino de Luz para la Familia Cristiana

En el corazón de la vida del Movimiento Familiar Cristiano (MFC) late una profunda convicción: el matrimonio es un regalo de Dios, un camino de santidad y una fuente inagotable de gracia. En una época de grandes cambios y desafíos, la Carta Encíclica Humanae Vitae de S.S. Pablo VI se alza como una luz clara y serena, que nos guía hacia la verdad y la plenitud del amor conyugal. Aunque fue escrita hace más de medio siglo, sus enseñanzas resuenan con una actualidad asombrosa, ofreciéndonos un mapa para vivir el amor que Dios mismo ha soñado para cada pareja.

Hoy, más que nunca, necesitamos redescubrir la grandeza de nuestro “sí” conyugal, no como un simple compromiso humano, sino como una respuesta a un llamado divino. La Humanae Vitae nos invita a mirar el matrimonio desde su origen supremo, en Dios mismo, y a comprender que el amor que nos une tiene un significado y una nobleza que trascienden lo puramente terrenal. Es un amor que, si se vive en su plenitud, se convierte en el cimiento de la Iglesia doméstica y en un testimonio vivo de la misericordia de Dios para el mundo.

El Matrimonio: Un Diseño de Amor, no de Casualidad

“El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.” (HV, 8)

Esta frase es el punto de partida de toda nuestra reflexión y es vital para entender la vocación matrimonial. En una sociedad que tiende a relativizar todo, el Papa San Pablo VI nos ancla a una verdad inmutable: el matrimonio tiene un origen divino. No es un invento del ser humano, ni el resultado de fuerzas biológicas ciegas. Es una “sabia institución del Creador”, el fruto de un designio de amor que Él ha querido inscribir en el corazón de cada hombre y mujer.

Para nosotros, en Paraguay, donde la familia es el pilar de nuestra identidad, esta verdad resuena con especial fuerza. Entendemos que el hogar es un “ñembo’e ha’e tekove” (oración y vida), y que la unión de un hombre y una mujer es un acto sagrado. Dios, que es la fuente de todo amor y toda paternidad, ha querido que los esposos sean sus colaboradores en la creación. A través de la “recíproca donación personal”, la pareja no solo se perfecciona mutuamente, sino que también participa en el milagro de la vida, colaborando con Dios en la “generación y en la educación de nuevas vidas”.

En los bautizados, este designio de amor alcanza una dimensión aún más profunda. El matrimonio se convierte en un signo sacramental, un signo visible de la gracia invisible. Representa, de manera tangible, la unión de Cristo con la Iglesia, un amor incondicional, fiel y fecundo. Como decía San Juan Pablo II, el matrimonio cristiano es el “primer sacramento de la comunión”, un lugar donde se vive y se celebra el amor de Dios en el día a día, transformando la rutina en un camino hacia el Cielo.

Las Cuatro Características del Amor Conyugal: Un Mapa para la Santidad

La Humanae Vitae no se queda en la teoría, sino que nos presenta un mapa claro para vivir este amor en la práctica, a través de sus cuatro características esenciales. Comprender y abrazar estas notas es el secreto para construir una vida matrimonial no solo feliz, sino santa.

1. Un Amor Plenamente Humano: La Voluntad al Servicio del Corazón

“Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre…” (HV, 9)

El amor conyugal no es un amor a medias. Es un amor que involucra todas las dimensiones de la persona: el cuerpo, el corazón y el espíritu. Claro que tiene una parte sensible, que se manifiesta en la atracción, el afecto y la ternura. Es ese “flechazo” inicial que todos los matrimonios recuerdan. Pero el Papa San Pablo VI nos recuerda una verdad crucial: el amor conyugal es principalmente un acto de la voluntad libre.

Esta es la clave para la felicidad a largo plazo. Los sentimientos, como el clima en nuestra tierra paraguaya, son variables y pueden cambiar. El amor de la voluntad, en cambio, es como las sólidas raíces de un lapacho: no importa si llueve o si hace calor, sigue firme. Es la decisión consciente de amar al otro cada día, incluso cuando no se siente. Es el “mbarete” (la fuerza) que se necesita para levantarse después de una pelea, para perdonar una ofensa o para seguir sirviendo al otro en medio del cansancio.

En el MFC, sabemos que este amor se construye en las pequeñas cosas. No se trata de grandes gestos románticos, sino de la paciencia en el tráfico, de la escucha atenta después de un día difícil, de la oración en pareja. La voluntad libre es lo que hace que un matrimonio no solo sobreviva a los “dolores de la vida cotidiana”, sino que crezca y se fortalezca a través de ellos, convirtiendo a los esposos en “un solo corazón y en una sola alma”.

2. Un Amor Total: La Generosidad que se Desborda

“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.” (HV, 9)

El amor total es un amor que no se guarda nada para sí mismo. Es una entrega completa, un “darse sin medida”. Cuando un matrimonio vive este amor, no hay secretos, no hay rincones oscuros, no hay “cálculos egoístas” sobre lo que se da y lo que se recibe. Se vive en una amistad profunda donde los esposos comparten todo: sus bienes, sus sueños, sus miedos, sus debilidades y sus fortalezas.

Esta totalidad se expresa de manera sublime en el acto conyugal, un lenguaje sagrado de entrega total. Es aquí donde el esposo se entrega totalmente a la esposa y viceversa, en cuerpo y espíritu, en una comunión que simboliza la unidad más profunda posible. La Humanae Vitae nos advierte que cualquier acto que rompa este lenguaje de totalidad—como la anticoncepción—va en contra de la esencia misma del matrimonio. Negar la fertilidad es negar la entrega total de uno mismo, es decir: “te doy todo, pero no mi fertilidad.” Esto rompe el signo sacramental y debilita la comunión de la pareja.

El amor total es una forma de morir a uno mismo para que el otro pueda vivir plenamente. Es el gozo que experimenta quien ama de verdad, “de poderlo enriquecer con el don de sí.” Es un amor generoso que, en la cultura del MFC, se desborda y llega a otros matrimonios, creando una red de apoyo y amistad que nos ayuda a vivir esta totalidad en nuestro día a día.

3. Un Amor Fiel y Exclusivo: Un Sello para la Eternidad

“Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte.” (HV, 9)

La fidelidad es un sello que Dios pone en el corazón de la pareja el día de su boda. Es la promesa de que el amor que se han jurado es un amor para siempre, un amor que no se rompe ni se diluye con el tiempo. Hoy en día, la fidelidad se ve a menudo como una cadena que limita la libertad, pero la Humanae Vitae nos recuerda que es todo lo contrario: es una fuente de felicidad profunda y duradera.

La fidelidad es el cimiento sobre el cual se construye la confianza. En un matrimonio fiel, no hay lugar para el miedo o la incertidumbre. Ambos cónyuges saben que, sin importar las tormentas que la vida traiga, su pareja estará a su lado. Esta certeza libera a los esposos para que puedan entregarse el uno al otro sin reservas, sabiendo que su amor es seguro.

El Papa San Pablo VI nos dice que la fidelidad “a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria.” Esta es una llamada a la esperanza para todos los matrimonios. La fidelidad no es una hazaña de superhéroes, sino una gracia que se nos da en el sacramento y que se renueva cada día con la oración, el diálogo y la ayuda de nuestra comunidad. El ejemplo de los “numerosos esposos a través de los siglos” que han vivido la fidelidad es un recordatorio de que, con la ayuda de Dios, este camino es posible y conduce a la verdadera alegría.

4. Un Amor Fecundo: La Abundancia de la Vida

“Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. ‘El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres.'” (HV, 9)

El amor verdadero no puede ser estéril. Un amor que se cierra a la vida, se cierra al amor mismo. La Humanae Vitae nos enseña que el amor conyugal es inherentemente fecundo, “ordenado por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole”. Los hijos no son una carga o un accesorio, sino “el don más excelente del matrimonio”.

En la cultura paraguaya, la llegada de un “mitã’i” (niño) es siempre una bendición, una alegría que se comparte con toda la familia y la comunidad. Y esto es porque, intuitivamente, entendemos que los hijos son un regalo que nos saca de nuestro egoísmo, nos enseña a amar de manera más sacrificial y nos lleva a un nivel de madurez que de otra manera sería difícil de alcanzar.

La encíclica nos invita a una paternidad responsable, que no es un eufemismo para evitar la vida, sino un llamado a un discernimiento serio y en oración sobre el número de hijos que Dios nos llama a tener, confiando siempre en Su providencia. Un matrimonio que vive un amor plenamente humano, total, fiel y fecundo, se convierte en un faro de esperanza, mostrando al mundo que es posible amar y acoger la vida con generosidad y alegría, como Dios lo ha soñado.

Conclusión: Un Llamado a la Esperanza y la Acción

La Humanae Vitae de San Pablo VI no es un documento de prohibiciones, sino una carta de amor, un grito de esperanza para todos los matrimonios. Nos invita a redescubrir la grandeza de nuestra vocación, a vivir un amor que es un reflejo del Amor de Dios. Nos recuerda que nuestro matrimonio no es una casualidad, sino un plan divino, y que tenemos en nuestras manos el poder de construir la Iglesia doméstica, un lugar donde el amor, la fe y la vida florecen.

Para los matrimonios del MFC, esta encíclica es un llamado a la acción. Es un recordatorio de que somos llamados a ser testigos valientes de la verdad del matrimonio, a vivir un amor que sea humano, total, fiel y fecundo, y a compartir nuestra experiencia con otros. Que nuestra vida conyugal sea un testimonio vivo de la belleza del plan de Dios, y que el amor que nos une sea un manantial de gracia y esperanza para nuestra Iglesia y nuestra patria.

Cita Bíblica: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.” (Efesios 5, 25)

CARTA ENCÍCLICA

HUMANAE VITAE

DE S. S. PABLO VI

fotor_1746404234733

MFC Juvenil: Transformando Vidas a través de la Fe y la Comunidad

¿Qué es el MFC Juvenil?

El MFC Juvenil es un movimiento católico de laicos que busca desarrollar los valores humanos y cristianos a través de la experiencia de la vida en familia. Nuestra misión es brindar una formación integral, pedagógica y sistemática para que los jóvenes y adolescentes se conviertan en promotores del evangelio y construyan el Reino de Dios desde sus propios hogares.

Creemos firmemente que la familia es el pilar de la sociedad y el futuro de las personas. Por ello, nuestra visión es que cada familia se convierta en un fermento de vida cristiana en su comunidad, anunciando, celebrando y sirviendo el evangelio. Esta visión no es solo un ideal, sino un llamado a la acción. Buscamos que cada joven y cada matrimonio asesor se convierta en una luz que ilumine a los demás, demostrando cómo se vive la fe en el mundo moderno. Es a través de este compromiso que logramos construir una comunidad más fuerte, basada en la solidaridad y el amor cristiano.

La Estructura y el Compromiso

La capacitación se centra en entender la estructura del MFC, desde los Equipos Básicos hasta los Equipos Coordinadores, y la importancia de cada rol, especialmente el del Joven Promotor y el Matrimonio Asesor. Juntos, forman una red de apoyo y formación para guiar a los jóvenes en su crecimiento personal y espiritual. El Joven Promotor es el motor del equipo, responsable de guiar las discusiones y motivar a sus pares. Por otro lado, el Matrimonio Asesor brinda su experiencia y sabiduría, actuando como un faro de guía y apoyo para los jóvenes. Esta sinergia es crucial para asegurar que la formación sea tanto relevante para los jóvenes como sólida en su base de fe.

En el corazón de nuestro movimiento están las “6 Exigencias Básicas” que nos guían en nuestro día a día:

  1. Vida de Equipo: Fomentar la comunión y el apoyo mutuo. Más allá de solo reunirse, esto significa compartir las alegrías y las cargas, orar juntos y celebrar los éxitos del otro. Es en esta comunidad donde encontramos la fuerza para perseverar.
  2. Hospitalidad: Abrirnos a los demás con amor y generosidad. Esto no solo se refiere a abrir las puertas de nuestras casas, sino a abrir nuestros corazones a quienes lo necesitan, acogiendo a los nuevos miembros y creando un ambiente donde todos se sientan valorados y amados.
  3. Estudio: Profundizar en nuestra fe y en los temas de formación. El estudio nos equipa con las herramientas necesarias para defender nuestra fe y aplicarla a los desafíos de la vida diaria.
  4. Vida de Oración: Mantener una relación constante con Dios. La oración es el diálogo con Dios que nutre nuestra alma y nos da la dirección en nuestras vidas. Es la fuente de la cual emana toda nuestra fuerza y nuestra capacidad de servicio.
  5. Uso Cristiano de los Bienes Materiales: Ser solidarios y justos. Se trata de reconocer que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y que debemos compartirlo generosamente, especialmente con los más necesitados.
  6. Compromiso de Servicio: Poner nuestros dones al servicio de la comunidad. Cada uno de nosotros tiene talentos únicos que, al ser puestos al servicio de los demás, se convierten en una poderosa herramienta para construir el Reino de Dios.

La Metodología del CBF Juvenil

El Ciclo Básico de Formación (CBF) utiliza una metodología participativa. No somos meros receptores, sino protagonistas de nuestra propia evangelización. A través de un proceso de Ver, Juzgar, Actuar, Evaluar y Celebrar, se nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad, discernir la voluntad de Dios y comprometernos a transformar nuestra vida y nuestro entorno.

  • Ver: Analizamos la realidad que nos rodea, los problemas y las necesidades de nuestra comunidad.
  • Juzgar: A la luz del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, discernimos cuál es la voluntad de Dios para esa realidad.
  • Actuar: Nos comprometemos con acciones concretas para transformar esa realidad, llevando la fe a la práctica.
  • Evaluar: Reflexionamos sobre los resultados de nuestras acciones, aprendiendo de nuestros errores y éxitos.
  • Celebrar: Agradecemos a Dios por los frutos de nuestro trabajo y renovamos nuestras fuerzas para el siguiente ciclo.

El CBF se vive a través de reuniones de formación, momentos fuertes, servicios a la comunidad y la vivencia del ciclo litúrgico. Esto nos permite desarrollarnos en cinco dimensiones clave: personal, familiar, grupal-eclesial, social y de fe.

¡Dios te ha traído aquí por una razón!

Como dice el evangelio de Mateo (5, 13-16), somos la sal de la tierra y la luz del mundo. El MFC Juvenil es la plataforma para descubrir tu potencial, para que te decidas a ser un verdadero cristiano, protagonista de la historia y dispuesto a cambiar el mundo. Dios no te impone, te propone.

Únete a nosotros y descubre el amplio horizonte de formación y compromiso apostólico que te espera. ¡Juntos, podemos ser familias que sean fermento de vida cristiana en su comunidad!