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El MFC y la nueva evangelización

Es una exigencia de los movimientos familiares presentar un Cristo auténtico dentro de la Iglesia por Él fundada y servir a la gente como verdaderos caminos de santidad. Ciertamente, hay familias “sanas y fuertes” que son objeto y sujeto de evangelización, pero también crece el sector de familias con dificultades. Desde la “opción preferencial por los pobres”, los movimientos familiares encuentran allí un campo propicio para la Nueva Evangelización.

Es por eso que la metodología de la Nueva Evangelización aplicada a la Pastoral Familiar, de la que el MFC es parte, apunta a lo grupal y participativo, donde se aporta la vivencia de las propias realidades y se ayudan unos a otros, iluminados por la Palabra de Dios, a encontrar las respuestas y los compromisos a que los llama la fe.

Es entonces, desde el núcleo familiar, donde se proyectan con fuerza a cambiar el mundo desde dentro. Por ello, al “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión”, ¡con qué fuerza deberá tomarlo la familia como “Iglesia Doméstica”, para ser la matriz de donde se alimenta esa espiritualidad que irradia al cuerpo eclesial y al mundo entero! El MFC no puede quedar afuera ignorando estas realidades.

Debe, una vez más crear un espíritu crítico para analizarlas, con técnicos que tengan en cuenta los valores éticos, morales y lo que la Iglesia ya haya aportado dentro de su magisterio, para ser portadores de la palabra justa y sensata, que promueva siempre una opinión formada que responda al Mensaje de Salvación.

El MFC tampoco debe quedarse en proteger a las familias contra las influencias disgregadoras que el mundo ejerce sobre ellas, sino preparar a las familias para que se incorporen críticamente al mundo, siendo parte de sus estructuras sociales intermedias, influyendo en las actividades educativas, políticas y promocionales en búsqueda de transformaciones sociales capaces de permitir que todas las familias se realicen plenamente como auténticas familias.

El progreso de las ciencias humanas y de la técnica, la complejidad del mundo moderno, su acelerada evolución y rápidas transformaciones que alteran los valores sociales, culturales y religiosos, obligan al MFC a mantenerse en atenta observación crítica de esos fenómenos, analizándolos permanentemente, para descubrir las respuestas que cada momento exige. (Aquí y ahora #3).

OPCIÓN PEDAGÓGICA

    Todo esto tiene que ver con la opción pedagógica que el MFC asume para su misión evangelizadora “anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios, que se hace presente en el mundo cada vez que la Justicia y la fraternidad irrumpen y se manifiestan donde predominaba la injusticia, el desamor, la dominación y la opresión.

    Se trata de comunicar a todos que el Plan de Dios para los hombres es su plena humanización. Con ella se edifica el Reino anunciado, que solo se realizará a plenitud al final de los tiempos, pero que se va haciendo en el curso de la historia mediante conquistas parciales y limitadas. El MFC proclama que aunque el Reino en su plenitud sea un don de Dios, su construcción a lo largo de la historia es una misión delegada al hombre.

    Considera, al mismo tiempo, que no existen acciones neutras en la búsqueda de soluciones para los problemas humanos; toda solución será siempre más o menos humanizadora o deshumanizadora. De este modo, no hay separación posible entre fe y vida; todas las acciones humanas están referidas a la construcción del Reino de Dios, contribuyendo o conspirando contra la realización del proyecto de Dios.

    Por esto, el MFC, en su acción pedagógica, busca la integración entre fe y vida, superando toda forma de dualismo e iluminando la búsqueda de soluciones a los problemas humanos con la Palabra de Dios, la cual orienta siempre las acciones humanas hacia los caminos de humanización del hombre.

    Las referencias bíblicas sistemáticamente utilizadas para iluminar la búsqueda de soluciones a los problemas humanos, contribuyen a que los que participan en ella comprendan progresivamente la historia de la Salvación-Liberación. Así, la OPCIÓN PEDAGÓGICA del MFC es simultáneamente y en forma integrada, pedagogía de la fe cristiana, desde la Creación hasta la Salvación-Liberación de Jesucristo.

    Por ser un movimiento familiar, la familia y su problemática reciben atención especial en la acción pedagógica del MFC. Sin embargo, el MFC está igualmente atento al riesgo del “familismo” que pretende poner a la familia como fin de su acción. El objetivo final del MFC es el anuncio y la construcción del Reino; al movilizar y preparar a las familias para que sean efectivas y eficaces en esa misión, la familia no constituirá un fin en sí misma, sino un medio para la realización del objetivo final: la construcción del Reino.

    Para alcanzar ese objetivo, el MFC procura articular estrechamente el campo de la problemática familiar con el universo más amplio de la problemática social, denunciando los mecanismos socioeconómicos, políticos y culturales que condicionan el comportamiento y las relaciones al interior de la familia, que generan los problemas a los cuales se busca solución.

    Dicha articulación entre lo familiar y lo social debe motivar acciones concretas y efectivas por parte de las familias sobre el ambiente y las relaciones sociales más amplias, con el fin de neutralizar sus presiones disgregadoras, raíces de los problemas familiares.

    La comprobación de esas presiones disgregantes apunta hacia la responsabilidad social de la familia. Con ella se concreta su inserción en la misión de construir el Reino de Dios, asumiendo la lucha por la creación de una sociedad más justa y más fraterna, en la cual todas las familias tengan posibilidades de realizarse como tales y de cumplir su función social.

    En esta opción pedagógica del MFC, los destinatarios de su acción de formación son también sujetos del proceso. Corresponde a los agentes o animadores iluminar el camino, al asumir la función de integrar fe y vida, familia y sociedad. Esta perspectiva requiere metodologías adecuadas para la participación activa de todos los que están involucrados en el proceso pedagógico. La opción pedagógica del MFC se resume en la profunda interacción entre Fe y vida, entre el universo familiar y el social, que lleva a asumir libremente la responsabilidad de la construcción de un mundo más justo y más fraterno en la perspectiva de la fe” (Aquí y Ahora Nº 5).

    LIBRO SUSUSU

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    La solidaridad en el MFC

    La solidaridad es una virtud cristiana, la cual debemos aplicar en todos los actos de nuestra vida diaria. En el Evangelio observamos una total identificación entre Jesús y el pobre (Mt 25, 31-46). La solidaridad como valor fundamental de las personas ha estado presente desde el inicio de la Doctrina Social de la Iglesia (Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII en 1891) y ha logrado su máximo desarrollo en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987) de Juan Pablo II con la cual celebró los 20 años de Populorum Progressio (1967) de Pablo VI. En su encíclica, Juan Pablo II propone un nuevo sistema de valores basados en la solidaridad como actitud propia del que se siente responsable de los demás y nunca en competencia con ellos.

    1. SOLIDARIDAD EN EL MFC

    El MFC, a lo largo de medio siglo de apostolado familiar y en completa sintonía con la Iglesia Latinoamericana (Medellín, Puebla y Santo Domingo), ha asumido “el compromiso con la liberación y promoción integral del hombre que exige una doble acción: profética y liberadora, en una opción de preferencia y solidaridad con los pobres” (SuSuSu # 163) y esto se refleja en su opción pedagógica y en su proceso de formación.

    La situación económica, social, política y cultural existente en toda la región latinoamericana que hemos visto explicitada en otros capítulos de este Complemento está afectando negativamente la célula básica de la sociedad, lo cual nos indica claramente que nuestra misión de evangelización de las familias debe incrementarse, no disminuir.

    En el MFC la familia no es solo objeto de su acción pastoral, sino que también es agente de la misma. (SuSuSu #150) Por eso, al ingresar al MFC, la familia inicia un proceso de conversión que debe llevarla a actitudes concretas y a acciones apostólicas. En otras palabras, la familia se solidariza con la causa de Jesús, la construcción del Reino de Dios, que es la causa del MFC. Esta solidaridad implica no solo el compromiso social con nuestros hermanos más necesitados y la transformación de la realidad circundante, sino el compromiso con nuestro Movimiento que necesita del aporte voluntario y generoso de todos sus miembros para sostener su acción permanente a favor de las familias.

    2. COMPROMISO DE SERVICIO

    Dios nos regala a cada persona una serie de dones para que los desarrollemos y pongamos al servicio de los demás. “Que cada uno sirva a sus hermanos, según la capacidad que Dios le ha dado, como buen administrador de los varios dones de Dios” (1 Pe 4, 10). Tenemos dones o bienes materiales como el dinero y bienes humanos como la inteligencia, los conocimientos, tiempo y capacidad. Para poder cumplir con su objetivo de servir a la familia trabajando en su evangelización, el MFC ofrece a todos sus miembros la oportunidad de formarse en la acción para compartir con los demás su tiempo, sus capacidades y sus talentos. Servir es aprender a dar y recibir, es aprender a hablar y escuchar. Es aprender a ser solidarios sin crear dependencia. Servir en el MFC es seguir a Jesús. “A imitación del Hijo del Hombre, que no vino para que lo sirvan, sino a servir” (Mt 20, 28).

    En toda organización como en el MFC es imprescindible el relevo generacional en sus estructuras y en los servicios que presta. Hay que recordar que “la mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9, 37). Es el Señor que nos llama a trabajar por su Reino.

    3. USO CRISTIANO DE LOS BIENES MATERIALES

    En el MFC, el proceso de transformación que se opera en las personas debe llevarnos a ser HOMBRES Y MUJERES NUEVOS (SuSuSu # 146). Como en las primeras comunidades cristianas “donde no había ningún necesitado” (Hch 4, 34), en el MFC aspiramos a que, mediante aportes voluntarios y generosos de los miembros, se logren los recursos suficientes para cubrir las necesidades del Movimiento a todos los niveles (equipo base, zona, diócesis, país, SPLA) de manera que la falta de recursos no sea un obstáculo para llevar la Buena Noticia a todos los rincones del continente latinoamericano.

    Lo que cada miembro pueda ofrecer con amor, no importa si es poco, si lo ofrece con el sacrificio de sus propias necesidades, y no de lo que le sobra, su aporte será tan valioso como el de los demás (Lc 21, 1-4). Al administrar el dinero de todos, el MFC actúa como “nivelador” y signo de justicia. Cada quien aporta según sus posibilidades pero todos reciben las mismas atenciones y calidad de servicio (Preinscripción, MFC México).

    La característica más esencial del MFC es su unidad latinoamericana, siendo uno en su estructura y en sus objetivos (SuSuSu # 69). Por eso, El MFC Su Ser, Su Vida y Su Acción (#122) establece que “en los gastos del SPLA serán corresponsables los Equipos Nacionales, o sea, todos los miembros del MFC en Latinoamérica”.

    4. EXIGENCIAS DEL COMPARTIR

    El poner en común los bienes requiere, además de espíritu desprendido y solidario, cualidades de responsabilidad y de organización (comentario 758 Biblia Latinoamericana). Para poder realizar nuestra labor apostólica eficazmente, es recomendable que a todos los niveles del MFC se preparen y den a conocer los planes de trabajo y que se presenten con regularidad informes sobre su desarrollo y el uso de los bienes materiales.

    La solidaridad vivida como exigencia del Evangelio nos lleva, a través de nuestras obras, a ser coherentes con lo que decimos y hacemos, ayudando a que todos se sientan colaboradores en la búsqueda del bien común y en la construcción del Reino.

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    Las Necesidades de la Familia como Transmisora de la Fe

    La Familia como Transmisora de la Fe – Blog

    Las Necesidades de la Familia como Transmisora de la Fe

    Reflexiones sobre la evangelización, educación y espiritualidad familiar en el mundo contemporáneo

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    Evangelización de la Familia

    En el mundo actual, la familia enfrenta desafíos únicos en su misión evangelizadora. Los cambios sociales y culturales han creado nuevas necesidades que requieren una aproximación renovada al mensaje del amor y la salvación.

    Desafíos principales: Las dificultades para transmitir el mensaje de amor-salvación tanto dentro del núcleo familiar como hacia una sociedad marcada por el pecado, la injusticia y la opresión.

    Finalizando el siglo XX, impregnado de materialismo, el ser humano busca espacios que llenen sus vacíos existenciales. Como consecuencia, se observa la expansión de sectas, espiritismo y devociones populares que prometen soluciones rápidas sin mayor esfuerzo.

    La nueva evangelización ofrece nuevos instrumentos para presentar, encarnar, vivir y proclamar la Palabra de Dios, constituyendo un desafío para las familias modernas.

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    Educación de la Fe

    La desaparición de la llamada “era de cristiandad” ha generado necesidades específicas en la educación de la fe. Las familias deben educar para que la fe sea una opción libre, personal y consciente.

    Las familias enfrentan la realidad de no poder transmitir la fe de la misma manera como la recibieron, especialmente cuando esta no está arraigada en la vida y comprometida con el ser humano.

    Desafío central: La sacramentalización sin evangelización, vivida especialmente en un continente con inquietudes religiosas, pero cuya fe es en general superficial y aún supersticiosa.

    👥
    Tipos de Cristianos en América Latina

    La renovación iniciada con el Vaticano II, Medellín y Puebla ha generado diversos tipos de respuesta cristiana en nuestro continente:

    Religiosidad Popular

    Responde tradicionalmente a costumbres lugareñas, a veces con elementos sincréticos de culturas indígenas y afro.

    Conservadores

    Buscan recuperar espacios ante la pérdida de valores considerados fundamentales.

    Tradicionalistas

    Mantienen una línea verticalista, apegados estrictamente a la jerarquía.

    Comprometidos

    Se esfuerzan por encarnar el Evangelio en la cultura popular y hacer realidad la opción por los pobres.

    Clericalistas

    Su compromiso se centra en apoyar al sacerdote, convirtiéndose en “ayudantes del cura”.

    Buscadores

    Desean profundizar su fe compartiendo experiencias de vida en grupos y comunidades.

    La Iglesia Doméstica

    En un mundo de cambios rápidos, la familia necesita revalorizar su misión como Iglesia Doméstica, constituyendo un punto de apoyo, oración y apostolado para ser una célula viva de la Iglesia.

    La familia cristiana es “Iglesia Doméstica”, primera comunidad evangelizadora. Es necesario hacer de la pastoral familiar una prioridad básica, sentida, real y operante.

    El Movimiento Familiar Cristiano (MFC) ha sido pionero en promover el apostolado familiar y la espiritualidad conyugal, adelantándose al reconocimiento oficial de la familia como “Iglesia Doméstica”.

    Espiritualidad Encarnada

    La espiritualidad no es solo una parte de la vida, sino una vida entera guiada por el Espíritu de Jesús. No se aparta de la vida cotidiana ni de las ocupaciones, profesiones u oficios.

    Características de la espiritualidad encarnada:
    • Contempla la Gloria de Dios en cada persona, en la historia y en la creación
    • Asume la cultura, la historia y el lugar geográfico
    • Transforma los elementos negativos en vida nueva
    • Realiza signos de salvación y santidad en la condición humana

    Esta espiritualidad integrada contempla las dimensiones humanas: corporeidad, afectividad, emociones, racionalidad, creatividad y sociabilidad, sin evadir la historia ni la responsabilidad hacia los necesitados.

    ❤️
    La Familia y la Espiritualidad

    La experiencia familiar embebida de esta espiritualidad es rica en vivencias y relaciones igualitarias, promotoras del respeto a la dignidad y las diferencias. Posibilita un diálogo real y la participación de todos los integrantes.

    Los laicos, hombres y mujeres, deben hacer del hogar, de la cátedra, del centro laboral el verdadero altar de la vida, testimoniando con la propia vida y dando a conocer el rostro de Dios-Amor.

    Esta espiritualidad vivida permite ser protagonistas de una historia en construcción junto a otros cristianos y no cristianos, construyendo condiciones más humanas en este mundo y globalizando la esperanza y la solidaridad.

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    Campo de Acción del MFC en la Pastoral

    Movimiento Familiar Cristiano en América Latina

    2. CAMPO DE ACCIÓN EN LA PASTORAL

    La necesidad de la organización dentro de la Iglesia de una Pastoral Familiar, surge en América Latina, gracias al impulso y los aportes del MFC, por lo que es de rigor que el MFC permanezca integrado en la Pastoral de Conjunto. Debe intensificarse el esfuerzo del MFC por promover las vocaciones religiosas latinoamericanas, tanto misionales como laicales.

    El MFC Latinoamericano tiene bien definidos sus objetivos, carisma, mística, su vida, su ser y su acción en “EL MFC, SU SER, SU VIDA Y SU ACCIÓN”, asumido por la X AGLA en 1979 y editado en 1980. Sin embargo, por los grandes cambios del mundo en que estamos inmersos, creemos oportuna una puesta al día en su accionar.

    Es decir, las condiciones de dentro y fuera de la familia hacen que el MFC, como Movimiento que es, se mantenga actualizado a través de su historia para ser fiel a las necesidades de la familia y de la Iglesia en su acción evangelizadora, y ser así respuesta a los desafíos que nos plantean los nuevos signos de los tiempos, cumpliendo su misión profética.

    Numeral 153

    El campo de acción del MFC es la familia. Esta es una realidad viva y, por tanto, cambiante; es sujeto de todas las influencias y cambios de la sociedad; es nuestro primer campo de acción donde, con criterio amplio, abierto, lleno de fe y comprensión, debemos llevar nuestro mensaje de educación en el amor.

    2.1. Esta acción se dirige al interior de la familia:

    • Ayudando a los cónyuges a vivir el amor.
    • Ayudando a los padres e hijos a vivir la familia
    • Preparando a sus miembros para que den un testimonio de auténtica vida cristiana en lo personal, conyugal, familiar y social, dentro de los diferentes ambientes donde cada uno le corresponde actuar.
    • Ayudando a los novios y a los jóvenes a prepararse para la vida de familia.

    2.2. A través de la familia actuará en el campo social

    Numeral 154

    2.2.1. El MFC promoverá el campo de lo social a través de la familia:

    A) Concientizando:

    1. A la familia marginada sobre sus derechos y deberes.

    2. A las familias que tienen bienes de cualquier tipo, sobre la situación de injusticia, para que ellas contribuyan al bien de la comunidad con una actitud de servicio.

    B) Asumiendo posiciones políticas como colectividad, contra aquello que afecte a la familia.

    C) Mediante el testimonio de vida de sus miembros.

    D) Tratando de llevar a la práctica un cambio hacia un orden nuevo, para adecuarse al mundo y a la Iglesia en el momento actual y en la realidad latinoamericana.

    2.2.2 Promoviendo un laicado corresponsable que ayude a modificar las estructuras de la Iglesia.

    2.2.3 Estando conscientes de la posibilidad de ser usados como instrumento de entidades políticas e ideologías opuestas.

    3. AL INTERIOR DEL MFC COMO INSTITUCIÓN

    Numeral 155

    3.1. Formar y capacitar a sus miembros (matrimonios, viudas, jóvenes, separados), permanentemente y a todos los niveles.

    3.2. Fomentar la vivencia de la fe en equipos, para que formen verdaderas comunidades.

    3.3. Evangelizar a sus miembros para que lleguen a ser verdaderos evangelizadores.

    3.4. Promover a sus directivos laicos para que lleguen a ser verdaderos dirigentes y a los sacerdotes asesores, para que se desempeñen como tales en el ejercicio de su misión sacerdotal.

    3.5. Adecuarse al mundo y a las exigencias de la Iglesia actual, en la realidad latinoamericana. Esto exige de sus miembros una actitud permanente de conversión personal y familiar.

    La familia es la primera célula de la sociedad, foco de la educación y formación de los hijos, por lo tanto, es el centro de dicha Pastoral.

    LIBRO SUSUSU

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    Carisma original del MFC

    Este es el MFC – SU Ser

    El MFC nace como un Movimiento pionero en el que se acentúa el valor de la vocación específica de los casados Dentro de sus características destacan:

    1. La valoración del concepto del amor conyugal

    El MFC tuvo su principal fuerza en la valoración del amor conyugal y, por tanto, de la espiritualidad de los casados o su camino de santidad. Hay un redescubrimiento de la vocación matrimonial y su llamada a la salvación, en el estado propio de los casados, pasando de una concepción monacal de la espiritualidad, a una espiritualidad laical y específica del casado. El trabajar la pareja de casados en un movimiento de laicos fue una nueva modalidad en el apostolado. Eso trajo, además, la valoración de la mujer como persona, pues en el MFC siempre fue esencial la conciencia de igualdad de hombre y mujer, y, por esto, los cargos y responsabilidades fueron compartidos. Este punto tendió a exagerarse, lo que trajo tendencias conyugalistas.

    2. El laico apóstol

    El MFC fue, desde su fundación, un promotor del laico, buscando que sus miembros asumieran la acción apostólica de la Iglesia en forma madura. En Equipos Eclesiales, sacerdotes y laicos procuraban descubrir la espiritualidad de la familia y el apostolado familiar.

    3. La Pastoral Familiar

    El MFC no fue el único, pero sí el primer Movimiento que presionó en América Latina para que se viera la necesidad de la Pastoral Familiar y su organización. La presencia de algunos de sus miembros en el Concilio Vaticano II y luego en la reunión del CELAM, de Medellin, dieron aportes valiosos como representantes de la familia latinoamericana.

    4. La liturgia implicada en la vida

    Desde un principio se dio gran importancia a la liturgia y su implicación en la vida familiar, especialmente a través de las Liturgias domésticas y en las reuniones de equipo.

    5. El peregrinar carismático y el hospedaje

    Desde su fundación, el MFC nació y cobró fuerza gracias a matrimonios y sacerdotes que recorrían los diferentes lugares llevando un mensaje y eran recibidos y alojados en casas de familia, para compartir la vida y los ideales cristianos. Entonces y ahora, siempre habrá gente que sale en misión, enviada por el MFC, al igual que lo hicieron los apóstoles en los primeros tiempos del cristianismo.

    6. La preparación al matrimonio

    Desde sus comienzos, el MFC se caracterizó por encauzar la preparación al matrimonio como una necesidad sentida en la sociedad, ante los cambios que ha venido sufriendo la familia.

    Familia salvadora de la comunidad

    Desde su fundación, el MFC asume que el amor de hombre y mujer no es fenómeno que afecta exclusivamente a los dos, sino que en todas las épocas y culturas es un hecho social Pero con el tiempo se busca que la familia comprenda que su misión no termina en el interior de ella misma, sino que debe ser constructora de la sociedad y, por tanto, solidaría con la misión social de la Iglesia. Pasa así, de ser un refugio para salvar a las familias, a tratar de que la familia se convierta en salvadora de la comunidad, siendo esta la mejor manera de salvarse a sí misma. Este cambio se produce más fuertemente desde el año 69 en el V Encuentro de Chile, como reflejo de lo que es la Iglesia Posconciliar, que salió de sí misma para proyectarse al mundo y así salvarlo. El MFC va entreviendo que el cambio que la Iglesia pide está no solo en el corazón del hombre, sino también en las estructuras sociales injustas y quiere preparar a la familia a asumir su papel en estos cambios. Por esto se anotó: “Que el MFC es un Movimiento de Laicos, cuyas familias asumen: la Doctrina Social de la Iglesia, del Vaticano II y Medellín, y para sus miembros esto implica un compromiso consciente y permanente con la iglesia” (V ELA de Chile)

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    Cuando el amor conyugal moldea el corazón de los hijos

    La nueva realidad de las relaciones conyugales

    En el mundo actual, donde los cambios culturales ocurren a velocidad vertiginosa, la familia enfrenta desafíos sin precedentes. El matrimonio, como núcleo fundamental de la sociedad, requiere más que nunca de solidez, madurez y compromiso para enfrentar estas transformaciones y proveer a los hijos un entorno estable para su desarrollo. Sin embargo, esta misión trascendental solo es verdaderamente posible cuando Dios ocupa el centro de la vida familiar.

    Hoy, como nunca antes, la relación matrimonial necesita estar fundamentada en un amor consciente, maduro, fiel y plenamente comprometido. Los elementos externos que en épocas pasadas sostenían la estabilidad conyugal (a veces solo en apariencia) han ido desapareciendo, dejando al descubierto la verdadera esencia de lo que debe ser una unión conyugal: complementariedad genuina y entrega mutua.

    En esta nueva dinámica, la vida debe ser compartida en todos sus aspectos y necesidades. Cualquier falla en esta complementación, incluso momentánea, puede poner en riesgo la vida en común, haciendo que la estructura familiar se tambalee. Por ello, la presencia de Dios como fundamento del amor conyugal se vuelve indispensable, pues solo Él puede dar la fortaleza necesaria para mantener vivo ese compromiso a través de las dificultades.

    Dios como centro de la vida matrimonial y familiar

    El matrimonio que coloca a Dios en el centro de su relación encuentra:

    • Una fuente inagotable de amor: El amor humano, por sí solo, es frágil y limitado. Cuando los esposos reconocen que su capacidad de amar proviene de Dios, pueden superar sus propias debilidades y limitaciones.
    • Fortaleza en las dificultades: Las crisis matrimoniales, inevitables en toda relación humana, encuentran un apoyo firme en la fe compartida y en la certeza de que Dios acompaña el camino de la familia.
    • Un horizonte de sentido: La presencia de Dios otorga una dimensión trascendente al proyecto familiar, elevándolo más allá de las satisfacciones inmediatas hacia un propósito eterno.
    • Valores sólidos: Los principios morales y espirituales que emanan de la fe proporcionan un fundamento seguro para la educación de los hijos.

    Sin Dios en el centro de la vida matrimonial, incluso los mejores esfuerzos humanos resultarán insuficientes ante los desafíos que enfrenta la familia contemporánea.

    Transformaciones en la función familiar

    Los nuevos paradigmas culturales han producido cambios profundos en la concepción y función de la familia:

    • Cambios en la función biológica: Hemos pasado de una supervaloración de la procreación como finalidad principal del matrimonio, a una supervaloración de la relación sexual como vínculo exclusivamente orientado al desarrollo personal, separándola de su dimensión procreadora.
    • Redistribución de roles: La familia contemporánea ha redefinido los papeles tradicionales. Ya no se concibe automáticamente a la mujer como administradora exclusiva del hogar, ni al hombre como único proveedor. Hoy, ambos cónyuges buscan compartir tanto las cargas como las ventajas de la vida familiar.

    Ante estos cambios, solo una visión iluminada por la fe permite discernir lo que es verdaderamente esencial para el bien de la familia y de cada uno de sus miembros.

    La importancia de un matrimonio sólido en la formación de los hijos

    1. Testimonio vivo de amor

    Los hijos aprenden principalmente por lo que ven, no por lo que se les dice. Un matrimonio sólido, fundamentado en Dios, enseña a los hijos mediante el ejemplo cotidiano valores fundamentales como:

    • El respeto mutuo
    • La comunicación abierta
    • La resolución pacífica de conflictos
    • La fidelidad y el compromiso
    • La generosidad y el servicio
    • La fe vivida en lo cotidiano

    2. Seguridad emocional

    Cuando los hijos perciben que existe un vínculo fuerte y estable entre sus padres, sostenido por el amor de Dios, desarrollan un sentido de seguridad emocional que les permite:

    • Explorar el mundo con confianza
    • Establecer relaciones saludables
    • Desarrollar una autoestima sólida
    • Gestionar mejor sus emociones
    • Construir una relación personal con Dios

    3. Base para el desarrollo integral

    Un hogar donde los padres mantienen una relación armoniosa, enraizada en valores espirituales, proporciona el ambiente ideal para el desarrollo integral de los hijos:

    • Físico: atención a necesidades básicas y hábitos saludables
    • Cognitivo: estímulo intelectual y apoyo educativo
    • Social: aprendizaje de habilidades relacionales
    • Espiritual: transmisión de la fe y sentido de trascendencia

    El valor de la presencia parental

    En tiempos donde ambos padres frecuentemente trabajan fuera del hogar, la calidad de la presencia se vuelve tan importante como la cantidad:

    Presencia física

    No se trata simplemente de estar en el mismo espacio físico, sino de estar disponible, accesible y receptivo a las necesidades de los hijos. Esto implica:

    • Dedicar tiempo exclusivo a la familia
    • Participar en actividades cotidianas
    • Crear rituales familiares significativos, incluidos los momentos de oración y celebración de la fe

    Presencia emocional

    Más allá de la presencia física, los hijos necesitan padres emocionalmente disponibles que:

    • Escuchen activamente
    • Validen sus sentimientos
    • Ofrezcan orientación y apoyo
    • Muestren interés genuino por su mundo interior
    • Compartan sus propias experiencias de fe

    Presencia formativa

    Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos, especialmente en la fe. Esta responsabilidad implica:

    • Transmitir valores y principios cristianos
    • Establecer límites claros y consistentes
    • Fomentar la autonomía responsable
    • Ser mentores en el desarrollo del carácter
    • Presentar a Dios como un Padre amoroso

    Construyendo un matrimonio fuerte en tiempos de cambio

    Para enfrentar los desafíos actuales y ser padres efectivos, las parejas necesitan:

    1. Comunicación profunda: Ir más allá de lo superficial, compartiendo sueños, temores, necesidades y expectativas.
    2. Priorizar la relación conyugal: Recordar que un matrimonio sólido es el mejor regalo para los hijos.
    3. Adaptabilidad: Flexibilidad para ajustarse a los cambios sin perder la esencia del compromiso.
    4. Corresponsabilidad: Compartir equitativamente tanto las responsabilidades como las alegrías de la vida familiar.
    5. Crecimiento mutuo: Buscar oportunidades para desarrollarse como personas y como pareja.
    6. Vida espiritual compartida: Orar juntos, participar en la vida de la comunidad de fe y nutrir la dimensión espiritual del matrimonio.
    7. Confianza en la providencia divina: Reconocer que los esfuerzos humanos, por valiosos que sean, necesitan ser sostenidos y completados por la gracia de Dios.

    Conclusión

    En un mundo de cambios acelerados donde las estructuras tradicionales se redefinen, la necesidad de matrimonios sólidos y padres presentes se vuelve más crucial que nunca. Sin embargo, esta tarea solo es plenamente realizable cuando se fundamenta en Dios como fuente del verdadero amor y fortaleza para la familia.

    Los hijos necesitan el testimonio de una relación conyugal fundamentada en el amor maduro, consciente y comprometido, que les brinde seguridad, orientación y ejemplo para su propio desarrollo. Pero este amor humano, por sí solo, es insuficiente; necesita ser nutrido constantemente por el amor divino que lo trasciende y le da sentido.

    El desafío para las parejas de hoy consiste en construir una relación que integre los valores fundamentales del matrimonio con una visión renovada de la complementariedad, adaptada a las necesidades del mundo contemporáneo, y centrada firmemente en la fe en Dios. Solo así podrán ofrecer a sus hijos el ambiente propicio para crecer como personas plenas, capaces de construir a su vez relaciones saludables y una sociedad más humana y más cercana al plan divino para la familia.

    Libro SUSUSU – SU ACCIÓN

    Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborrece jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne. Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, también ustedes, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido. Efesios 5, 25-33

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    Servir a Dios juntos es una oportunidad para fortalecer el amor conyugal

    El matrimonio católico es mucho más que una simple unión entre dos personas; es un camino compartido hacia la santidad. Cuando dos corazones deciden recorrer juntos el sendero de la fe, descubren que servir a Dios en comunión no solo enriquece su vida espiritual, sino que también fortalece profundamente su vínculo conyugal. En este artículo, exploraremos cómo el servicio compartido a Dios se convierte en una poderosa oportunidad para cultivar y hacer florecer el amor matrimonial.

    El propósito compartido fortalece el vínculo

    San Juan Pablo II nos enseñaba que el matrimonio es una “comunión de personas” orientada hacia un fin común. Cuando los esposos dirigen su mirada hacia el mismo horizonte —el servicio a Dios y a los demás— experimentan una profunda unidad de propósito que trasciende las preocupaciones cotidianas.

    Esta misión compartida actúa como un poderoso adhesivo espiritual. Los esposos que sirven juntos a Dios:

    • Desarrollan una visión común de la vida
    • Alinean sus prioridades en torno a valores trascendentes
    • Construyen memorias significativas basadas en experiencias de servicio
    • Aprenden a depender mutuamente de sus dones complementarios

    El servicio revela nuevas facetas del cónyuge

    Cuando servimos junto a nuestro esposo o esposa, tenemos el privilegio de contemplar dimensiones de su persona que quizás permanecen ocultas en la rutina diaria. Ver a nuestro cónyuge, entregar su tiempo y talentos desinteresadamente por los demás nos permite admirarle desde una nueva perspectiva.

    María y José, voluntarios en el comedor parroquial durante cinco años, comparten: “Cuando veo a mi esposo consolar a una persona sin hogar con tanta ternura, redescubro por qué me enamoré de él. Su capacidad para ver a Cristo en los más necesitados me conmueve profundamente y renueva mi amor cada semana”.

    Aprendiendo a amar como Dios ama

    El servicio compartido se convierte en una escuela de amor auténtico. Al servir juntos, los esposos:

    1. Practican la generosidad mutua: El dar desinteresadamente a los demás cultiva la misma actitud dentro del matrimonio.
    2. Crecen en humildad: Reconocer las limitaciones propias y valorar las fortalezas del cónyuge en el servicio.
    3. Desarrollan la paciencia: El servicio a menudo presenta retos que requieren perseverancia y comprensión mutua.
    4. Fortalecen la comunicación: Coordinar esfuerzos de servicio exige una comunicación clara y constante.

    Formas concretas de servir juntos como matrimonio

    En la comunidad parroquial:

    • Servir en el MFC
    • Participar como matrimonio en la catequesis
    • Acompañar a parejas que se preparan para el matrimonio
    • Colaborar en la liturgia como lectores o ministros extraordinarios
    • Formar parte del coro

    En el hogar:

    • Crear un ambiente de oración compartida
    • Practicar la hospitalidad, acogiendo a personas solas o necesitadas
    • Educar a los hijos en la fe y el servicio

    En la sociedad:

    • Participar en proyectos de ayuda a los más vulnerables
    • Apoyar iniciativas que promuevan la dignidad humana y la familia
    • Defender la vida y los valores cristianos con el testimonio de su amor

    Los frutos espirituales del servicio compartido

    El matrimonio que sirve unido a Dios cosecha abundantes frutos:

    • Mayor intimidad espiritual: Compartir experiencias profundas de fe crea un vínculo que trasciende lo puramente emocional.
    • Resiliencia ante las dificultades: Las parejas que sirven juntas desarrollan recursos espirituales que les ayudan a enfrentar crisis.
    • Alegría auténtica: Como nos recuerda el Papa Francisco, “la alegría del amor se vive en medio del dolor y el sufrimiento, cuando amamos”. El servicio nos sumerge en esta paradoja evangélica.
    • Testimonio vivo para los hijos: Los niños aprenden el valor del servicio y el amor desinteresado al ver a sus padres entregarse juntos.

    Superando obstáculos

    El camino del servicio compartido no está exento de desafíos. Es común encontrar resistencias como:

    • Diferentes intereses o carismas
    • Limitaciones de tiempo por responsabilidades familiares
    • Desequilibrio en el compromiso

    Para superar estos obstáculos, es fundamental:

    • Discernir juntos, en oración, dónde Dios les llama a servir como matrimonio
    • Respetar también los espacios de servicio individual de cada cónyuge
    • Mantener un equilibrio entre el servicio externo y la atención a la propia familia
    • Evaluar periódicamente si el servicio fortalece o debilita la relación

    El servicio como camino de santificación conyugal

    El servicio compartido a Dios se convierte así en un camino privilegiado hacia la santidad matrimonial. Como nos recuerda San Pablo, “el amor nunca pasará” (1 Corintios 13,8). Cuando los esposos ponen sus dones al servicio de Dios y los demás, participan del amor eterno que es la esencia misma de Dios.

    Servir juntos no es solo una actividad que se añade a la vida matrimonial; es una dimensión esencial que revela y actualiza la gracia sacramental. Es, en definitiva, una oportunidad suprema para que el amor florezca y madure a imagen del amor divino.

    ¿Y tú? ¿Cómo estás cultivando el amor en tu matrimonio a través del servicio compartido? Te invitamos a reflexionar y dar el siguiente paso junto a tu cónyuge en este hermoso camino.

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    Objetivo general del MFC

    1. El MFC en su Estatuto Latinoamericano, señala su objetivo general, así:

    “El Movimiento Familiar Cristiano es un movimiento de Iglesia, de ámbito latinoamericano, cuyo objetivo es la evangelización y la promoción de la familia, desarrollando sus valores humanos y cristianos, a fin de capacitarla para cumplir su misión de formadora de personas, educadora en la fe y promotora del bien común y defensora de la vida“.

    1. La familia formadora de personas

    1. Si la persona es imagen creada suprema del Dios comunitario, formarla es ayudarla y sostenerla a que sea plenamente la imagen de ese Dios, impulsándola a su realización en la apertura a los demás. La persona se forma en un ambiente o comunidad de amor, en un ejercicio de amor, porque se le enseña a amar. Esto supone:
    • Ayudar y sostener a cada persona a que sea plenamente la imagen de Dios.
    • Descubrir, respetar y promover los valores individuales de cada uno de los integrantes de la familia.
    • Crear una nueva forma de educación para el amor desde la infancia.
    • Valorar a los jóvenes, considerándolos como personas y como signo profético de los tiempos.
    • Asumir, por parte de cada miembro de la familia, el papel de amor salvación que a cada uno corresponde dentro del hogar, de la sociedad y de la Iglesia.
    • Descubrir el hogar como comunidad de vida y de amor que educa para el amor.

    2. La familia educadora en la fe

    1. Educar en la Fe es ayudar, sostener y orientar en el camino del encuentro interpersonal con Cristo, Amor del Padre manifestado a los hombres.

    Al acentuar la vivencia del Sacramento del Matrimonio, la familia es verdaderamente la Iglesia Doméstica, que se proyecta como signo de salvación integral. Esto requiere una actitud permanente de conversión personal y que la educación en la fe sea coeducación entre padres e hijos, en un clima de amor y de diálogo.

    1. Para que la familia cumpla con su misión de educadora en la fe es necesario “dotarla de elementos que le restituyen su capacidad evangelizadora, de acuerdo con la Doctrina de la Iglesia (Familia, Medellín).

    Educar en la fe es:

    • Ayudar, sostener y orientar en el camino del encuentro interpersonal con Cristo.
    • Acentuar la vivencia del Sacramento del Matrimonio.
    • Hacer de la familia una Iglesia Doméstica, signo de salvación integral.
    • Dotar a la familia de elementos que le restituyan su capacidad evangelizadora.

    3. La familia, promotora del bien común

    1. El que la familia del MFC sea promotora del bien común implica un cambio en lo personal y en lo familiar para:

    Ser promotora del bien común por medio de una conversión que implique:

    • Realizar un cambio en lo personal y lo familiar para cooperar en la transformación hacia el desarrollo integral, por medio de unas estructuras sociales más justas.
    • Integrar a la familia en la labor pastoral de la Iglesia y en el proceso de liberación de todas las esclavitudes que nos atan.

      4. Defensora de la vida

      Ser una familia defensora de la vida comienza con valorar la vida y la familia misma. No se defiende lo que no se valora, y esta valoración debe ser tanto intelectual como del corazón y la experiencia. Los testimonios son fundamentales para aprender a valorar el don de la vida y la familia. Es importante hacer visibles las alegrías y bienes que traen los hijos… como respuesta a la propaganda que los presenta como problemas.

      Libro de SUSUSU 

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      El Movimiento Familiar Cristiano: Una historia de amor, fe y compromiso que sigue viva

      NO DEJEN QUE SE APAGUE LA ANTORCHA DEL MFC

      PADRE PEDRO RICHARDS – FUNDADOR EL MFC

      Nacido del Espíritu… a través de la familia

      El Movimiento Familiar Cristiano (MFC) nació a orillas del Río de la Plata, en una época en la que la Iglesia comenzaba a sentir los primeros signos de transformación. En los años previos al Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo ya inspiraba nuevas formas de presencia laical, y entre ellas, surgió esta propuesta pastoral inédita: una comunidad de familias que, desde su realidad cotidiana, decidía vivir su vocación como una auténtica misión evangelizadora.

      Corría la década de los 40 y 50, cuando algunos matrimonios y sacerdotes en Uruguay comenzaron a reunirse con el deseo de profundizar su fe, compartir la vida familiar, y encontrar caminos para anunciar el Evangelio en medio de los desafíos sociales y culturales de su tiempo. No se conformaban con una vivencia privada de la fe: querían ser Iglesia desde la familia y para la familia.

      Lo que comenzó como un pequeño grupo de reflexión y oración, pronto se transformó en un verdadero movimiento de renovación familiar, impulsado por el testimonio, el compromiso y el amor compartido.

      Una intuición profética

      Antes de que el Concilio Vaticano II hablara del papel del laicado, antes de que la Iglesia reconociera oficialmente la vocación del matrimonio como camino de santidad, el MFC ya vivía esa realidad. Con una intuición pastoral extraordinaria, el Movimiento promovió la espiritualidad conyugal, entendida como la experiencia concreta de Dios en el amor de la pareja, en la crianza de los hijos, en las decisiones de cada día.

      Además, incorporó a la mujer en espacios de formación y liderazgo, rompió con esquemas clericalistas y apostó por una estructura de corresponsabilidad entre matrimonios y sacerdotes, que trabajaban juntos, en equipo, con igualdad de voz y corazón pastoral.

      También supo ver la urgencia de acompañar a los novios y de preparar a los futuros matrimonios con seriedad, responsabilidad y cariño. Muchas diócesis del continente adoptaron esta metodología, basada en el diálogo, la oración, la revisión de vida y el compartir comunitario.

      Misión latinoamericana: la semilla se multiplica

      El mensaje del MFC no tardó en cruzar fronteras. Gracias al testimonio y al espíritu misionero de tres matrimonios uruguayos —los Soneira, los Gelsi y los Gallinal—, y del sacerdote Pedro Richards, el Movimiento fue sembrándose poco a poco en otros países: Argentina, Paraguay, Chile, México, Colombia, Venezuela…

      En cada nuevo lugar, nacían comunidades vivas, comprometidas, al servicio de las familias de su entorno. Se formaban equipos de base, se adaptaban materiales de formación, se organizaban encuentros nacionales. La semilla caía en tierra fértil.

      En 1957, esa expansión tomó forma institucional con la celebración del Primer Encuentro Latinoamericano del MFC en Montevideo, que reunió a los pioneros del Movimiento y dio origen al Secretariado para Latinoamérica (SPLA). Desde entonces, cada Encuentro Latinoamericano (ELA) ha sido un espacio de comunión, evaluación, formación y discernimiento, en el que se fortalecen los lazos y se definen las líneas comunes de acción.

      Un Movimiento que discierne con los signos de los tiempos

      Desde sus primeros años, el MFC ha vivido un proceso permanente de revisión, evaluación y actualización. Influido por los grandes acontecimientos eclesiales del continente —como el Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla y Santo Domingo—, el Movimiento ha procurado responder con fidelidad creativa a los nuevos desafíos de cada época.

      En 1979, durante la X Asamblea General Latinoamericana (AGLA) celebrada en Panamá, se vivió una revisión profunda del ser y quehacer del Movimiento. No se trató solo de renovar estructuras o métodos, sino de reafirmar la identidad y espiritualidad del MFC. Se actualizaron los documentos fundamentales, se redefinieron los objetivos, y se hizo una opción clara por:

      • Promover una espiritualidad encarnada en la vida cotidiana.
      • Fortalecer la formación integral de las familias, con una metodología que combina fe, reflexión y compromiso.
      • Incluir y acompañar también a familias incompletas, heridas o en situación de vulnerabilidad.
      • Trabajar por la justicia social y la transformación de la realidad, especialmente en contextos de pobreza, exclusión y violencia.

      Desde entonces, cada encuentro continental ha sido un nuevo paso en este camino de fidelidad dinámica, donde tradición y renovación van de la mano.

      Una comunidad de comunidades

      El MFC no es una gran organización, ni aspira a serlo. Más bien, es una comunidad de pequeñas comunidades: equipos de matrimonios, grupos de jóvenes, círculos de reflexión, equipos de trabajo… donde se vive la fe en familia, se comparten las alegrías y dolores de la vida cotidiana, y se construye comunidad desde el amor.

      Cada grupo base es un espacio privilegiado para crecer en el diálogo, la oración, la escucha, el compromiso con los demás. Allí se aprende a ser Iglesia desde abajo, a valorar la corresponsabilidad, a caminar juntos como hermanos.

      El Movimiento acompaña a los matrimonios en todas las etapas de su vida: desde los noviazgos jóvenes hasta las familias con hijos adultos. También extiende su misión a los jóvenes, a los niños, a los adultos mayores y a otras realidades familiares que necesitan contención, fe y esperanza.

      Hoy más que nunca, el MFC tiene sentido

      En un mundo marcado por la crisis de vínculos, la soledad, la fragilidad de los compromisos y la pérdida del sentido trascendente, el MFC se presenta como una alternativa vital: un espacio donde la familia no es vista como un ideal inalcanzable, sino como un proceso de crecimiento, perdón y comunión.

      El Movimiento sigue vivo porque sigue siendo necesario. Su misión está más vigente que nunca:

      • Ofrecer formación integral y permanente a las familias.
      • Sostener espacios de espiritualidad conyugal y familiar.
      • Promover la solidaridad y el compromiso social.
      • Ser lugar de acogida y acompañamiento para quienes buscan vivir su fe en comunidad.

      Una historia que continúa… contigo

      El MFC no es un museo del pasado, ni una estructura del ayer. Es una historia viva que se  renueva en cada familia, en cada equipo, en cada servicio pastoral.

      Detrás de sus iniciales, hay rostros concretos: matrimonios que se aman y luchan juntos, hijos que crecen en hogares llenos de fe, comunidades que oran y trabajan unidas, líderes que animan con alegría y generosidad.

      Hoy, más que nunca, necesitamos seguir escribiendo esta historia. Con tu tiempo, tu oración, tu testimonio, tu compromiso. Porque mientras haya una familia que reflexione, ore y actúe en comunidad, el MFC seguirá siendo una buena noticia para la Iglesia y para el mundo.

      LIBRO SUSUSU – SU HISTORIA

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      Padre Pedro Richards: Fundador del MFC

      Un visionario al servicio de las familias

      El Padre Pedro Richards (1911-2004) fue un sacerdote pasionista argentino cuya vida estuvo dedicada a la evangelización y fortalecimiento de las familias en América Latina. Conocido como el “Apóstol de la familia” y “Centinela de la familia”, su legado continúa inspirando a matrimonios y familias en todo el continente.

      Orígenes y vocación

      Nacido como Juan Enoch Richards el 31 de diciembre de 1911 en el barrio de Belgrano, Buenos Aires, provenía de una familia católica de ascendencia irlandesa y galesa. Desde pequeño mostró una profunda devoción religiosa, levantándose temprano para acompañar a su madre a misa diaria.

      A los 12 años sintió el llamado sacerdotal mientras escuchaba a un misionero en la “iglesia redonda” de Belgrano. Tras un primer intento frustrado por problemas de salud, finalmente ingresó a la Congregación de los Padres Pasionistas en 1933, siendo ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1940.

      El nacimiento del Movimiento Familiar Cristiano

      Su mayor contribución a la Iglesia comenzó en 1948, cuando inició su pastoral familiar centrada en la formación de grupos de matrimonios. El 25 de noviembre de 1948 fundó el primer grupo de lo que luego se conocería como Movimiento Familiar Cristiano (MFC), dedicándose por completo a esta labor desde 1949.

      A partir de 1952 se estableció en Montevideo, Uruguay, desde donde expandió el MFC por toda América Latina:

      • 1955: Brasil, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y Paraguay
      • 1957-1958: Ecuador, Bolivia, México y Cuba
      • 1959-1960: Países de América Central, Panamá y Puerto Rico

      Un pionero en la pastoral familiar

      El Padre Richards desarrolló conceptos innovadores para su época, como la “espiritualidad matrimonial” y el “Cristo nupcial o Tercero del Matrimonio”, ideas que inicialmente fueron cuestionadas. Su visión de la familia como “Iglesia doméstica” se convirtió en un modelo central en el carisma del MFC.

      Su incansable labor lo llevó a participar en:

      • El Concilio Vaticano II como consultor
      • El Sínodo de la Familia de 1980 como experto asistente
      • Numerosos congresos y encuentros internacionales sobre la familia

      En 1979 fundó en Montevideo el Centro Nacional de Planificación Natural de la Familia (CENAPLANF) para difundir la doctrina de la encíclica Humanae vitae.

      Legado y reconocimientos

      Autor de numerosos libros y artículos sobre pastoral familiar, entre ellos:

      • “Matrimonios en búsqueda de Dios” (1965)
      • “En el misterio de la familia” (1976)
      • “Cristificando la familia” (1987)

      En 2007, la Confederación Internacional de Movimientos Familiares Cristianos le otorgó póstumamente el premio Cardenal Cardjin por su labor en pro de la pastoral familiar.

      Sus últimas palabras y testimonio

      Antes de su fallecimiento el 30 de octubre de 2004, dejó tres mensajes finales:

      1. “Que todas las familias del MFC recen el rosario diariamente”
      2. “Que los obstáculos que encuentren sean piedras que como escalones les permitan ascender hacia Dios”
      3. “No dejen que se apague la antorcha del MFC”

      El Padre Pedro Richards fue descrito como “intuitivo, vital, incansable, servicial, siempre disponible, aparentemente duro y estricto pero tierno y comprensivo a la vez; inteligente, valiente y firme en sus convicciones, creativo en sus actividades, claro en sus ideas, respetuoso del Magisterio pontificio, visionario renovador y pionero audaz.”

      Su vida sacerdotal se caracterizó por tres ejes fundamentales: el testimonio de espiritualidad, la vida comunitaria y la acción misionera entre las familias.


      Este artículo está basado en la biografía oficial de la Comisión Sede del MFC en la Argentina.